Los términos precedentes en el título de este artículo son tal vez para muchas personas palabras independientes e inconexas, pero si estudiamos sus raíces llegamos a la conclusión que tienen un origen común, una causa común, y que cada uno de estos términos tiene por consecuencia al que le sigue, en forma inevitable.

La causa primigenia tiene su raíz en un ego deformado que degenera en un sentimiento de superioridad frente al otro, de tal forma que le considera inferior en naturaleza y por lo tanto en derechos.

Para demostrar esta aseveración tenemos que remontarnos a la historia de la humanidad, al comienzo de la esclavitud como forma de apropiarse del trabajo y de la vida de los más débiles, que pueden ser nativos o extranjeros, para beneficio propio.

Cuando el hombre se hizo sedentario y tuvo terrenos agrícolas para cultivar y animales que criar, se tuvo que abocar a cultivar la tierra, faena pesada que muchas veces requiere de varias personas para realizar el arado, la siembra, el regadío, y sobre todo para la cosecha, y así hacerlo productivo. Pero al llevar trabajadores para la tierra, tiene que pagarles su jornal en alimento y refugio, y eso es caro para hacer surgir la faena.

Las tribus a veces entraban en conflicto con otras por recursos naturales, acceso al agua, mejores tierras y más animales, por tanto, durante el conflicto hubo posibilidad de tomar prisioneros, a los que hacían trabajar en condiciones de esclavitud labrando la tierra y criando sus animales. Esos esclavos eran los enemigos, seres despreciables, de segunda, los malos, inferiores, a los que cargaban todo tipo de defectos. Por lo tanto, merecían su destino, se lo habían buscado y había todo el derecho de explotarlos.

Con el paso del tiempo y la formación de aldeas y luego las primitivas ciudades, se hizo necesario defenderlas de los bárbaros extranjeros que asolaban sus territorios. Nacieron así los ejércitos. Luego, se dieron cuenta que de esa forma podían a su vez conquistar otros territorios y así tener mayores riquezas para sus pueblos. Salieron a explorar los posibles nuevos territorios por conquistar encontrando muchos lugares casi deshabitados, poblados con gente con un nivel de desarrollo muy inferior, por lo tanto, se hacía posible conquistar esos territorios, apropiarse de sus recursos y esclavizar a su gente. Total, eran puros indios, poco más que animales, no podían ser considerados personas. Y así los pueblos casi sin darse cuenta se transformaron en esclavistas racistas, con una casta guerrera de defensa y ataque que marcó el inicio de la civilización tal como la conocemos hoy.

Ahora bien, para defender lo ya conquistado y seguir haciendo crecer sus dominios los pueblos tuvieron que planificar sus incursiones y sus sistemas de defensa. Se crean así ejércitos con entrenamiento militar y técnicas y tácticas de combate, lo que da origen al militarismo. Más aún, cuando distintos pueblos con niveles de desarrollo similares comenzaron a entrar en disputa por determinados territorios, se comenzaron a dar conflagraciones planificadas denominadas guerras, las que han sido patrimonio nefasto de la humanidad hasta nuestros días. Lo que antes eran enfrentamientos espontáneos por los recursos naturales y territorios, luego se daban con ejércitos regulares con entrenamiento militar, y con una comandancia encargada de planificar los ataques y los sistemas de defensa, lo que son guerras en todo el sentido de la palabra.

Si ustedes se fijan todo parte del mismo patrón sicológico, el considerar al otro inferior, maligno, bárbaro, ignorante, por tanto, sin derechos. Todo lo propio de un ego megalómano que impide considerar a las demás personas sus iguales en dignidad y derechos. Si bien el ego le servía al hombre para superar las adversidades propias de una naturaleza desconocida y sobreponerse confiando en sí mismo, esto le jugó en contra porque empezó a ver en los demás seres inferiores llenos de defectos. Situación que no ha cambiado hasta hoy. Basta ver los comentarios de unas personas respecto de otras para darse cuenta.

Lo que ocurre hoy en día es una proyección de la naturaleza primitiva que se describe en los párrafos precedentes. La naturaleza humana no ha cambiado mucho desde entonces. Nos hemos desarrollado culturalmente, hemos hecho como especie grandes avances científicos y tecnológicos, tenemos conocimiento de muchas materias, nos hemos enriquecido con numerosas obras culturales e incluso espirituales, pero en el aspecto sicológico seguimos siendo tan primitivos como nuestros ancestros, incapaces de considerarnos iguales. Si bien es cierto hay un núcleo creciente de personas que han superado estas contradicciones, todavía es un porcentaje menor que no está en las esferas de poder.

Siguiendo con el análisis, la situación al interior de cada país siguió el curso que se describió en un comienzo, un sistema de esclavitud ahora con sus propios compatriotas, el cual fue evolucionando hacia sistemas laborales con más derechos para los trabajadores, producto de una lucha sangrienta de siglos por emanciparse del yugo explotador. Los grandes empresarios con la anuencia del Estado han debido históricamente formar un sistema de seguridad policial que garantice el resguardo de su propiedad privada y haga cumplir leyes laborales injustas, pero favorables a los intereses del Estado y de los grandes grupos corporativos. Y si no fuese suficiente la policía, se podían amparar en el propio ejército para controlar cualquier subversión, Y si acaso fuera el propio gobierno que defendiera a la clase trabajadora, los militares siempre cumplían con la tarea de imponer el orden a sangre y fuego, aunque hubiera que derrocar al gobierno por tal osadía, o generar una guerra civil.

Así que no es de extrañar a la luz de la historia, los acontecimientos que se suceden hoy en día en Estados Unidos con un racismo desatado y vilento. Los negros siempre fueron seres inferiores, esclavos o sirvientes de los blancos, y los inmigrantes una tropa de indios muertos de hambre, que no tienen derecho a venir a perturbar la vida del hombre americano blanco. Nunca los han considerado sus iguales como seres humanos en igualdad de derechos.

Los Tratados Internacionales como la Carta de Naciones Unidas, que dice que todas las personas nacen en igualdad de derechos, es una manifestación de buenas intenciones que se firmó tras una Segunda Guerra Mundial en la que toda la humanidad se encontraba horrorizada por la criminalidad del ser humano, en particular con el holocausto judío y el magnicidio nuclear de Hiroshima y Nagasaki. Pero pronto se fue olvidando, porque a nivel de sentimientos nunca hubo tal voluntad, siempre los unos se sintieron superiores a los otros y luchan compitiendo por demostrarlo.

De esa competencia nacen las ansias de dominio, de control, de poder. En ese sentimiento de superioridad se sustenta el interés expansionista globalizante que pretende abarcar todo el mundo. En esa ambición desmedida se ampara el desbordante interés por formar los imperios desconociendo los derechos de los otros pueblos a elegir su destino y a tener su propio régimen independiente. A ese imperialismo no le interesa el bienestar de las personas de los países que pretende abarcar, sólo sus intereses totalitarios. Ese imperialismo se vale de la fuerza de sus ejércitos para respaldar sus incursiones globalizantes. No trepida ante nada, y tal vez si sienta amenazada su hegemonía es capaz de usar armas nucleares, aunque eso le cueste su propia existencia.

Y todo parte de un ego desmedido que no reconoce al otro como su legítimo igual. No tolera la diversidad de ninguna índole. Todas las demás formas de vida, de sistemas culturales distintos le parecen inferiores, equivocados, o estúpidos. Son estas manifestaciones de falta de empatía, y porqué no decirlo, de falta de afecto, las que le hacen actuar al ser humano como actúa, siempre desconfiando y descalificando a los demás, buscando sus defectos e ignorando sus virtudes. Es ese ego maligno el que se expresa en falta de respeto y agresividad hacia el otro. Es eso lo que le ha impedido al ser humano darse la posibilidad de compartir sus intereses, sus gustos, sus creencias, su cultura y sus bienes y le ha impedido crecer en conjunto con un espíritu cooperativo y solidario. Vive en un frenesí ansioso y temeroso, desconfiado de todo, ajeno a sí mismo y a los demás. Creyendo enriquecerse, se empobrece. Creyendo ganar, termina perdiendo lo más valioso: su propia felicidad.

Pero no todo está perdido aún, las grandes crisis como el cambio climático y las pandemias le abren al ser humano la posibilidad de enmendar rumbos, reeducando su personalidad y transformando sus paradigmas de crecimiento y desarrollo, desde la competencia al cooperativismo, de una educación para prosumidores a una educación de servidores públicos, de una impronta de poner el mercado en el centro a poner al ser humano en su lugar, de una cultura basada en el tener, a una cultura del Ser.