Hace unos años, en un foro en Italia, un joven estudiante hizo una pregunta: «Con tanta violencia en el mundo, ¿cómo puede triunfar la paz? «. Prem Rawat respondió: «Nuestra única esperanza es que la voz de la paz sea más fuerte que la voz de la violencia». Con esto quiso decir que no tiene sentido tratar de influir directamente en la violencia para reducir su intensidad, que es a través de un compromiso cada vez más amplio con la paz que la violencia será finalmente abandonada.

En este gran momento de protesta contra la violencia policíaca, y en particular contra la violencia racista, me siento como si estuviera viendo una película que ya he visto muchas veces. El privilegio de la edad me da una cierta perspectiva de los acontecimientos. No obstante, veo un impulso internacional muy positivo que, como reacción a otro crimen racista, demuestra lo mucho que esta cuestión sigue presente en los corazones y las mentes. La llama no se ha apagado. Y también he visto eso a lo largo de los años. Esto es en lo que confío para mantener viva la esperanza.

Pero, ¿denunciar la violencia es suficiente para hacerla retroceder? Esa es la verdadera pregunta.

Independientemente de la forma en que busque legitimación, la violencia es una expresión de temor causada por lo que se considera una amenaza a nuestra seguridad o integridad. Al tratar de establecer nuestra dominación sobre el otro, evitamos cuestionar la legitimidad de este temor. A menudo, ante una amenaza real, tratamos de evitarla en lugar de entrar en conflicto. Este es el reflejo natural de la supervivencia. Pero, somos animales muy extraños a los que les gusta jugar a Don Quijote para evitar nuestra angustia existencial. En realidad, esta noción de «enemigo» es en sí misma extraña. Hay peligros, y siempre los habrá, pero, ¿deberíamos tener enemigos?

Denunciar es una cosa y construir la paz es otra. La paz no es simplemente la ausencia de guerra. Más bien, es la ausencia de paz lo que lleva a la guerra, a la violencia. Es cuando uno pierde la calma y, cuando no se tiene cuidado, uno se enoja con los demás, «y calma sus nervios» sobre los demás.

La paz no nos llega sola. Debe ser cortejada, anhelada. Y vendrá a nosotros. Entonces se convertirá en nuestro escudo. La llevaremos en alto y orgullosa, sin ostentación, pero tampoco con miedo. La paz es confiada, porque sabe que donde está presente, en el corazón que la acoge, no hay lugar para nada más.

No debe haber espacio para nada más. Es este esfuerzo individual que, replicado por cientos, miles, millones y un día miles de millones de individuos, llevará a la humanidad hacia «su mayor logro», dijo Prem Rawat. Es la única solución, en realidad, si lo pensamos bien.

El otro día vi el titular en un periódico que decía: «La policía no tiene lugar en un mundo que está bien.» Sonreí en ese momento, porque todavía estamos muy lejos de ese mundo ideal. Pero me atrevo a decir, ¡creemos ese mundo! Los «pacificadores» podríamos ser nosotros, no para imponer el orden, sino para asegurar que la paz nunca sea relegada a un segundo plano. Es el bien supremo.

» Pacificadores», se necesita mucho para eso. Uno puede elegir ser uno, ofrecerse como voluntario para ser: guardián de la llama de la paz, en uno mismo, en su corazón, en su alma, en su vida, en sus acciones. Es un verdadero desafío, pero ¿existen otros desafíos más nobles?

No pienses en ello como un sacrificio. Es exactamente lo contrario. El sacrificio es cuando uno vende su más preciada posesión a cambio de un momento de locura, de inconsciencia, un acto que a veces es irreparable.

Si usted es uno de esos escépticos que piensan que esto nunca sucederá, que la paz mundial no es posible, ¿es esa una razón válida para privarse usted de esa paz? Además de las inmensas alegrías que trae consigo, formará parte de una gran cadena de solidaridad que se transmitirá a las generaciones futuras que, sin duda, algún día cumplirán este sueño. ¿Nuestros nietos, los nietos de nuestros nietos? No importa. Lo que es seguro es que serán nuestros descendientes, de la misma sangre que nosotros, de nuestra raza, la raza humana. ¿Quién más?

Un hombre personificó en su tiempo esta victoria sobre sí mismo, esta resistencia frente a la violencia más abyecta, la del racismo, del racismo sistémico, es Nelson Mandela. Su memoria y su mensaje iluminarán por mucho tiempo el «largo camino a la libertad» de la humanidad:

«Siempre he sabido que en lo profundo del corazón del hombre se encuentra la misericordia y la generosidad. Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su pasado, o su religión. Las personas deben aprender a odiar, y si pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar, ya que el amor nace más naturalmente en el corazón del hombre que su opuesto. Incluso en los peores momentos de la prisión, cuando mis compañeros y yo ya no podíamos más, siempre veía un atisbo de humanidad en uno de los guardias, quizás por un segundo, pero eso era suficiente para tranquilizarme y permitirme continuar. La bondad humana es una llama que puede ser escondida, pero nunca puede ser extinguida». Nelson Mandela, un largo camino hacia la libertad.


Traducción del francés por Sofia Tufiño