por Ivy Cángaro

Cuando la pandemia arrasaba en Europa y en Argentina solo teníamos unos pocos casos, todas las noches, puntuales, a las nueve, salíamos a los balcones, nos asomábamos a las ventanas para aplaudir a los médicos que estaban dejando el alma y la vida por atender enfermos. Aplaudíamos a los médicos europeos.

Cuando los enfermos empezaron a arreciar acá, y los muertos se cuentan por miles, al personal médico que incluye mucamxs, enfermerxs, laboratoristas, personal del lavadero y cocina, médicxs, administrativxs, choferes de ambulancia, y todos los demás, NADIE LOS APLAUDE. Ni allá ni acá. No cuentan.

Ni siquiera sabemos cuántos integrantes del ámbito de la salud murieron por ayudarnos.

Pero no solo se dejó de aplaudirlos, sino que la mezquindad y la negación (siempre tan de la mano) priorizaron la «libertad» de ir al gimnasio y tomarse un cafecito, libertades inalienables para los republicanistas de su ombligo, por sobre la vida de sus vecinos, el personal de salud y los enfermos que atienden.

Ayer un tandilense, reclamando a gritos su deseo de ir a entrenar, me llamó «paranoica» y que «lamenta que yo, por idiota, esté encerrada». Otra, también gimnasta, dijo que ella creía que el virus no era tal, que era «supuesto», que posiblemente no existiera.

Estaría bueno que al entrenar, hagan una recorrida por hospital y sanatorios, y allí verá como el personal no alcanza, como está dejando la vida, y como recibe nuestra indiferencia.

Seguramente alguno va a cacarear: «para eso les pagamos». No, para eso no les pagamos. Yo no le pago a nadie para que sufra atendiéndome, solo porque ni a mí, ni a mis vecinos, les importa evitarle ese plus a su ya tremendo trabajo.

Como no hay suficiente personal, ni lo habrá, porque nadie puede entrenarse en tan poco tiempo para ser, por ejemplo, terapista intensivo, si se enferman, si se sienten cansados, siguen yendo a trabajar. Así incluso se lo exige la superioridad. Una enfermera me contaba que con todos los síntomas de Covid, y aun sin hisoparse, sigue yendo a trabajar por pedido de sus superiores, porque no hay quien la reemplace.

El personal de limpieza y lavadero, ni siquiera tiene barbijos N95 aunque entran a limpiar las salas donde están los infectados, y en el lavadero no solo les lavan las sábanas, sino aparentemente los camisolines descartables, que deberían tirarse pero acá se lavan.

Mientras tanto, quienes dan estas órdenes, sin estar en primera fila, porque ni siquiera algunos de ellos pertenecen al mundo de la salud, acatan las órdenes de la Cámara Empresaria que sentencia que basta de cuarentena, que se abra todo, que se mueran los que se tengan que morir, que ellos tienen que vender. Claro, ellos tampoco estarán detrás del mostrador, lo harán sus empleados, por dos denarios, inmolándose en el altar de su codicia. Deberían saber que los muertos no compran ni venden. Sin salud, no hay consumo.

Pero sobre todo me espanta la ausencia de espíritu de cuerpo, la negación del juramento Hipocrático, la priorización de intereses mercantiles y ajenos, por sobre la salud ciudadana que se comprometieron a cuidar. Algunos médicos y médicas, responsables ejecutivos, que mienten y explotan, dejando sus conciencias sepultadas en el lodo; en función de los intereses personales, mezquinos y rastreros de un puñado de empresarios de cuarta categoría. Ahora no lo quieren saber, pero un día, quizá el último, tendrán que mirar a sus hijos a los ojos.

Mi vida, la de mis afectos, la de todos mis vecinos y vecinas, incluyéndolos a ellos, vale mucho más que cualquiera de sus intereses mercantiles.