En la televisión se despliegan las imágenes de los Campos Elíseos donde Macron intenta dar una apariencia de normalidad a un 14 de julio decididamente anómalo.

Casi parece el habitual desfile militar.  Ciertamente no podemos reclamar la Revolución Francesa como una revolución no violenta.  Pero en ese momento muchos pensaron que desde París, desde que se tomó la Bastilla, una luz brillaba por toda Europa.

La Luz de la Razón había iluminado el mundo, rápidamente oscurecida por un lago de sangre y un proceso de restauración casi inimaginable.  Al final, para representar a la Revolución, un general que se proclamaría emperador pero que incluso ese idealista Beethoven vio como un héroe y le dedicó una sinfonía.

Liberté, egalité, fraternité: definitivamente un eslogan ganador y, para la época, revolucionario.  Intentemos ver sus méritos y sus defectos.

Libertad: de las tres, la que mejor acabó en manos de los poderosos; la libertad de explotación, el liberalismo, el libre comercio; obviamente la libertad de pensamiento y de expresión, la crítica, la libertad de prensa son todavía derechos humanos que hay que alcanzar y a menudo proteger contra las avanzadas liberticidas pero ese ideal libertario que nacía en la experiencia de la Comuna me parece el que menos ha logrado liberarse, librarse.

Igualdad: vivimos en un mundo extremadamente desigual; la diferencia entre los ricos y los pobres ha ido aumentando durante años; más que a la igualdad va a la homogeneización: libre de beber la famosa bebida gaseosa en todas partes.  La igualdad de derechos y oportunidades ha sido el lema humanista durante mucho tiempo y me parece que es una buena ilustración del objetivo global que todo movimiento que se precie de revolucionario debe apoyar.

Fraternidad: La humanidad logra expresar lo que debería ser un sentimiento ante una meta; sentirse hermanas y hermanos, parte de un solo pueblo que querríamos llamar Nación Humana Universal en la que la palabra nación nos recuerda el concepto  de nación-pueblo típico de tantos originarios, humana nos recuerda la centralidad no trivial de cada ser humano, universal destaca la contribución de cada pueblo y cada cultura, incluso y especialmente de aquellos que este sistema violento y discriminatorio ha marginado y que a menudo están en riesgo de extinción física y/o cultural.  ¿Cuántos idiomas mueren cada día, asesinados por el idioma del autodenominado imperio?  Y dónde ha terminado la solidaridad que viene de la fraternidad; esa solidaridad que las situaciones de emergencia hacen resurgir pero que existe en todo el mundo del voluntariado auténtico, en las redes de ayuda mutua, en las comunidades.

Curioso es el movimiento de desplazamiento de la historia, siempre en crecimiento pero con avances y retrocesos temibles.

El desfile en los Campos Elíseos recuerda el signo violento. Francia es un país cuya aparente independencia de los Estados Unidos se manifiesta en la fuerza de golpe nuclear, en la construcción del segundo portaaviones nuclear.  No en el pensamiento de Voltaire, ni en el genio de Diderot, ni en la ciencia de Curie o Pascal, ni en la pedagogía de Freinet, ni en el estilo de Matisse, ni en la filosofía de Sartre.

Hace unos días, casi olvidado, fue el aniversario de la elección de Sandro Pertini como Presidente de la República (italiana) con su inolvidable y poético «vaciemos los arsenales y llenemos los graneros»: sería hora de seguir ese ejemplo, en lugar de dedicarle puentes, calles y plazas y recuerdos retóricos; sería hora de dejar de comprar F35, de vender armas a los dictadores y no, de aprender de la emergencia para ocuparse de las cosas esenciales y realmente útiles.


Traducción del italiano por Maria Consuelo Alvarado