Por Christine Arnaud.-

Sábado 22 de junio. 11 de la mañana. Un nutrido grupo de chalecos amarillos está reunido en una explanada, cerca de la estación ferroviaria parisina de Bercy, el punto de concentración del Acto 32. Grupos de mujeres y hombres conversan a pleno sol, se abrazan y se congratulan. Para mi sorpresa, el ambiente es festivo. Flotan banderas multicolores: francesas (alguna con incrustación de chaleco amarillo incluida), cubana (Che Hasta la victoria siempre), palestina, eslovena, gitana… Un hombre de mediana edad, disfrazado de Astérix, charla animadamente. Representa al Galo refractario a los cambios, mofado por el presidente Macron. Otro, vestido de sans-culotte, escucha a un compañero que le habla, las manos en los bolsillos: “Hemos vuelto a la casilla cero de 1789 – dice este último, cuando me acerco- Hay que empezarlo todo de nuevo. La aristocracia de antes, ahora es la burguesía, que ha aupado a Macron desde el banco Rothschild. No para de enriquecerse y nosotros de empobrecernos. Aquí hay de todo: enfermeras, agricultores, estudiantes, gente de Greenpeace, porque están destruyendo el planeta…” Un rubio forzudo enarbola, orgulloso, una bandera roja. “Por la sangre vertida en las luchas pasadas”, afirma risueño. Suena la corneta estridente de un enjuto viejito solitario, tocado con una inmensa gorra militar, cuyas piernas se balancean en el vacío mientras grita incansablemente: “Macron, démission!”. Una inmensa bandera azul, con estrellas amarillas tachadas de rojo, ondea por encima de la cabeza de tres eslovenos, que vinieron expresamente a París para mostrar su rechazo a la UE. Proliferan los eslóganes, torpemente  pintados a mano en pancartas y chalecos: “Queremos vivir dignamente”;  “Cuando la justicia del Estado no es más que violencia, la violencia del pueblo no es más que justicia”; “No somos nada, estemos en todas partes”[1]; “No volveremos a la noche sin luchar”; “Stop a la climatanza”; “Atrevámonos a la democracia participativa”; “Fin del mundo, fin de mes, misma lucha”.

 

Los manifestantes se ponen en marcha. Se oyen voces que gritan al unísono: “A-A Anticapitalistes!” El himno del movimiento estalla una y otra vez: “Même si Macron ne veut pas, nous on est là. Pour l’honneur des travailleurs et pour un monde meilleur, même si Macron ne veut pas, nous, on est là.[2] Dos jóvenes vestidos de amarillo avanzan tomados de la mano. El chaleco de la chica proclama: “Freedom Julian Assange”. El de él: “Julian Assange, Gilets Jaunes[3]: même combat”. Entran en la estación llena de gente. Los gritos se multiplican y retumban con más fuerza. Los puños se levantan. A la salida, una bengala amarilla y otra verde son lanzadas por un manifestante. Algunas débiles protestas se hacen oír. Nos acercamos a la Bastille. Aparecen sigilosamente unas diez furgonetas blindadas de la policía por detrás. Amenazantes, unos policías armados hasta los dientes, cierran las calles adyacentes. Se queja una automovilista, impedida de cruzar la avenida: “Sí, me caen bien los chalecos amarillos, pero ahora ¿cómo hago yo para llegar al trabajo?”. Los furgones de policía presionan a los manifestantes y los obligan a avanzar más rápido, reduciendo el perímetro de la manifestación. ¿Estarán preparando la nasa, (por analogía a la pesca) para rodear y encerrar en un círculo estrecho a los GJ y de ese modo poder reprimirlos mejor? Los primeros gases lacrimógenos son lanzados…

Cualquier manifestación de este tipo, al inicio pacífica, puede acabar con lanzamiento de balas de goma, gases lacrimógenos y grenades de désencerclement[4]”, me dice un manifestante. Esta vez, no habrá pelotas de goma, ni manos arrancadas, ni ojos reventados… No intervino la tan temida policía antidisturbio (Brigade Anti-Criminalité BAC[5]), contra los GJ; a los que Macron calificó de “infime minorité violente”, calificativo retomado al unísono por la inmensa mayoría de los medios de comunicación, y conjugado ad infinitum en imágenes, reportajes, opiniones de expertos, debates, entrevistas, mesas redondas, noticieros, etc. desde el 17 de noviembre del 2018, fecha de la primera movilización parisina, en la que todo empezó.

La faim justifie les moyens[6]

Aquel sábado 17 de noviembre, irrumpieron los GJ insolentemente en los Champs Élysées – el barrio de los ricos – desdeñando los tradicionales recorridos reivindicativos Bastille-République (irónicamente llamados Manifs plan-plan). Ese mismo día, unas 2000 rotondas fueron ocupadas en todo el país y numerosas ciudades, pueblos y aldeas del hexágono se pintaron de amarillo. Los dos sábados siguientes, en ese mismo escenario, durante el Acto 2 del 24 de noviembre y el Acto 3 del 1 de diciembre, tuvieron lugar escenas de guerrilla urbana, con barricadas y lanzamiento de adoquines. Desplegando acciones inusualmente decididas y audaces, los GJ amedrentaron a la policía, la hicieron retroceder y hasta huir. Los parisinos descubrieron que se podía entrar en el Arco de Triunfo cuando, forzando las puertas de acceso, unos jóvenes penetraron a cara descubierta en el recinto y saquearon su interior. La palabra insurrección fue pronunciada por primera vez. El miedo al levantamiento cruzó el umbral de los lujosos pisos del 8e arrondissement, testigos de los inauditos hechos y, recorriendo la majestuosa avenida, llegó hasta l’Élysée, donde se comenta que despertó tal alarma, que dio lugar a la instalación de un dispositivo de evacuación por helicóptero del mismísimo presidente. Junto al miedo, sobrevino el estupor ante lo desconocido: ¿Quiénes eran esos energúmenos vestidos de amarillo? ¿De dónde habían salido?

Salían de las entrañas de la Francia abandonada. Habían dejado atrás las grandes ciudades, cada vez más inaccesibles, para instalarse en urbanizaciones, en las inmediaciones de las medianas o pequeñas ciudades, en regiones que iban a padecer con más dureza la desindustrialización masiva y el desmantelamiento de los servicios públicos. Lejos de representar a una minoría, como proclamó Emmanuel Macron, representan al pueblo, palabra salida del olvido y como recién lavada, adoptada con naturalidad por los GJ. “La Francia de la metrópoli olvidó completamente que la Francia periférica existía. Creía que se trataba solamente de zarrapastrosos, palurdos, catetos[7], que eran minoritarios en el país y cuando los catetos se rebelaron, no entendieron nada. ¿Esta gente existe? No sólo existían, sino que tal vez eran mayoría.” – afirma airado Mathieu, elocuente GJ del oeste de París.

No se trata de las clases populares de banlieue, inmigrantes o pobres, que apenas reúnen el 7% de la población[8]. No es de manera general y en sentido estricto el proletariado. No son en su mayoría desempleados, ni son los más pobres. Pero deben luchar para sobrevivir: “Los que cobran el SMIC,[9] a duras penas llegan hasta el día 25 de cada mes – dice Annie, enérgica rubia GJ de Versailles, desgranando, entre decidida y ansiosa, todo lo atesorado en esos últimos siete meses de lucha. Y muy pronto ya ni llegan hasta el día 20, ni hasta el día 15. Viven en la búsqueda incesante y angustiosa de dar de comer a la familia. Francia es la sexta potencia económica mundial, pero obligan a los franceses a tener que ir al banco cada mes a decir: no puedo terminar el mes. Les obligan a tener un descubierto permanente. Eso no es vivir, es un sistema de supervivencia permanente. Hay sufrimiento en el seno del pueblo francés.”

A los que no logran llegar a fin de mes, se les ha categorizado como clase media pauperizada. Una clase media de composición heterogénea identificada con los atributos siguientes: nivel de vida ni alto, ni bajo, remuneración correcta, puestos de trabajo asignados según el mérito, etc. Esos rasgos, con claras connotaciones ideológicas, dan a entender: La clase media no debería sentirse tan amenazada como la clase popular, ya que tiene posibilidad de prosperar y además no vive tan mal. Tal definición tiene poco que ver con lo que se vive hoy en día: las remuneraciones no son tan correctas, el mérito, la mayoría de las veces, no recibe recompensa y sí existe una amenaza real. Lo que ha llevado a algunos a afirmar que la clase media no existe[10], que es una pantalla cómoda cuyo fin es crear una brecha entre esa categoría social y la clase popular más pobre, dando a sus miembros la falsa esperanza de un porvenir mejor y enmascarando al mismo tiempo la explotación a la que son sometidos, incluso por el mismo Estado.

De ahí que para localizar geográfica y socialmente al movimiento, se haya necesitado nuevos conceptos. Uno de ellos es el de Francia periférica o periurbana. Para el geógrafo Christophe Guilluy las rotondas ocupadas por los GJ corresponden con exactitud a los territorios menos dinámicos económicamente, situados en la periferia de las grandes metrópolis: “Se trata de una población que ha recibido la paliza de la globalización en plena cara, pero de manera concreta. Es decir con una deflación salarial, la precarización social, la pauperización y el final de la ascensión social para sus hijos.”[11] Por lo que los GJ provienen de todas partes. Provienen de donde más ha golpeado el sistema globalizado, excluyendo o abandonando a su suerte a amplios sectores de la población, cuyo presente o perspectivas de vida se han ensombrecido. Pero a esa exclusión socio-económica viene a agregarse otro tipo de exclusión de índole cultural: su invisibilización por parte del sistema, que los sacó limpiamente de su punto de mira. Son categorías que salieron de la pantalla radar de la clase política, del mundo intelectual, del mundo universitario y del mundo sindical”. Por tanto, no es de extrañar que llegara el momento en que decidieran vestirse de amarillo fluorescente y – convertidos en la última Tribu del Amazonas[12] plantaran la Francia invisible ante las narices de todos.

A falta de fábrica donde armar sus reivindicaciones, esos obreros, agricultores, artesanos, pequeños comerciantes, camioneros, empleados públicos y privados, pequeños empresarios, los que no llegan a fin de mes y los que saben que falta poco para que les pase lo mismo, pronto iban a ocupar las rotondas, único lugar de encuentro posible, en ese mundo solitario y separado que es el suyo. Y allí, iban a descubrir que no estaban solos, que otros tampoco podían llegar a fin de mes y mucho menos asumir el incremento del impuesto sobre el carburante decretado por Macron.

Enseguida los GJ se dieron cuenta del embrollo – explica con vehemencia Annie – Macron trataba de compensar, con el aumento del impuesto sobre los carburantes, los millares de euros que ya no entraban en las arcas públicas, después de la supresión del impuesto sobre las grandes fortunas (ISF) y el mantenimiento del  CICE[13]”. Una subida inasumible, cuando el desmantelamiento de las redes ferroviarias nacionales de corta y mediana distancia imposibilita desde hace tiempo el desplazamiento en tren; cuando la escuela de los niños se encuentra a treinta kilómetros, cuando hay que recorrer veinte kilómetros más para llegar al trabajo, cuarenta para llevar a la madre al hospital, otros veinte para ir hasta el súper más cercano… Y decidieron actuar. Pero como no tenían donde reunirse, escogieron esas rotondas inhóspitas, donde sólo se circula y nadie nunca se detiene. Allí, ellos se iban a detener, a encender fogatas en pleno invierno, a poblar el silencio con sus voces, a conocerse y a darse a conocer. Enfundados en el chaleco amarillo fluorescente (obligatorio en cualquier vehículo del país) los que en su tiempo fueron llamados los “sin dientes”, “les illétrés”[14], “les petites gens” iban a dar a conocer a la Francia invisible y a sorprender a los que habían olvidado su existencia.

 

Mejor llorar juntos bajo los gases lacrimógenos que solos bajo las deudas[15]

Lo que pasó

Dos espontáneos: una pequeña empresaria llamada Priscillia Ludosky y un camionero apellidado Éric Drouet, iban a dar en Facebook el pistoletazo de salida. Su petición de supresión del impuesto sobre el carburante, logró reunir en pocas horas un millón de firmas. El primer día, el 17 de noviembre de 2018, entre 300 y 350 mil personas se manifestaron en París y en toda Francia. Hubo rotondas ocupadas y la circunvalación parisina fue parcialmente cortada. Desde entonces hasta ahora, los GJ iban a organizar cada sábado grandes manifestaciones – llamadas simbólicamente Actos – en Paris y en otras plazas fuertes, como Toulouse, Bordeaux, Montpellier, Nantes, Caen.

«Salieron a manifestarse los sans-culottes – explica Serge, GJ cuadragenario de primera hora, del barrio popular de Charenton, en la banlieue este de París. Como en la Revolución francesa donde se aliaron los Montagnards y los Girondins, con los GJ se juntaron gente de izquierdas y de derechas. Muchos nunca habían ido a ninguna manifestación, no votaban, ni pertenecían a ningún sindicato. Tuvieron lugar manifestaciones espontáneas, radicales, plebeyas, con todo lo que ello comporta de incontrolable.”

El gobierno tardó algo en reaccionar. Pero a partir del 4º Acto parisino, el 8 de diciembre, 12 vehículos blindados de la gendarmería pisaron por primera vez los adoquines de los Champs Élysées. A partir de ese día, las violencias policiales extremas no cesaron. Entre el 17 de noviembre y el 4 de febrero, gendarmes, CRS y la temible Brigade Anti-Criminalité (BAC) dispararon – según fuentes oficiales – la friolera de 122 balas de goma (LBD), 4942 granadas de fragmentación, 1428 granadas lacrimógenas (aderezadas en algunos casos – según algunas acusaciones – con cianuro, provocando vómito y lesiones graves), las cuales arrancaron 5 manos, destrozaron 24 ojos, provocaron centenares de heridas en la cabeza y dieron lugar a 400 encarcelamientos.

Ministère de l’Intérieur

La EGF – Fuerza de Policía supra-nacional a las órdenes de la UE- hizo su aparición en las manifestaciones. Al amparo de la Loi anti-casseur, votada en febrero 2019, hermana gemela de la bien conocida Ley anti-disturbio, las fuerzas de seguridad causaron 18000 heridos, realizaron 5000 detenciones, que dieron lugar a 4000 inculpaciones y 250 condenas. En Marsella, una anciana asomada a su ventana, murió víctima de una granada lacrimógena lanzada por la policía desde la calle. El emblemático GJ Jérôme Rodriguez perdió un ojo, mutilado por una bala de goma. Obligados por sus superiores a gasear y mutilar a manifestantes que podrían ser sus hermanos o sus padres, 44 policías optaron por quitarse la vida, desde principios de año.

En enero – con el trasfondo de las declaraciones chulescas del presidente Macron, referidas al embarazoso asunto de un guarda-espaldas: “Si buscan a un responsable, que vengan a buscarme”- uno de los iniciadores del movimiento Eric Drouet fue detenido por haber contestado a la pregunta: “¿Si llega ante el Élysée, qué hace?, con un: “Entro”. A partir de febrero, los GJ trataron de facilitar una convergencia con los sindicatos y en particular con la CGT. En el Acto 18 del mes de marzo, en el que participaron 1500 integrantes encapuchados de los Black Blocs[16], los destrozos en los Champs Élysées fueron de tal magnitud que el gobierno prohibió cualquier manifestación en esa arteria parisina. Ese día, la policía dejó que los violentos se despacharan a su antojo y hasta aparecieron algunos Black Blocs, dudosamente armados de martillos colgando de la cintura.

La violencia de la represión siguió creciendo. Llovieron las multas. Llevar una camiseta que aludiera a los GJ se consideró apología del terrorismo. Bastaba con tener un chaleco amarillo encima del tablero del coche o un martillo en el maletero para ser condenado a pagar una multa de 150 euros; o hacer una peineta a un policía, para acabar con un ojo menos o entre rejas. El 1º de mayo, fiesta nacional del trabajo, desfilaron como siempre jóvenes, ancianos, familias enteras, niños… “Fue alucinante – cuenta emocionado Michel GJ, obrero calificado jubilado, de origen humilde, del este de París – No había ninguna violencia y de repente la policía empezó a lanzar gases lacrimógenos. No se podía respirar. La gente escupía sangre, vomitaba. Algunos manifestantes se metieron en el hospital La Salpétrière para proteger a un discapacitado que se estaba ahogando. La policía los acusó de haber asaltado el hospital. Esa acusación fue recogida y transmitida durante varios días por la prensa y la televisión, hasta que fue desmentida por el gobierno”.

La caza a los GJ se extendió a los medios de comunicación, que empezaron a elaborar afanosamente el relato destinado a sustituir los hechos reales en la mente de la gente. Sincronizados con la actuación policial, a partir del acto 4, los GJ se convirtieron en el espectáculo permanente de los canales mainstream. La mediabolización estaba en marcha. El carrusel de las imágenes de destrozos y exacciones de grupos violentos de GJ en los Champs Élysées desfilaron en continuo en los canales BFM-TV, TF1, LCI y CNews. Una llamita de diez centímetros, con el Arc de Triomphe como telón de fondo, se convertía por arte de magia en un incendio devorador. Los comentaristas y tertulianos de turno, debatieron hasta la náusea de la presencia de la extrema derecha en las filas de los GJ, que además eran “racistas, homófobos, antisemitas y analfabetas”. Se presenció en vivo y en directo una operación de desacreditación masiva de una virulencia pocas veces vista, ponderada, es cierto (la información brindada debía ser objetiva) con la invitación a los platós de un número importante de GJ. La realidad es que dicha campaña tuvo un efecto palpable en los oyentes: despertó un odio irracional, un odio de clase contra los GJ convertidos, en cuestión de días, en unos “palurdos iletrados y violentos de extrema derecha”.

Contrastando con lo anterior, Le Média, sitio independiente de internet, daba la palabra a algunos defensores del movimiento: los historiadores Gérard Noiriel y Éric Hazan, el filósofo Michel Onfray, Étienne Chouard o Juan Branco, abogado de Julian Assange, cuya obra Crépuscule es una disección minuciosa de la subida al poder de Macron, convertida en best-seller gracias a las redes sociales. Expresándose en otros foros, Edwy Plenel (presidente de Mediapart), Frédéric Lordon, Jacques Sapir, Jacques Rancière, Olivier Filleule, Emmanuel Todd, entre otros, destacaban los aspectos novedosos y esperanzadores del movimiento.

Llegó la hora de las Ágoras. Atenazado por la represión, decepcionado por el fracaso del llamado a la huelga general ilimitada del 5 de febrero, perdiendo fuelle y visibilidad, el movimiento decidió explorar el espacio necesario de la reflexión y de la estructuración. Se celebraron las primeras Asambleas Locales de GJ, que dieron a luz a las Asambleas de Asambleas, de carácter nacional, cuyo objetivo es la estructuración democrática del movimiento. La ciudad nororiental de Commercy reunió 75 delegaciones de GJ en enero. Se repitió la experiencia en Saint-Nazaire, en abril, y en Le Creusot, en julio. “En Commercy – comenta Michel con expresión enternecida – la gente sencilla se expresó sin tener la costumbre de hacerlo. Es así como se levanta la cabeza.” Los intensos debates pusieron sobre la mesa todo tipo de peticiones, recogidas en cahiers de revendications, a modo de cahiers de doléance de los revolucionarios de 1789. Entre las cien reivindicaciones iniciales se conservaron las más votadas, como el Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC), que plantea la posibilidad de modificar la Constitución, proponer y abrogar leyes y revocar los mandatos de los representantes; el incremento del SMIC; la reducción del impuesto sobre los productos de primera necesidad o el fin de la política de austeridad, entre otras muchas.

La democracia popular, participativa, la democracia por el pueblo y para el pueblo constituye el corazón de las reivindicaciones. “Queremos tomar el control sobre nuestras vidas, queremos decidir nosotros mismos, no queremos delegar en otro que va a decidir por nosotros. Basta ya de darle el poder a alguien que va a hacer exactamente lo contrario de lo que queremos (…) Creemos que ha llegado el momento de plantear la cuestión de la democracia completa, es decir de la Constitución (…) Hay que revisarla de pies a cabeza, rehacerla completamente”, afirma Joël Périchaud, GJ del Val de l’Oise. Para ello, fueron creados los GJ Constituyentes. Se puso en marcha una formidable e impredecible escuela de formación política. Los GJ, en plena ofensiva represora, decidieron reunirse, día tras día, después de su trabajo, para hablar. Tomándose muy en serio su papel, recogieron información sobre las constituciones pasadas y la actual, estudiaron economía, sociología, derecho, leyeron a Marx, Agamben, Bourdieu, con o sin ayuda, con el fin de sustentar sus proposiciones sobre bases razonadas. A pesar del carácter apasionante y novedoso de esos procesos asamblearios y las afirmaciones declaradamente anti-fascistas, anti-racistas, anti-homófobas de sus informes, los medios no cejaron en su tozudo empeño de desprestigio y silenciaron por completo esas experiencias.

 

Somos el rayo de la cólera que ruge [17]

Luces y sombras…

Divididos entre las luces y las sombras atribuibles al movimiento de los GJ, la mayoría de los analistas se ponen sin embargo de acuerdo para afirmar que se trata de un movimiento sui géneris, que se aparta del lejano Mayo 68 francés, así como de las largas huelgas parisinas del 2005, les Nuits debout, o el 15M español, para citar sólo algunos ejemplos más recientes. Se le atribuye la aptitud para movilizar a una población refractaria a las organizaciones políticas y sindicales, a menudo abstencionista, y hacerlo exclusivamente a través de las redes sociales; la capacidad para aglutinar alrededor de un proyecto común a gente de izquierdas y de derechas, demostrando voluntad y determinación, las dos condiciones indispensables – según el filósofo Alain Badiou – para ir más allá de la simple resistencia. Porque lo que se requiere para vencer “(…) es la consciencia, la certeza de que lo que ocurre puede transformar positivamente la situación”. Hace falta que las acciones emprendidas “(…) sean integradas en una dimensión afirmativa común” [18]. Y esa dimensión afirmativa común – según he podido ver – está presente en el movimiento de los GJ.

Lo que hace la fuerza del movimiento hace también su debilidad, porque la coexistencia de personas y grupos situados en polos ideológicos opuestos, sin un pensamiento y una estrategia común, junto al hecho de depender tanto de las redes sociales, le confiere una gran fragilidad y una predisposición a ser infiltrado por elementos indeseados, como parece estar pasando con la extrema derecha. Desde el inicio, las salidas de tono de corte racista o xenófobo de algunos GJ, de inmediato recogidas y amplificadas por la prensa, empañaron la imagen del movimiento. Por otro lado, si bien es cierto que algunos GJ intentaron atajar a los grupos violentos que destrozaron las vidrieras de los Champs Élysées, en particular en el Acto 18 del 16 de marzo, lo que prevaleció fue el laisser faire. “No llamaré a la no violencia, no llamaré a la violencia, ya no llamo a nada – declaró el carismático GJ Maxime Nicole, en víspera del Acto 18. Durante 17 semanas hemos tratado, de manera mayoritariamente pacífica, de hacer recapacitar [al gobierno] y no quisieron escucharnos. Este sábado que se las arreglen como puedan…”.  Y la policía supo muy bien arreglar las cosas: hizo huelga de brazos caídos y dejó que destrozaran un sinfín de comercios. Las imágenes transmitidas por las televisiones contribuyeron a alejar a muchos simpatizantes del movimiento.

El cemento susceptible de unir a las bases del movimiento, divididas por su ideología, podría radicar en la existencia de líderes. Pero la desconfianza de los GJ hacia los políticos y el rechazo a la democracia representativa los ha llevado a negarse a tener representantes. Existen figuras, que iniciaron el movimiento desde las redes, pero son simples portavoces de todos. Hasta el punto de que cuando, muy al inicio, el primer ministro francés quiso reunirse con un representante de los GJ, y Drouet aceptó desempeñar ese papel, este pidió – para compartir con todos el contenido del intercambio y poder tomar decisiones colectivas posteriormente – que las conversaciones fueran filmadas. Ante la negativa y el enfado del gobierno, la reunión no se llegó a dar. Desde este punto de vista, se puede establecer un paralelo con los EEUU de hace tres años, donde existía (y sigue existiendo) un gran descontento en amplias capas de la sociedad del interior del país, también pauperizadas por la globalización. Vemos que esa población canalizó su ira amparándose en un Mesías magnate llamado Trump y desviando en muchos casos su ira hacia más pobres que ellos. Los GJ, por el contrario, han dirigido claramente su ira hacia los poderosos y hacia el sistema. Al no tener, por lo general, patrón contra el que luchar, debido a su forma de ganarse la vida, han asumido la imposibilidad de cambiar las cosas y alcanzar una vida mejor sin cambiar el sistema en su totalidad, bien sea en Francia o en Europa.

Gendarmerie

Pero los GJ no se limitan a una lucha abstracta contra el sistema, sino que su lucha está dirigida de manera muy concreta contra el poder y muy particularmente contra Macron, que reiteradamente ha manifestado su desprecio hacia los que “no son nadie”, hacia las mujeres “illettrées” que trabajan en las fábricas, situándose en una posición de arrogante e insufrible desdén. Dicho antagonismo podría verse como una personalización simplista, si no estuviera claramente enraizada en una oposición de clase. Macron es el representante más paradigmático de una burguesía ostentosa, desenfrenada, engreída y ciega a todo lo que no sea ella misma. Y el odio entre los GJ y Macron es mutuo. Para combatir al movimiento, el exejecutivo del banco Rothschild ha desatado una guerra despiadada contra un conjunto importante del pueblo francés, obteniendo con ello su radicalización: “Ya no estamos en una lucha de clase sino en una guerra de clase”– afirma decidida la joven GJ Florence, primeriza en las luchas sociales.

Muy lejos ha quedado el Estado providencia que cumplía mal que bien con el contrato social consensuado después de la segunda guerra mundial. Vivimos en la era de la llamada secesión de las élites. Retomando una idea avanzada por Christopher Lasch[19], Jerôme Fourquet sostiene que las clases privilegiadas han hecho secesión: “Se trata de un proceso de separatismo social que concierne toda una parte de la franja superior de la sociedad. Las ocasiones de contactos y de interacciones entre las categorías superiores y el resto de la población son en efecto cada vez menos numerosas. De manera más o menos consciente y más o menos voluntaria, los miembros de la clase superior se han cortado progresivamente del resto de la población y han construido una burbuja confortable.”[20] Por mucho que Macron pregone su teoría del goteo[21], salta a la vista que el enriquecimiento de unos pocos no sólo dejó de repercutir en el bienestar de la mayoría, sino que hace tiempo que viene empeorando sus condiciones de vida. Igual que es imposible ignorar que el bien común del país se está vendiendo al mejor postor para el provecho de unos pocos, que los servicios públicos están siendo desmantelados y que la industria y la agricultura están agonizando. Ante tal panorama, cobra sentido que los GJ enarbolen la bandera tricolor. El estandarte que ondea en cada manifestación sobre sus cabezas es una invitación a la lucha común para salvar al país. Es un llamado a suplir al Estado, que ha renunciado a proteger la sociedad y a garantizar la supervivencia de su población, como si de un mero capitalista se tratara.

 

No volveremos a la noche sin luchar [22]

El futuro

Hemos sido silenciosos, invisibles, durante mucho tiempo – dice con firmeza y sin ira Mathieu – pero ahora eso se acabó. La pasta dentífrica se ha salido del tubo y no volverá a entrar mañana, no es posible. Arriba, creen que el perro salió de la caseta y que pateándole el culo va a volver a entrar, pero es la pasta dentífrica que se ha salido del tubo y podrán empujarla todo que lo que quieran, no volverá a entrar.”

Esa determinación se hace patente cada vez que los GJ entonan el himno de la dignidad y el honor de los trabajadores. Porque con el desprecio y la calumnia a cuestas, los GJ no quieren volver a sentir vergüenza cuando no llegan a fin de mes. Y por eso se rebelan. En estos meses compartidos en el frío de las rotondas, no sólo ha crecido el espíritu de lucha, sino que ha revivido un sentimiento de fraternidad que parecía desaparecido. “Gracias Macron, hemos recuperado la fraternidad, venimos a buscar la libertad y la igualdad”, reza una pancarta. Por desgracia, las libertades y el anhelo de una mayor igualdad siguen a la intemperie: “Hay un sin techo que viene a las manifestaciones – explica Michel.  La gente le da dinero. Nunca había visto esto en las manifestaciones sindicales. La gente se preocupa por los ancianos que buscan en los contenedores, por los discapacitados. Es alucinante. Hay nueve millones de personas por debajo del umbral de pobreza, dos cientos mil sin techo, quinientos seis han muerto en las calles en 2018…”

¿Serán capaces los GJ de aglutinar alrededor suyo las energías necesarias para alcanzar cambios sustanciales? ¿Lograrán  atraer a los votantes de la France Insoumise de Mélenchon y de los demás partidos de izquierda? ¿Podrán unir sus fuerzas con los trabajadores que el sindicato mayoritario CGT logra todavía movilizar? El rechazo manifestado por los GJ hacia los partidos tradicionales y las direcciones sindicales, unido al persistente deseo de estos últimos de liderar y acaparar el protagonismo, no lo hace fácil. Tal vez los GJ tengan razón y la clave radique en la renuncia a la vieja política, el olvido de los liderazgos y la revisión de la verticalidad del poder político.

Hace poco ha ardido – o mejor dicho han dejado arder – el Amazonas. Más que nunca tienen vigencia las palabras de Walter Benjamin: “Dice Marx que las revoluciones son la locomotora de la historia universal. Pero tal vez se trate de algo completamente distinto. Tal vez sean las revoluciones el gesto por el que el género humano que viaja en ese tren echa mano del freno de emergencia.” [23]

 

[1] Alusión a La Internacional: “Nous ne sommes rien, soyons tout” (No somos nada, seamos todo).

[2] Aunque se oponga Macron, aquí estamos, por el honor de los trabajadores, por un mundo mejor, aquí estamos.

[3] A partir de ahora GJ (Chalecos Amarillos)

[4] Tipo de granada de fragmentación (sting-ball grenade) en más dañino. Sólo debe ser utilizada si la policía se halla cercada. Puede provocar heridas graves y hasta la muerte. En Europa, sólo la policía francesa la utiliza.

[5] Policía antidisturbio creada en 1994. Actúa habitualmente vestida de civil. Especializada en las intervenciones antidisturbios en los suburbios de las zonas urbanas.

[6] El hambre justifica los medios. Juego de palabra entre fin (fin) y faim.

[7] En francés : Des gueux, des beaufs, des bouseux

[8] Christophe Guilluy: Entretien pour Atlántico. 26 de enero 2019.

[9] Salario Mínimo

[10] Ver el análisis de la agrupación de GJ llamada M17: “La clase moyenne n’existe pas”. 14 de febrero 2019.

[11] Christophe Guilluy: La France périphérique: le risque de la sécession ? Démosthène 2012. 28 novembre 2014

[12] Cita y metáfora de C. Guilluy. Idem.

[13] Crédit d’Impôt pour la Compétitivité et l’Emploi, ideado por Macron cuando era ministro de economía de Hollande. Pagado por los contribuyentes sobre todo a las grandes empresas, supuestamente para crear empleos.

[14] Respectivamente, por los presidentes Hollande y Macron.

[15] Eslógan de los GJ

[16] Agrupación en su mayoría compuesta por jóvenes y estudiantes libertarios de extrema izquierda. Actuó por primera vez en Seattle en 1999, en la cumbre de la OMC, luego en Strasbourg en 2009 contra la OTAN y más tarde contra el desalojo de la ocupación de Notre-Dame-des-Landes, donde el gobierno planeaba construir un aeropuerto. Estuvieron  recientemente en Biarritz, donde se reunió el G7. Admiradores del filósofo italiano Giorgio Agamben y próximos al Comité invisible francés. Han construido un pensamiento y un proyecto de sociedad, que integra la organización comunal, inspirada en experiencias latinoamericanas y de la zona republicana durante la guerra civil española.

[17] Eslógan de los GJ

[18] Alain Badiou entrevistado por Aude Lancelin para Le Média. Entretien libre nº 13. Mayo 2018.

[19] Christopher Lasch usa el concepto de segregación de las élites mundializadas- resto de la población en: La révolte des élites et la trahison de la démocratie. Flammarion 2007.

[20] Jérôme Fourquet : Quand les classes favorisées ont fait sécession. Fondation Jean Jaurès, N°175

[21] En francés ruissellement ; en inglès trickle down economics. Teoría económica liberal, que afirma que los ingresos de los más ricos se reinyectan en la economía a través del consumo y las inversiones y favorece la creación de empleos.

[22] Eslógan de los GJ

[23] W. Benjamin: Tesis sobre la historia