Un recuerdo de Venezuela

A mediados del siglo 19, fabuló el poeta mexicano Julio Rozas Moreno, un pasaje bíblico en donde Jesús advierte en contra de quienes miran los defectos de los demás sin percatarse de estar en posesión de los mismos que abominan. El cuento, intitulado ‘El camello y el dromedario’, termina con las siguientes palabras:

Hombres hay que no encuentran nada bueno

Que aunque son de defectos un acopio

La paja miran en el ojo ajeno

Y la viga jamás ven en el propio”.

En septiembre de 2018, el presidente Piñera, aliado con dirigentes regionales y con el presidente de Estados Unidos Donald Trump, había liderado una ofensiva en contra del presidente de Venezuela Nicolás Maduro a objeto de sacarlo del mando de la nación. Por lo mismo, aprovechando la realización de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, hablando desde esa ciudad al frente de un improvisado pódium, manifestó haber entregado junto a otros cinco estados, una solicitud a la Corte Penal Internacional no solamente para protestar contra las violaciones a los derechos humanos cometidas en esa nación sino para, además, justificar una posible intervención militar en la zona. Piñera terminó su alocución con las siguientes palabras:

“Quisiera preguntarle al Presidente Maduro, ¿cómo puede ser tan ambicioso con respecto a retener al poder que está dispuesto a sacrificar y hacer sufrir de forma tan intensa a su propio pueblo con tal de aferrarse al poder? Eso realmente no tiene ninguna justificación” (i).

Piñera ha actuado gran parte de su vida como niño a la vez que como mercader. Es un adulto con mentalidad de niño. Un sujeto que no da mayor importancia al sentido de sus palabras y, a la vez, procura obtener provecho de cada acto que realiza. El derrocamiento del régimen de Maduro ha sido una de sus obsesiones: ese hecho —suponía, al parecer— pudo elevarlo al sitial de conductor de la política regional. De ahí a erigirse como líder internacional había un paso. No fue por otro motivo que, apuntando en esa dirección, se involucró en una de las más descabelladas aventuras de desprestigio internacional en que puede incurrir un mandatario, junto a su flamante canciller Roberto Ampuero. El objetivo era tomar la iniciativa para reconocer al venezolano Juan Guaidó en el carácter de presidente ‘encargado’ de Venezuela en reemplazo de Nicolás Maduro. Así, de acuerdo con el presidente de Colombia Iván Duque, realizaron el viernes 22 de febrero de 2019 una ceremonia en la fronteriza ciudad de Cúcuta para reconocer como mandatario a tal persona. En esa ceremonia, Piñera invitó, una vez más, a cavilar acerca del monstruoso significado de gobernar en contra de la mayoría de la población, para preguntarse, amargamente:

“Cómo una persona puede tener tanta ambición, de estar dispuesta a causarle tanto dolor y tanto sufrimiento con el solo afán de aferrarse a un poder que no le pertenece. Maduro es parte del problema y no de la solución” (ii).

Ocho meses más tarde, la legitimidad de Piñera sería duramente cuestionada y la población chilena se alzaría exigiendo su inmediata resignación. Porque Piñera, como se sabe, es un individuo locuaz; más, aun: una persona con incontinencia verbal capaz de afirmar barbaridades. Y que nos induce a cavilar acerca de la conveniencia que significa, como sabiamente nos lo enseñan las sentencias españolas, no ‘limpiarse la boca antes de comer’. Porque la conducta del presidente nos hace pensar, igualmente, cuál es el motivo o la razón de su persistencia en seguir al mando de la nación luego de lo sucedido a partir del 18 de octubre del pasado año.

Buscando una explicación

En un documento que escribiera Danilo Billiard en octubre recién pasado, donde el analista busca responderse esa pregunta acerca del por qué Piñera sigue en La Moneda, concluye, al respecto:

“La hipótesis —por obvia que resulte— es que Piñera sigue siendo el Presidente de la República porque una coraza jurídico-policial se lo permite, evidenciándose con ello la legitimidad que le confiere una legalidad consustancial al uso criminal de la fuerza que el Estado se agencia históricamente, y que ahora nos conmina a reformar” (iii).

Es un hecho cierto que, dentro de todo Estado, los gobiernos se mantienen por el respaldo de la fuerza Lo hemos señalado en múltiples oportunidades. La fuerza es la essentia ratio del Estado. Por consiguiente, también lo es la violencia. Pero si bien, históricamente, la violencia ha sido el núcleo unificador del Estado, también en ese juego operan otros factores que no es posible ignorar. Especialmente en el Estado capitalista que, más que por la fuerza física, se mantiene por el ejercicio de lo que podríamos denominar ‘relaciones de poder’. Y el poder no es únicamente fuerza física sino un conjunto de elementos que permite, a quien lo ejerce, imponer su voluntad por sobre los demás y explicar aquello que, a menudo, se expresa en lo que se conoce como ‘fuerza moral’.

No podemos, igualmente, coincidir con el analista suponiendo que la vía de la insurrección haya sido el leit motiv que originó la revolución chilena de octubre de 2019 ni, mucho menos, intentar tomar la oficina de Piñera en La Moneda, como parece indicarlo cuando expresa que

“Lo que obstaculiza ese ejercicio insurreccional, como sabemos, es el inmenso poderío militar de Carabineros y las Fuerzas Armadas que, en primera y última instancia, develan que, tras la construcción simbólica del orden y sus fetiches, no hay más que imposición, arbitrariedad y castigo” (iv).

Si bien es cierto que la sociedad capitalista es violencia institucionalizada, limitar su esencia a ese aspecto nos parece un tanto equívoco. Nos conduce al reduccionismo. Como cuando se define al ser humano como ‘animal racional’ ignorándose una multiplicidad de otros aspectos. La sociedad capitalista tiene, también un Estado, pero este Estado no es el mismo que existió bajo el feudalismo. Ni bajo el esclavismo. Es cierto que la característica principal del estado capitalista es su organización piramidal, que deviene desde antaño de la estructura militar esencialmente jerarquizada y vertical. Pero no hay que olvidar sus componentes culturales, la religión y el entramado jurídico/político de la nación, el carácter del gobernante. Pero, además, y muy importante, la estructura económica de la misma. Y, lo más determinante, las luchas por el poder, las clases sociales, los conflictos de interés.

Son estos aspectos los que han hecho escribir tantos volúmenes acerca la naturaleza del Estado capitalista y lo que nos hace suponerlo, más bien, como un conjunto de relaciones humanas, de relaciones de poder, no una estructura casi en forma de castillo, como la suponía Gramsci o, mejor, un vehículo en cuyo interior podría cobijarse el Gobierno y llevarlo hacia la dirección querida, un instrumento para ocuparlo como uno quisiera. El Estado es una condensación de fuerzas, no un instrumento. De ahí su complejidad.

Entendiendo así al Estado podemos explicarnos qué hace a Piñera mantenerse al mando de la nación, qué lo hace perseverar en ese empeño, y reproducir, magnificadas, en su persona, las acciones que veía como perversas en Nicolás Maduro. Y nos daremos cuenta que no es sólo una coraza jurídico-policial sino un conjunto de circunstancias entre las que no podemos dejar de mencionar su carácter tanto social como individual.

Por qué un Presidente desligitimado se mantiene al mando de la Nación

Sostenemos nosotros, en esta parte, que Piñera se mantiene en el cargo exclusivamente por la concurrencia de dos factores, a saber:

Su carácter tanto individual como social; y,
La existencia de condiciones que hacen posible ese ‘milagro’.

Carácter social e individual de Sebastián Piñera

En varios de nuestros documentos nos hemos referido a este aspecto crucial para entender las acciones del presidente. El carácter individual de Piñera es, sin lugar a dudas, narcisista; su carácter social, eminentemente mercantilista. Piensa de sí mismo como un ser indispensable, necesario e irreemplazable, calidades que le hacen estar exhibiendo, internacionalmente, una falsa imagen de su persona. Y busca vender su imagen de la mejor forma posible. ¡Como si el resto de la humanidad careciese de toda posibilidad de conocer la verdad! Esa actitud suya permanente hace que, en estos últimos meses, haya estado presentando una doble imagen que proyecta tanto hace el exterior como al interior del país. Hacia el exterior la imagen de un presidente cuyo amor por la población nacional le hizo encabezar el proceso de cambio de la constitución pinochetista. Un presidente capaz de administrar el país y dirigir la nación. Para ello no escatima esfuerzos no solamente de atribuirse la gloria de haber encabezado el plebiscito de octubre recién pasado sino de ser su principal impulsor. Así, en una entrevista que concediera al diario español ‘El Mundo’, el 10 del presente, señaló en esa oportunidad que

«En Chile el texto constitucional ha sido fuente de conflictos desde 1980, y queremos que la Constitución que vamos a acordar en este proceso sea un gran marco de unidad (…) que recoja los valores que viven en el alma de la sociedad chilena: el valor de la libertad en toda su amplia gama, incluyendo la libertad de expresión, de conciencia, el valor de la vida y su dignidad, el de los derechos humanos, el de la familia, garantizar derechos sociales a todos en materias como educación, salud, pensiones, vivienda» (v)

Y, dos días más tarde, el viernes 13, en una conversación virtual con otros representantes, en el Council of Foreign Relations de Nueva York, junto con calificar como ‘ejemplar’ el plebiscito del pasado 25 de octubre, sostuvo que Chile

«[…] está en proceso de alcanzar un acuerdo para diseñar una nueva Constitución que sea una fuente de estabilidad y unidad para el país entero» (vi).

Hacia el interior, su actitud es distinta. Piñera está decidido a pasar a la historia como un presidente no solamente capaz de terminar su mandato sino como el único que no se involucró en los graves problemas que enfrenta la nación. Por eso busca pasar desapercibido, el único exento de culpa, una víctima de sus ministros y consejeros. Pareciera, más bien, que su interés radica en aparecer como el gestor de la nueva Constitución y que ese suceso opaque su trascendencia como violador de los derechos humanos. La constitución ha de ser su legado para las generaciones futuras, algo que, a nuestro parecer, puede lograr, aunque esta opinión no sea del gusto de otros analistas. Marco Moreno, señala al respecto que

“Pudo haber pasado a la historia como quien llevó adelante el cambio constitucional y ni siquiera su firma va a quedar en la nueva Constitución. Creo que se lo recordará por el estallido social, por el plebiscito, pero no por acciones que él haya promovido y ese fue su error: no se subió adecuadamente al momento oportuno, pese a que él como empresario era arriesgado y hacía apuestas. Acá no hizo apuestas, siempre llegó tarde a todo, nunca puso en práctica su olfato para los negocios en la presidencia (vii).

Y Mireya Dàvila, de la Universidad de Chile:

“El saldo del presidente Piñera es bien nefasto y es muy difícil proyectar lo que las generaciones futuras sabrán de esta administración, pero creo que lo que se recordará serán las violaciones a los derechos humanos y esta sensación de retroceso de la situación económica. Espero que esta vuelta de la historia sea mejor que otras en las que se generaron cambios, pero luego se retrocedió en términos de pobreza y desigualdad” (viii).

El Comité de Defensa de los Derechos Humanos y Sindicales CODEHS advirtió desde fines de 2019 comportamientos extraños en la conducta del presidente, indicativos de anomalías. En un documento de febrero del presente año, esa organización puso en conocimiento de esos hechos al presidente del Senado, senador del PPD Jaime Quintana, solicitándole que esa corporación le solicitara un examen médico para posibilitar, en caso de ser ciertos los temores, un proceso destitución del mismo, de acuerdo a la constitución pinochetista. El documento, que suponía la existencia de rasgos psicológicos anómalos en Piñera, no fue considerado por el presidente del Senado, temeroso de perder su propio cargo o, tal vez, convencido que, de aceptar lo propuesto, podría dejar a la nación sin ‘liderazgo’. La cuestión de la salud mental no es algo que pueda dejarse de lado. El carácter narcisista de una persona le hace sentirse indispensable, necesario e irreemplazable (como ya lo hemos afirmado), calidades que, a menudo, especialmente en una sociedad también enferma, pasan desapercibidas o, a lo más, se consideran ‘normales’. Entonces, adviene una suerte de anosognosis, esa especie de incapacidad de entender su propia condición de enfermo que afecta a ciertos pacientes con parálisis de un brazo como consecuencia de un accidente vascular cerebral. Según Antonio Damasio,

“[…] repetidamente ‘olvidan’ que están paralizados. Por muchas veces que se les diga que no pueden mover el brazo izquierdo, cuando se les piden que lo muevan, siguen afirmando, con bastante seguridad, que lo mueven. Los pacientes afectados por anosognosia no logran integrar la información correspondiente a la parálisis en el proceso en curso de su historia vital” (ix).

¿¡Cómo, entonces, puede mantenerse un sujeto de esas características, al mando de la nación? Lo expuesto anteriormente hace entender que Piñera, por voluntad propia, no quiere y no puede dejar el mando de la nación. Aun cuando su propia coalición le reste el apoyo en numerosas oportunidades. Porque hay condiciones sociales que se lo permiten.

Condiciones que impiden que el Presidente abandone el cargo

Hay, no obstante, otras condiciones que impiden al presidente, aislado como está, hacer abandono de su cargo. Las hemos denominado ‘condiciones objetivas’ pues no dependen de él ni de fuerzas extrañas provenientes del exterior sino de la propia estructura estatal. Estas condiciones se pueden, no obstante, condensar en una: la resignación al cargo de Sebastián Piñera no conviene, en modo alguno, al conjunto que conforma la escena política de la nación. Y hablamos aquí de oficialismo y oposición. Porque se da, en ese maridaje, una especie de materialización de aquel benemérito consejo que los maestros del ‘Turba philosophorum’ recomendaban a sus discípulos:

“Pero sabed muy bien que, digamos lo que digamos, estamos todos de acuerdo”.

En efecto, si en una sociedad cualquiera, hay un juego de disputas entre gobierno y oposición, en Chile no sucede de ese modo. Porque el enemigo verdadero, tanto del Gobierno como de la oposición (y estamos hablando de la oposición institucional), es el movimiento social, la oposición social, la manifestación, la protesta, ese ente inmaterial, sin líderes, sin dirigentes, amorfo, extraño, que se autoconvoca permanentemente a través de los medios de comunicación creados por los adelantos técnicos que brinda el portentoso desarrollo de las fuerzas productivas, la red de Internet, el computador, el teléfono móvil, las aplicaciones que perfeccionan día a día la entrega de información. El mismo movimiento social que logra conquistas consideradas imposibles en otras épocas. Ese movimiento social, encabezado por niños y adolescentes, capaz de remecer la conciencia del Chile actual.

Entonces, todos los que tomaron al Estado como botín de sus triunfos y se solazaron de sus cargos y remuneraciones autoconcedidas con desprecio de quienes producen la riqueza de la nación, se unen hoy para evitar que Piñera se vaya, para evitar que haya un ‘vacío de poder’, que bajo ninguna circunstancia ni bajo respecto alguno falte ese ‘líder’, ese ‘conductor’, esa ‘cabeza’ que ha de guiar a la nación en su marcha por la historia. Porque el ‘Mesías’, el ‘ungido’ jamás debe faltar en las concepciones culturales de quienes aún defienden la vertical estructura de la sociedad. Esta idea la expresa con claridad un analista al señalar:

“[…] los partidos de la oposición de centroizquierda e izquierda no ofrecen una alternativa clara, confiable y cohesionada de gobierno. Esta ausencia de liderazgos en la oposición puede ayudar a explicar (parcialmente) por qué Piñera no ha sido obligado a dejar su cargo anticipadamente” (x).

Así, no han sido los grupos armados, la fuerza militar, naval o aérea, ni siquiera la fuerza policial (militarizada, como la concibiese Pinochet y los gobiernos post dictatoriales) lo que ha pergeñado la persistencia de Piñera en el cargo de presidente de la nación, a pesar de su mínimo nivel de aprobación ciudadana, sino su carácter eminentemente narcisista y la podrida cultura de una ‘élite política’ ambiciosa, inmoral, corrupta, deseosa de seguir gozando de los privilegios que se autoconceden sus miembros e integrantes, y profundamente temerosa de perderlos. Porque el que ha gozado de tales prebendas quiere seguir gozando de ellas en el futuro y dejarlas como legado para su descendencia.

Una advertencia temeraria

Piñera, hoy, no representa ni siquiera los intereses de la clase a la que pertenece. Y es tan cierto ello que una comentarista del periódico digital ‘El Líbero’ —que jamás podría ser calificado de ‘izquierdista’— se atrevía a referirse a él como ‘parte del problema’, con las siguientes palabras:

“A esta altura está bien claro que el Presidente Piñera es parte del problema. Le falta convicción para proteger la institucionalidad y la Constitución que él juró defender. Los temores que lo inmovilizan no solo no mejoran su posición personal, sino que gravan ominosamente el futuro de Chile. Si ha permitido al parlamentarismo de facto, anunciado en enero por el senador Jaime Quintana, manejar la agenda, se cumplirá lo que ya anticipó el mismo legislador: que en 2021 la conducirá la Convención Constitucional. Descarriar el sistema constituyente previsto en la Carta Fundamental puede ser el descalabro final” (xi).

¿Significa todo ello que se le está quitando el apoyo de sus propios compañeros de alianza? No, pero sí que la confianza en su persona ha sufrido notables menoscabos; y que, si aún el presidente permanece en el cargo, es porque a dicha coalición no le conviene su actual reemplazo. Además, porque si así ocurriera, el sostén para continuar al mando de la nación se lo darían precisamente, los mismos que hoy le prestan apoyo a las políticas que aplica su gobierno, como sucede con las acusaciones constitucionales. Tenemos así la certeza que algunos miembros de la oposición institucional estarán dispuestos a brindarle el apoyo que otros miembros de la coalición ChileVamos han comenzado a quitarle. Y es que la política es, precisamente, una disputa constante entre intereses de clase.

 

(i) Garcés, Bastián: “Presidente Piñera sobre Maduro: ‘¿Cómo puede ser tan ambicioso y hacer sufrir de forma tan intensa a su pueblo con tal de aferrarse al poder?’”, ‘El Líbero’, 26 de septiembre de 2018.

(ii) Pagua, Fraymar: “Piñera a Maduro: ‘Cómo una persona puede tener tanta ambición de aferrarse a un poder que no le pertenece’”, Maulee, 22 de febrero de 2019.

(iii) Billiard, Danilo: “¿Por qué Piñera sigue en La Moneda?”, ‘El Desconcierto’, 17 de octubre de 2020

(iv) Billiard, Danilo: Id. (3).

(v) Redacción: “Piñera por nueva constitución: ‘El pueblo chileno no quiere parecerse al drama y la tragedia que está ocurriendo en Venezuela’”, ‘El Mostrador`, 11 de noviembre de 2020.

(vi) Redacción: “Piñera continúa con operación de posicionamiento internacional como protagonista del proceso constituyente: ‘El Gobierno trabaja duro en alcanzar acuerdos’”, ‘El Mostrador’, 13 de noviembre de 2020.

(vii) Carvajal, Claudia: “Administrar y pasar desapercibido: los restantes 15 meses de Sebastián Piñera en La Moneda”, Radio Universidad de Chile, 11 de noviembre de 2020.

(viii) Carvajal, Claudia: Art. Citado en (7).

(ix) Damasio, Antonio: “Y el cerebro creó al hombre”, Ediciones Destino S.A., Barcelona, 2010, págs..359 y 360.

(x) Martínez, Cristopher A.: “Vacío de poder y el futuro de Chile post Piñera”, ‘El Mostrador’, 15 de noviembre de 2020.

(xi) Molina, Pilar: “El Presidente: ¿parte del problema?”, ‘El Líbero’, 16 de noviembre de 2020.