Voy a dar mi punto de vista sobre la eutanasia a partir de un artículo periodístico que comenta el debate acaecido recientemente en el Congreso de los Diputados.

El Congreso ha aprobado el martes 11 de febrero pasado, con el respaldo de todas las fuerzas de la Cámara –a excepción del PP, UPN, Foro Asturias y Vox–, tramitar la proposición de ley socialista por la cual España reconocerá el derecho a la eutanasia, a poner fin a la propia vida a aquellas personas que padezcan un sufrimiento físico o psiquíco insoportable y sin esperanzas de curación, pero no se enfrenten a una muerte inminente.

Aunque estoy plenamente a favor de la eutanasia, creo que la definición aquí dada no es la más correcta. Pienso que el derecho a la eutanasia es el derecho a una muerte digna, en el que a la persona se le haya dado la oportunidad de elegir en un momento adecuado poner fin a su vida en caso de que sufriera un dolor intolerable hasta el punto en que considerase finalizado el transcurso su vida. Estoy en desacuerdo con la definición del párrafo anterior porque se refiere a personas que padezcan una enfermedad sin curación. Sin embargo, si profundizo en esta frase, me doy cuenta de que, existen numerosas enfermedades que tienen «cura» de dudosa ética, que no son sino fuentes a partir de las cuales se enriquece la industria farmacéutica. Digo esto porque, desde mi experiencia, he visto y sigo viendo como a seres queridos se les trata sin su autorización con medicamentos que alargan la «vida», una vida que no les pertenece, una vida que no son capaces de vivir. Creo que lo que nos da la vida es la certeza de saber que estamos vivos, y estar vivo, al fin y al cabo, es sentir el deseo de permanecer en este mundo y, cuando este sentimiento se desvanece, significa que nuestra vida ha llegado a su fin, de una forma u otra. Y es aquí cuando han de ayudarnos a encontrar la paz duradera y eterna.

Los argumentos esgrimidos por los dos partidos de la derecha preconizan en su lugar una ley de cuidados paliativos para oponerse a la regulación de la eutanasia.

Si bien es verdad que tenemos el derecho a vivir si así lo quisiéramos, y recibir por lo tanto cuidados paliativos si fuese necesario, de este mismo modo tenemos el derecho a elegir no vivir en determinadas circunstancias en las que, por muy triste que pueda sonar, la muerte es mejor que la falsa vida. En un punto en el que existir resulte insoportable, supongo que la muerte es apacible, es un sueño. Sin embargo, establecer límites generales en un tema tan delicado, complejo y personal como la propia vida, es imposible. Cada cual debe tomar su decisión según crea qué es la vida. Por ello, creo que todos en algún momento deberíamos pararnos a reflexionar qué es la vida para nosotros, así como trazar un confín imaginario entre la vida y la muerte.

Para Vox la iniciativa no es otra cosa que «el reconocimiento del derecho a matar». «Convierten al Estado en una máquina de matar», proclamó su portavoz, quien no dudó en comparar esta propuesta con «la solución final» practicada en la Alemania de Hitler.

Estas palabras, desde mi punto de vista, carecen de sentido y de valor. Matar es quitar la vida aun ser vivo y, quitar, es arrebatar algo sin permiso, , cuando lo que esta ley trata de legalizar no es reconocer el derecho a matar sino el derecho de ayudar a liberar a una persona de un sufrimiento que no forma parte de una vida digna, sino de algo que no merece experimentar.

Pablo Echenique, en nombre de Unidas Podemos, trajo a colación el caso de Ramón Sampedro, que no necesitaba de cuidados paliativos pero deseaba morir tras tres décadas de total inmovilidad.

Como he dicho anteriormente, existen infinitas circunstancias que pueden darse para que una persona quiera morir. En este caso no se trata de un dolor físico, que con el paso del tiempo, incluso es soportable, sino psicológico, una aflicción tortuosa que te consume en lo más profundo.

Es intolerable bajo mi punto de vista, que a un ser humano en estas condiciones se le obligue a persistir, sobrevivir lenta y dolorosamente, en lugar de satisfacer su necesidad paradójicamente vital.