por Javier Tolcachier

Ganó Evo. Ganó el Proceso de Cambio.  Por una diferencia exigua, luego de totalizado el conteo, el binomio oficialista superó la barrera de los diez puntos porcentuales sobre el segundo, Carlos Mesa. El representante del neoliberalismo fue ex vicepresidente de “Goñi”, Gonzalo Sánchez de Lozada, responsable de la virulenta represión a los movimientos sociales en el Octubre Negro de 2003, desde entonces prófugo en los Estados Unidos. Luego de su precipitada renuncia ocupó el Ejecutivo durante los siguientes veinte meses.

Como era previsible, la oposición no respeta los resultados y convoca por estas horas a sus adeptos a desconocer el triunfo y la reelección de Morales Ayma. Invocan fraude, que igualmente vociferarían ante cualquier resultado adverso, en primera o segunda vuelta. Al escapárseles esta última de las manos, el tenor se vuelve violento y golpista.

En el legislativo, el Gobierno pierde su amplia supremacía de dos tercios, pero conserva la mayoría en ambas cámaras.

Con esta victoria ganan los sectores más pobres de Bolivia, el campesinado, los trabajadores y la clase media baja en proceso de empoderamiento social. Celebran también con júbilos en los distintos rincones de América Latina y el Caribe las fuerzas de la izquierda y el progresismo.

Luego del lógico desgaste de un período de más de trece años de gobierno, la emergencia de una nueva generación en Bolivia, la guerra sucia de noticias falsas de muy mal gusto, la exacerbación secesionista y racista, la aparición de un candidato evangelista de ultraderecha y el trabajo de zapa conspirativo de los tentáculos de Estados Unidos, ¿cuál es la clave del nuevo triunfo del primer presidente de origen indígena y campesino de Bolivia?

Las venas orgánicas del Proceso de Cambio

La legitimidad democrática de la victoria del binomio gubernamental no está sólo dada por la matemática electoral exigida (más del 40% y diferencia de 10% con el segundo) sino por el apoyo y representatividad que confieren al gobierno las organizaciones sociales campesino-indígena y obreras. Las primeras, agrupadas inicialmente en el Pacto de Unidad, luego en la CONALCAM, representan al arco íntegro de la ruralidad discriminada, alejada hasta el 2006 de toda decisión e incidencia en las políticas públicas.

Estas fueron las fuerzas que constituyeron el grueso de la resistencia al último tramo –neoliberal – de una explotación de siglos. Constituyen a su vez, el complejo organismo popular que dio vida a una revolución plurinacional y soberana, que devolvió dignidad cultural en el intento de ampliar las fronteras democráticas de un estado racista  y plutocrático, enajenado por la oligarquía y servil al interés multinacional.

La potencia de las organizaciones campesino-indígenas está relacionada con una matriz demográfica cuyo modo de vida y memoria histórica exhibe fuertes trazos comunitarios. Si bien hoy ya el 70% de la población boliviana vive en medios urbanos, la migración interna ha trasladado aquella estructura mental a los sectores periféricos de las ciudades.

Por su parte los obreros, mayoritariamente representados por la Confederación Obrera Boliviana (COB), son la memoria viva de la larga y dolorosa lucha de mineros y otros sectores fabriles para superar la vejación y adquirir los más elementales derechos humanos. Herederos de la Revolución nacionalista del ’52, completan el conglomerado de sublevados que, con apoyo a veces muy crítico, forman parte del entramado popular que sustenta al Proceso de Cambio.

La legitimidad popular de Evo Morales tiene mucha relación con sus orígenes pobres y campesinos, pero se funda sobre todo en su trayectoria como dirigente social cocalero y constructor de la unidad campesino-indígena de todas las regiones y su instrumento político MAS-IPSP. Herramienta a través de la cual estas orgánicas lograron ocupar espacio institucional y tener incidencia en las políticas públicas.

Asimismo, Evo Morales ha cumplido el papel de mediar en la tensión urbano-rural y establecer un equilibrio inestable entre la cultura originaria del Buen Vivir y las ansias de desarrollo humano dependientes del avance de una economía anteriormente muy precaria. Paradoja que aumenta si se piensa que esta inédita revolución basó el triunfo electoral de este domingo en premisas de estabilidad y crecimiento.

Urnas blanquicelestes

La inmensa mayoría de las y los argentinos ansía el triunfo de la fórmula opositora encabezada por Alberto Fernández secundado, desde una centralidad política innegable, por la ex presidenta Cristina Fernández. La debacle social producida por el neoliberalismo de una banda delincuencial les da la razón.

La victoria del Frente de Todos será producto de la unidad de (casi) todos los sectores (casi) opuestos a las políticas macristas. El doble “casi” expresa el eterno aislacionismo trotskista, cuya razón política suele alimentarse de la autoreferenciación vanguardista, legado del asesinado fundador de esta corriente, Lev “Trotsky” Bronstein. Tampoco forman parte de este frente los gobernadores justicialistas de Salta y Córdoba.

El segundo “casi” hace referencia a un cúmulo de dirigentes, legisladores, gobernadores y hasta organizaciones que, por voluntad propia o por extorsión, apoyó largamente al macrismo o al menos no lo confrontó explícitamente.

Lo cierto es que la unidad de esta configuración política electoral de coyuntura expresa la voluntad popular, hecho que se verá reflejado en el amplio margen (de alrededor de un 20% o más) que resultará de las urnas el domingo 27, concluyendo así con este período nefasto y devolviendo las esperanzas a un hoy asfixiado pueblo argentino. Un pueblo dispuesto a afrontar las consecuencias de sus errores políticos anteriores y “tirar para adelante”.

La unidad de fuerzas que incluye a diversos sectores políticos (de la Teología de la Liberación, de izquierda nacional, comunistas, humanistas, bolivarianos, radicales alfonsinistas, pequeño y mediano empresariado, campesinos, entre otros), está vertebrada alrededor del movimiento peronista. Movimiento cuya estructura se entronca desde sus inicios laboristas con el sindicalismo – en ocasiones más burocrático, otras veces más reivindicativo – y cuenta con una base política significativa de gobiernos provinciales y municipales. Estos gobiernos son los que en provincias y municipios menos favorecidos proveen muchos puestos de trabajo que, combinados con una imprescindible estructura de asistencia social configuran un esquema de poder innegable. De ellos emana un importante caudal de votos y de movilización, pero también contrapeso federalista al omnipresente centralismo portuario heredado de la historia colonial, centralismo que condensa el macrismo en símbolo y presencia política.

A estas formas políticas orgánicas, se agregan movimientos populares, que actúan generalmente en las periferias donde la miseria hace estragos. La combinación de reivindicaciones de urgencia (hábitat, programas de trabajo y autoconstrucción, salarios sociales, fortalecimiento de la economía popular) en conjunto con una multiplicidad de acciones directas de desarrollo humano han proyectado a estos movimientos a constituirse a su vez en columnas importantes de expresión y acción popular.

También han proliferado con fuerza en Argentina otras expresiones orgánicas. Iniciativas y redes feministas, activismos en defensa del medioambiente, coaliciones de comunicación democrática, organismos de derechos humanos, articulaciones de la cultura, que junto a las innumerables actividades sociales, culturales y deportivas tradicionales extienden un mapa orgánico que vertebra en profundidad a la Argentina.

La banda oriental

El caso uruguayo, similar demográficamente al argentino en cuanto a la influencia de la inmigración europea, presenta un mapa político diferente. Uruguay fue pionero en la realización de la confluencia de fuerzas de izquierda con otros sectores progresistas. El Frente Amplio, actualmente en el gobierno, condensa las luchas de trabajadores organizados en la central sindical única CNT (hoy PIT-CNT) y la sedimentación del movimiento estudiantil uruguayo -unido en la FEUU ya desde 1929-. Agrupa en su heterogeneidad el esforzado trabajo político de los partidos de izquierda y del brazo político del MLN-Tupamaros, y a través de la complementación de esfuerzos contra la dictadura, incluye a algunos sectores colorados y blancos en defensa de las libertades democráticas, de fuerte arraigo en la sociedad uruguaya.

Este entramado permitió al Frente Amplio conquistar sucesivamente territorio político que antes estaba capturado por el batllismo colorado. Sin embargo, la heterogeneidad en su interior, necesaria para la acumulación de fuerzas, constituye no sólo la explicación de su fortaleza sino también de su vaivén ideológico y las contradicciones en su rumbo.

Hoy la disputa política en Uruguay viró a la derecha. Tres mandatos consecutivos en el gobierno del FA, la paradoja de una sociedad avejentada y una juventud en dialéctica con una memoria posneoliberal, propician que la derecha gane terreno con el discurso de la seguridad ciudadana y la antipolítica. Por su parte, el Frente Amplio hace valer el peso de una situación objetiva de relativa estabilidad económica.

El peligro de derrumbe social que muestra Argentina no es plenamente identificado con lo que podría suceder si un ultraliberal toma las riendas, porque el FA emprendió hace tiempo un rumbo poco inquisidor de las estructuras sistémicas. Por otra parte, el giro conservador del mundo y la región también afecta el escenario de los sentidos comunes, restando oxígeno a la agenda progresista, sobre todo si esta resulta desteñida.

La reactivación de la prosapia Lacalle en el Partido Nacional, el intento del Partido Colorado de recuperar o mantener terreno y la reaparición castrense en la escena política bajo la sigla de Cabildo Abierto, en la figura del destituido y ahora procesado ex comandante en jefe del ejército Manini Ríos, configuran la constelación conservadora. Para lograr impedir la continuidad de la coalición progresista en el Ejecutivo, la oposición debería presentar, en una casi segura segunda vuelta, una unidad difícil pero no improbable. Todo indica, sin embargo, que el FA será la fuerza más votada en la primera vuelta, prolongando una probable mayoría legislativa.

Si bien el pronóstico es aún incierto, la activación de la fibra social organizada y quizás los ecos del triunfo frentetodista en Argentina, serán de suma importancia.

De la opresión a la rebelión

Los levantamientos populares se suceden en América Latina y el Caribe, producto de la aplicación de programas fondomonetaristas de dudosa eficiencia fiscal, recorte a prestaciones sociales y aumento del costo de vida. La multiplicación de expresiones masivas de descontento popular  se desprende de un contexto globalizado de economía financiarizada que anula las demandas de bienestar social de una población con creciente conciencia de sus derechos.

En Ecuador, el protagonismo inicial del sector transportista y los estudiantes y la imponente movilización indígena posterior encarnaron un reclamo popular que luego se extendió a otros sectores sociales.

En Haití, el grave desamparo humano de un país en manos de una élite corrupta y ocupado militarmente por fuerzas multinacionales, provoca recurrentes alzamientos de la población. La ficción de gobierno democrático que encarna el empresario Jovenel Moise se sostiene apenas por la voluntad de los personeros del “Core Group”, compuesto por representantes de la ONU, la OEA, la Unión Europea y las embajadas de Estados Unidos, Francia, Canadá, Alemania, España y Brasil.

Frente a la ignominia, el proyecto de unidad de agrupaciones campesinas y populares aglutinadas en el Foro Patriótico asume la propuesta de una transformación institucional y económica soberana, sin tutelas externas.

En Chile, los jóvenes estudiantes secundarios -tal como ocurrió en la Revolución de los Pingüinos en 2006- encabezaron la revuelta de la “Evasión masiva” ante el aumento de los pasajes en el transporte subterráneo, concitando el decidido apoyo de la población hastiado ya de una dictadura neoliberal de cuatro décadas.

La fuerte orgánica social chilena que llevó a Salvador Allende a la presidencia y fue destruida o exiliada por el régimen asesino de Pinochet, se ha comenzado a reconstruir. La resistencia se asienta en el estudiantado, en la articulación de sectores sindicales y actores sectoriales contra el expolio medioambiental, el sistema de pensiones, agrupaciones feministas, de Derechos Humanos y de la diversidad. El agotamiento del bipartidismo como fórmula de conservación ha dado pie además a un conglomerado frenteamplista cuya inserción social será puesta a prueba en las próximas elecciones municipales y de gobernadores regionales (2020).

El pueblo sigue movilizado desafiando la represión y la Unidad Social, un conglomerado constituido por más de cien organizaciones y movimientos sociales, llamó a Huelga General. Además de la exigencia de levantamiento del estado de excepción y descriminalización de la protesta, hay demandas de renuncia gubernamental y vuelve a reivindicarse la convocatoria a una Asamblea Constituyente con participación popular, para relevar a la Constitución impuesta por la dictadura pinochetista en 1980.

Las orgánicas reaccionarias

Tanto en Ecuador como en Chile, como respuesta violenta a la justa protesta, los gobiernos de Moreno y Piñera sacaron el ejército a la calle, decretaron el estado de excepción y el toque de queda propios de épocas dictatoriales.

En Honduras continúa la movilización popular antigolpista liderada por el partido Libre en consonancia con el Partido Liberal y el ex candidato Nasralla, ante la represión de un gobierno ilícito y ligado a mafias del narcotráfico. En Perú el aparato político y judicial está en quiebra. En Colombia, la violencia institucional y paramilitar, el asesinato y amenaza permanente a líderes y lideresas sociales, la concentración económica y el faccionalismo opositor prolongan una agonía popular de décadas. En Brasil un títere sin partido es apenas la fachada institucional de la tutela militar y norteamericana. En Guatemala, el fraude político y la falta de alternativas populares sólidas ahogan de momento las expectativas de cambio, al igual que en el Paraguay.

Las iglesias pentecostales y la jerarquía católica actúan como elementos regresivos decisivos en el sentir de las franjas suabalternizadas de la población. Entre los pliegues de una religiosidad que conecta con el desamparo y la vacuidad de sentido, van envueltos falsos discursos moralizantes y una influencia colonialista que carcomen las posibilidades de reales y profundas transformaciones sociales y humanas.

Por su parte, los medios hegemónicos operan en el campo de la subjetividad con un aceitado sistema de censura, desinformación y tergiversación. Las redes sociales digitales monopólicas se vuelven un campo de disputa comunicacional, en el que junto a indispensables coberturas informativas alternativas, pululan las noticias falsas, el troleo contrainsurgente y los ataques dirigidos.

El aparato de la extrema derecha republicana ha hecho de la guerra multiforme contra Cuba, Venezuela,  Nicaragua y todos los procesos progresistas de América Latina, el centro de sus acciones, junto a una ofensiva agresiva mundial contra las naciones que no obedecen a las pretensiones hegemónicas de la potencia en declive.

El aparato “orgánico” de la acción conspirativa local en América Latina y el Caribe son un conglomerado de fundaciones y organizaciones (¿No?) gubernamentales, financiadas por agencias estadounidenses, que construyen y entrenan liderazgos, operan guerras de sentidos e intrigas contrarias a los procesos emancipadores en la región.

Neoliberalismo, un disolvente orgánico en un mundo en descomposición

Las rebeliones requieren un grupo de activistas disparadores y la adhesión de una amplia mayoría popular alrededor de sentidos comunes simples e indubitables. Las revoluciones, si bien derivan habitualmente de desbordes coyunturales, implican además visiones, liderazgo y una estructura orgánica consistente, capaz de proyectar la inmediatez al mediano plazo y sostener la segura avalancha contrarrevolucionaria del poder establecido.

De allí que el poder sitúe entre sus objetivos primarios aniquilar preventivamente las imágenes de posibles alternativas, descabezar y deslegitimar a las rebeldías y desestructurar todo posible movimiento que amenace con constituirse en eje de las transformaciones.

El neoliberalismo, lejos de ser sólo un esquema económico, es un vector ideológico que apunta a desconectar al individuo de su medio social, cultivando significados de competencia, acumulación, meritocracia y estratificación social. Esta estrategia, pretende relevar todo componente colectivo indispensable para una transformación social consistente y de cierta permanencia.

Sin embargo, la penetración de esta ideología, que se presenta como némesis de lo ideológico, no se debe solamente a los refinados y omnipresentes dispositivos acuñados para instalarla. Es la desestructuración creciente de la época lo que lo facilita.

La dinámica de un sistema que ha llegado a sus límites planetarios promueve su propia descomposición. La aceleración del cambio tecnológico y sus implicancias chocan con los hábitos y memoria de un conjunto humano con tendencia a la ancianización, abriendo profundas grietas generacionales. Los antiguos lazos pierden consistencia y la fragmentación se expande.

Revolución y recomposición del tejido social

Ante los ojos humanos se evidencia la imperiosa necesidad de nuevos horizontes que recojan lo mejor del trajín histórico anterior y que profundicen la construcción humilde y sentida de “una revolución social que cambie drásticamente las condiciones de vida del pueblo, una revolución política que modifique la estructura del poder y, en definitiva, una revolución humana que cree sus propios paradigmas en reemplazo de los decadentes valores actuales.”[1]

Las revoluciones presentes y futuras habrán de abordar necesariamente entre sus primarios la reconstrucción del tejido social deteriorado. Para hacer frente a la ola de nacionalismos xenófobos, el fundamentalismo, la misoginia, el disciplinamiento social y la exclusión,  promovidos por el sistema a través de sus vehículos de derecha, dicha reconstrucción podrá colocar como premisa fundamental de su escala de valores el reconocimiento pleno de la humanidad en cada uno y las derivaciones de este hecho en la vida personal, interpersonal y colectiva.

Este vínculo de humanidad primordial, esta actitud de reconocimiento de una posible “comunidad en la diversidad”, puede representar en el mundo actual un núcleo orientador para avanzar en la lucha por la justicia social, la liberación política y la realización efectiva de los Derechos Humanos para todas y todos.

 

(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro de Estudios Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.

 

[1] Silo. Cartas a mis amigos. Séptima Carta. Ed. Centaurus. 1era. Edición (1994) Buenos Aires.