Por Luis Paulino Vargas Solís*

La emergencia sanitaria del Covid-19 trae aparejado un severo impacto económico. Hay sectores para los que el efecto es directo y muy fuerte: hoteles, restaurantes, cines, bares, servicios vinculados al turismo y la educación. En otros casos la afectación tiene un carácter más indirecto, como podría ser el caso del transporte público y el comercio en general, y también sectores de la agricultura y la manufactura.

Es un frenazo asociado a un súbito colapso de la demanda y las ventas. Ello pone en marcha presiones deflacionarias que jalan la economía hacia abajo.

En las propuestas de solución planteadas, prevalece una opción: la de tratar de facilitarles a las empresas el manejo de su “flujo de caja”. De ahí que se autorice posponer el pago de impuestos y cuotas de la seguridad social, así como recortes en las jornadas laborales y la nómina de salarios. Esto último, como es obvio, afectará los presupuestos de familias trabajadoras, y traerá mucho sufrimiento e incertidumbre a sus vidas. Con demora, y de forma hasta el momento vaga, el gobierno de Carlos Alvarado plantea conceder posibles subsidios compensatorios para esas familias.

Hay aquí un detalle que es de fácil comprensión: si bien recortar jornadas laborales y salarios, puede ayudar, y ser, digamos que “beneficioso”, para una o algunas empresas individuales, sería en cambio un serio problema, si se generaliza a muchas empresas, y si afecta a una cantidad significativa de personas trabajadoras. Porque en tal caso habrá un efecto negativo apreciable sobre la demanda de consumo al nivel de la economía en general. Y muchas empresas que producen para el mercado interno, lo lamentarán.

Llover sobre mojado: ello sumaría fuerzas económicas negativas a las fuerzas económicas negativas que traen consigo las medidas que ha sido necesario aplicar contra el Covid-19. Razón de más para decir que las personas afectadas deberían recibir alguna compensación.

Por su parte, un grupo de economistas y otras personas proponen que se recorte en un 50%, el salario de todos los empleados y empleadas públicas “que no están trabajando” (aquí: «Si hay patadas, hay pa’todos»). Desde luego, es complicado saber quién sí está trabajando y quién no, pero eso es secundario, frente a un hecho que resulta insultantemente obvio: hay gente que no logra bajarse de su borrachera ideológica, ni siquiera en un contexto crítico como el actual.

¿Quién gana con soltar una ácida polémica ideológica como esta, justo en este momento?

Hay que tener la mente freída en ideología y el corazón envenenado de odio ¿No era siquiera factible esperar un tiempito, a que esta emergencia pase o por lo menos se alivie, para sacar a relucir esos temas tan ideologizados?

Pero, en fin, está visto que el fanatismo ideológico no conoce de cordura ni generosidad. Pero, ¿es que siquiera sabe de economía? La pregunta es relevante, puesto que la propuesta cuenta con la firma de varios economistas.

Vuelvo sobre algo que comenté más arriba: si tantas fuerzas empujan hacia abajo la economía ¿no deberíamos estar en búsqueda, de fuerzas compensatorias que la levanten? Pues resulta que, todo lo contrario, estos economistas nos proponen sumar fuerzas descendentes a las fuerzas descendentes que ya están en operación.

Si usted le reduce su salario a la mitad a 200.000 personas trabajadoras del sector público, tenga por seguro que el resultado será uno: un repentino y pronunciado agravamiento en la caída de la demanda de consumo ¿Dije más arriba que el recorte de salarios en el sector privado provocará lamentos en muchas empresas que producen para el mercado interno? Ahora súmele el efecto que tendría esta estúpida medida que estos economistas proponen.

¿Dije economistas? Me da una horrible pena ajena decir que son economistas, siendo que yo digo de mí mismo ser economista. En protección de mi dignidad, diré que en realidad son ideólogos fanatizados, y que lo suyo no es economía, sino un tipo de religión sacrificial, destructiva y vengativa.

Vuelvo sobre cosas que ya he dicho. Decir, primero que nada, que es tiempo de dialogar y colaborar, con ánimo constructivo, con lealtad patriótica y espíritu generoso y solidario. Y, segundo, que es tiempo para buscar, con urgencia, políticas enérgicas e inteligentes que frenen el bajón de la economía y le infundan nuevos bríos.

Macron en Francia y Merkel en Alemania lo tienen clarísimo, y hacia ahí encaminan sus propuestas de política económica frente a esta situación. Incluso Merkel se ha dejado decir cosas que, en el ortodoxo contexto alemán, resultan absolutamente heréticas,  cuando públicamente afirmó que por ahora habrá que olvidarse de los equilibrios presupuestarios, puesto que en este momento lo que urge es frenar y revertir la caída de la economía.

Los contextos son distintos, y seguramente en Costa Rica no podremos replicar mecánicamente lo que se hace en Europa. Pero la racionalidad subyacente, como asimismo el objetivo principal, son similares: introducir estímulos positivos que propicien la recuperación de la economía. Estoy trabajando un documento más amplio que, modestamente, intenta formular diversas ideas en ese sentido, y que daré a conocer en próximos días.

Ha dicho el ministro de Salud, Dr. Daniel Salas, que nunca había visto al país responder con tanta unión. Ya vemos que hay gente a la que eso le molesta, y que quieren sembrar desunión.

No les escuchemos, por favor.

 

*Economista, Director Centro de Investigación en Cultura y Desarrollo (CICDE-UNED)