“Las palabras construyen realidades” H. Maturana

La reciente Cuenta Pública de Piñera señala que “El mundo entero está siendo amenazado por el populismo, que plantea siempre el camino fácil, de los derechos sin deberes, de los logros sin esfuerzo, el camino del progreso sin trabajo, de la reivindicación de los derechos propios sin respetar los derechos de los demás y de las promesas de soluciones fáciles a problemas difíciles”. Y agrega, “Debemos resistir los cantos de sirenas que ofrecen atajos sin destino”.

Se equivoca el mandatario. No existe una amenaza populista al acecho.  La verdadera amenaza es la permanencia del neoliberalismo, con sus valores individualistas, desigualdades y abusos, que están tensionando seriamente nuestra sociedad. Piñera, como nos tiene acostumbrado el establishment, utiliza la palabra “populismo” para descalificar toda iniciativa de transformación del país; pero las definiciones que utiliza para explicarlo se vuelven contra el mismo sistema que defiende.

Piñera no se da cuenta que, un término tan manoseado, y que define con escaso rigor conceptual, se convierte en un sayo que puede vestir a cualquiera. En consecuencia, “los cantos de sirena que ofrecen atajos sin destino”, son perfectamente atribuibles a los defensores del régimen de injusticias vigente en Chile.

Primero, elsupuesto camino fácil de derechos sin deberes, que denuncia Piñera, es para la mayoría nacional algo muy distinto a lo que se encuentra en su cabeza y la de tecnócratas que lo acompañan. Porque, en nuestro país, es el gran empresariado, nacional y extranjero, el que ha optado por el camino fácil al extraer y exportar cobre, astillas de madera y productos del mar, en vez de procesar bienes, utilizando tecnologías e industrias más complejas.

La fácil explotación de recursos naturales ha enriquecido a muy bajo costo a una minoría sin cumplir con sus deberes, porque los empresarios dedicados a esta actividad no pagan royalties y eluden el pago de impuestos (manifiestamente en la minería privada) mientras otros (en la pesca) corrompen a políticos para que se aprueben leyes que los favorezcan; o sea no cumplen con sus deberes. Lamentablemente, gobierno y parlamento han entregado esta explotación fácil de los recursos naturales de propiedad de todos los chilenos, a cambio de muy poco.

Segundo, el camino del progreso sin trabajo que menciona el presidente Piñera parece una suerte de autocrítica personal. Porque son los empresarios rentistas, quienes, sin impulsar ninguna actividad productiva, de esfuerzo y transformación, se enriquecen con la compra y venta de acciones en la bolsa de comercio; y, muchas veces, gracias a información privilegiada.   Aquí no hay trabajo duro sino mera especulación.

El propio Sebastián Piñera es un buen ejemplo. Compró acciones de su propia empresa LAN con información privilegiada, conociendo previamente el estado de los balances. Se ganó 700.000 dólares en veinte minutos. La Superintendencia de Valores y Seguros lo multó. Existen otros casos de “progreso sin trabajo” del actual mandatario: el escándalo bursátil de Chispas, con la venta de acciones de Enersis a Endesa España; y, el conocido caso del fraude del Banco de Talca, hace más de treinta años.

Tercero, Piñera dice la verdad cuando acusa, a quienes reivindican derechos propios sin respetar los derechos de los demás. Pero equivoca el blanco. Apunta a los opositores, sin nombrarlos; cuando en realidad los que no respetan los derechos de los demás son aquellos empresarios -junto a políticos y economistas que los defienden- que se coluden para elevar los precios en las medicinas, el papel higiénico, pañales, pollos, etc., afectando a consumidores modestos, a la gente que trabaja de manera decente. Y, muy especialmente, son las empresas forestales en el sur del país las que se atribuyen derechos propios al adueñarse de tierras, sin respetar la propiedad ancestral del pueblo mapuche.

Finalmente, el presidente acusa de populismo las promesas de soluciones fáciles a problemas difíciles. Afirmación que desnuda la visión de economistas y políticos defensores del “modelo chileno”, porque no existe solución más fácil que la idea de crecimiento económico como panacea para el desarrollo del país. Precisamente Piñera y la derecha (aunque también la antigua Concertación) han insistido una y mil veces que la solución al desarrollo de Chile es el crecimiento económico. Promesa fácil, que elude los equilibrios sociales y medioambientales. Tuvo que venir el 18-O y la pandemia a recordarle a políticos y economistas del establishment que los problemas difíciles del desarrollo no se resuelven con puro crecimiento. En realidad, el “atajo fácil, sin destino”, le calza a la perfección al discurso de Piñera.

La tercera Cuenta Pública intenta descalificar con el anatema de populismo a todo aquel que se desvía del neoliberalismo o que se opone a las iniciativas gubernamentales del actual Gobierno. Pero, como el calificativo ha perdido toda rigurosidad científica y semántica puede ser atribuible a quien le calce el sayo. En efecto, sus propias definiciones de populismo, con las que acusa a sus adversarios, le cuadran a Piñera a la perfección.

Es claro entonces que la palabra populismo ha perdido credibilidad. Se ha convertido en un insulto para desacreditar enemigos, pero no para comprender la realidad. La derecha y sus economistas la utilizan para proteger el sistema que defienden. El presidente Piñera no ha sido serio al utilizar esa palabra en la Cuenta Pública. Se equivoca al calificar de populismo las iniciativas populares que buscan profundizar la democracia proponiendo nuevas estrategias de desarrollo económico y políticas públicas alternativas.

La historia ha sido olvidada, por ignorancia o cálculo político. Populismo se ha convertido en palabra peyorativa, en un concepto acusador, que tiene la connotación de algo demagógico y peligroso. Hoy día toda propuesta que cuestione el poder dominante se considera populismo.

Sería útil que Piñera y sus asesores conocieran las verdaderas ideas populistas, en la Rusia zarista y en el movimiento campesino en Estados Unidos del siglo XIX, así como en su concepción más reciente del filósofo argentino, Ernesto Laclau. Al mismo tiempo, y a propósito de la crisis económica y social que estamos viviendo, sería educativo que políticos y economistas, de gobierno y oposición, aprendieran las lecciones del New Deal que impulsó el presidente Roosevelt en los Estados Unidos y también, leyeran las propuestas en favor del desarrollo y el Estado de bienestar de Keynes y de la CEPAL.

Una revisión de la historia de las ideas y políticas públicas ayudará a precisar el concepto de populismo, que se encuentra lejos de las definiciones de la reciente Cuenta Pública.  La derecha neoliberal intenta confundir a la opinión pública al utilizar peyorativamente el término populismo para descalificar propuestas de profundización de la democracia y un camino distinto de desarrollo económico.