De dos diputados chilenos quiero estampar aquí los nombres, para que cuando al historia recuerde al Chile del 19, concentrándose en el protagonismo social, podamos ver en los archivos de estas columnas también el recuerdo de políticos que, ejerciendo la democracia y no la oclocracia, se atrevieron a disentir de la acusación constitucional contra Piñera, contradiciendo la mayoría de sus compañeros de la izquierda. Son Alinco y Auth.

Acusar constitucionalmente al Presidente de derecha es popular. Más aún con una conducción del Presidente y del gobierno, en esta crisis, pecando de “intención, palabra y obra” según sus partidarios, la calle y la oposición. Acusarlo rinde simpatías de masas y da comodidad mediática sumarse a la corriente. Votar distinto al grupo históricamente compartido, requiere una reflexión que trae costos a los atrevidos.

Son respetables los parlamentarios que decidieron aprobar al trámite de la “cuestión previa” que permitiría votar que Sí o que No al fondo de la acusación contra el Presidente de Chile. Discrepo de ellos pues a mi juicio no es solución a la crisis y por el contrario juzgo que la agravaría; una crisis presidencial postergaría las demandas sociales concentrándonos en una agenda política de aspiraciones de poder que la coparía. Pero solo son mis opiniones al debate. Con la misma fuerza que defiendo el derecho de los que acusan a Piñera, debemos repudiar con fuerza que los diputados Auth y Alinco sean calificados de traidores a los DDHH, por algunos políticos e incluso por manifestantes que, paradojalmente, dicen que no se interesan de la política. Y se suman amenazas contra los diputados Jarpa y Meza, que aunque con historias distintas votaron igual.

Lo difícil era rechazar la Acusación contra el Presidente, por violación a los DDHH, siendo opositor a su gobierno y con historias como las de Alinco, víctima en Dictadura, con su suegro detenido desparecido, su padre concejal y autoridad del PC en la Patagonia; como Auth marcado cuando su madre lo inscribió en los soviet-hinchas “Pioneros” previos al Komsomol chilensis; constructor de la izquierda en el exilio y en Chile. Pero estos diputados no fueron marionetas de su propia historia sino que al contrario, por su propia experiencia, se condujeron con los riesgos y costos de la responsabilidad.

Quizás por eso el totalitarismo los ha agredido más a ellos que a los parlamentarios de derecha. Porque el totalitarismo no es solo una forma de Estado o un modelo de régimen político. No es la autocracia, sino una dirección política, un partido o grupo con una forma de conducción que pretende encuadrar a la personas, uniformar el pensamiento, la cultura, las conductas en persecución a todo principio humanista de construcción política. Modelo del que yo fui co-responsable por casi 25 años de militancia y que nutre, como experiencia, mi evolución política presente. ¡Ay! del que se aparte del rebaño. “La Niña María ha salido en el baile y si no lo baila castigo le darán”.

Aristóteles decía que valiente es el justo medio entre el temerario y el cobarde. René Alinco y Pepe Auth no actuaron con temeridad popular y ni con temor a los censores, para decidir a conciencia.

En lo conceptual, hay que establecer que es un reduccionismo político hacer sinónimo la discrepancia con la destitución de Piñera. Detecto que en cierta odiosidad política izquierdista hacia Piñera se esconde una hipocresía oportunista que permite que evitemos nuestras propias responsabilidades por cómo apoyamos a nuestros gobiernos en tantas materias que hoy reclama el movimiento social. Piñera sería el nuevo Altamirano (como él ironizaba de si mismo), el culpable de todo lo malo y así el resto podríamos dormir tranquilos. Lo reductivo es no entender que Piñera es un accidente histórico en la coyuntura de esta crisis que se incubó en la Dictadura y los gobiernos que apoyamos y ayudamos a elegir desde la izquierda cuando dejamos de hacer lo que hoy exige la movilización. Pero claro, es más cómodo para nosotros olvidarnos de la historia de 47 años (no 30) y abusar cínicamente como conducta y estrechamente en lo teórico, de la coyuntura que distrae.

El PC carga menos tiempo de culpas que el resto. Pero en “Bachelet II” compartió la autocomplacencia con la falta de cambios profundos, pidió cargos y ministros, participó del gobierno y Congreso en la coalición política, del programa y de las decisiones que el país nos reclama hoy en la calle.

Es cómodo concentrarse en crear pasiones “depuradoras” en nuestra filas, aprovechando a Piñera, y no asumir valientemente la autocrítica que podría detener la descomposición política que refracta a la sociedad. El totalitarismo de estos días es un mal comienzo para el Proceso Constituyente que exige libertad y no espíritu de sectas normativas. Savonarolas hay en todos los partidos, pero pueden terminar en la hoguera de Plaza Baquedano como el purista predicador ferrarino en la Piazza della Signoria.