Estos desbordes sociales van dejando día a día su resabio de violencia y daño. La represión de las Fuerzas Especiales de Carabineros de Chile es brutal y arremete con caballos sobre la gente, con disparos, gases pimienta y lacrimógenas hiriendo el rostro de personas pacíficas, estudiantes, profesionales. Disparan balines de goma y de acero que ya han herido a demasiados, les disparan a los ojos y van quedando muchos tuertos. Al joven estudiante Gustavo Gatica que simplemente sacaba fotos, con sus manos limpias, lo dejaron ciego. Además de quienes – más de veinte ya – directamente han perdido la vida en las jornadas en las que el país se debate más allá de un reclamo que termine con los abusos, por un cambio radical de los usos que hasta ahora han sido más comunes. De fondo, el intangible al que se aspira se llama dignidad.

Pero esa dignidad, el justo reconocimiento del otro, su derecho a ser como es, a que los demás lo asuman con todas sus legítimas diferencias, a tener las mismas oportunidades que cualquiera, a que no le roben ni lo saquee el mismo Estado, tampoco tenga que endeudarse para llegar a fin de mes, a la no discriminación ni la marginalidad, esa dignidad que se merece cualquiera por el simple hecho de que es un ser humano, es tan difícil de conquistar.

Ni hablar de los daños materiales con los que la televisión nos bombardea diariamente, el vandalismo, la destrucción y la revancha que surge incontrolablemente. Los atentados simultáneos a las líneas del metro que no se explican sino como planificados, los incendios que tienen a los bomberos sin pausa ni tregua, la batalla campal que se libra en las mayores avenidas, en las plazas y también en las poblaciones más humildes, la necesidad de romper lo que sea para expresar una rabia contenida por décadas.

Hay algo que no logró integrar esta nación, un poderoso contenido que ha quedado como un nudo en la biografía de todos y todas, que resurge como un pendiente histórico que no ha podido ser reparado y arrastramos desde los tiempos más oscuros de la dictadura militar. No se trata solamente del atropello a los derechos humanos ni de la impunidad que todavía existe. Es algo más fundamental aún, un destino que torcimos, una traición al rumbo que nos habíamos trazado colectivamente. Lo intentamos comprender y reconciliar cuando volvimos a la democracia, pero no entendimos siquiera el significado de la palabra acuñada por los antiguos griegos. Democracia es el gobierno del pueblo, no de las élites. Es el gobierno de las mayorías, no de los representantes del capital financiero. La democracia que hemos tenido es formal y no real, es manipuladora y funcional a los intereses de los privilegiados. No hemos podido construir un país para todos, una patria capaz de amparar.

Todos esos pendientes están ahora en las calles y no en vano lo que cohesiona a los manifestantes son fragmentos de la cultura de los años setenta, gritos, canciones que nos estremecen viceralmente y traen a la memoria los sentimientos de ese tiempo anterior a la monstruosidad: «El pueblo unido jamás será vencido», «El derecho a vivir en paz», y las frases de Allende respecto a que «más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor».

Así se vivio el Concierto Víctor Jara Sinfónico (suite de Carlos Zamora) en la voz de Manuel García, como un llamado a la reflexión y encuentro a través de las letras y música del fallecido líder de canción protesta. Organizado por Fundación Teatro a Mil, en colaboración con GAM, el elenco estará formado por más de 80 artistas clásicos de la Nueva Orquesta Nacional y el Nuevo Coro Chileno. Dirige Pablo Carrasco y Paula Elgueta.

Gepostet von Centro Cultural Gabriela Mistral am Sonntag, 10. November 2019