Por Claudia Soto Rojas*

Siempre las cosas coinciden, todo lo que estamos viviendo en Chile tiene una razón de ser. El comportamiento humano tiene una base, un sentido. No podemos escuchar a una ex-alcaldesa decir, tan livianamente, que la violencia no se comprende desde ningún punto de vista, a eso podríamos responder cantando: ¡estrechéz de corazón! y de conocimientos de sociología urbana básicos para quienes ocupan cargos públicos. La situación de estos días sólo muestra la enfermedad social que nos instalaron hace décadas. Una sociedad que perdió el sentido colectivo, que perdió la educación de calidad, (y ojo aquí, porque educación de calidad significa desarrollo también del espíritu, de la apreciación de las artes, la conexión con el entorno inmediato y lejano, entre otros) la salud básica con buena atención y oportuna, la reflexión, el diálogo, el buen vivir, la amabilidad, la solidaridad, la alegría de vivir comida por la angustia del sobrevivir y del vivir bajo la presión del tener para mantenerse en el lugar social y cultural que se desea, etc.

Octubre 2019, mes de la exteriorización de la enfermedad social provocada en Chile, país símbolo del sistema neoliberal. En este contexto el arte y nuestra labor como artistas tiene un rol fundamental. Nadie lo ve, pocos lo entienden, pero la actividad artística trabaja bajo los parámetros espirituales y simbólicos que todos necesitamos, ese espacio emocional e íntimo que está aplastado por una sociedad enferma donde nos enseñaron, por años, que cada uno debe luchar por su propio camino centrado en lo económico y un bienestar basado en el consumo que no es real, donde la solidaridad casi no existe, porque la conexión con nuestro ser interno no se desarrolla y la desconfianza y el miedo han marcado nuestras vidas desde hace mucho. Como lo describen muy bien Rodríguez, Saborido y Segovia en su libro Violencia en una ciudad neoliberal: Santiago de Chile (estudio válido para todo el país urbano, a mi parecer).

Hoy tenemos la provocación encima, los uniformados y los helicópteros son parte de las claras señales de la construcción del miedo de un modo demasiado burdo. Miedo, más miedo, más desconfianza y así justificar la represión que salve al gobierno de su caída, incapaz de dialogar y mirar a la sociedad toda como la masa crítica que somos.

En este tiempo, entrando en el año 20 del siglo XXI, es cuando los artistas debemos comenzar a mostrar nuestro trabajo de un modo diferente, nuestras reflexiones del ser y del sentir se hacen tremendamente necesarias. Nuestro trabajo necesita del diálogo profesional que ayude a la mejor comprensión de las disciplinas, que apoye los modos de educación, que ayude a una mayor cobertura pública, etc. Porque toda sociedad necesita sentirse representada; las expresiones artísticas tienen esa gran responsabilidad social. No sólo el cine cumple ese rol, también las artes escénicas y dramáticas, musicales, plásticas y visuales. Por eso la escultura urbana, que hoy parece que a nadie le importa, se transforma en una herramienta de lucha también por nuestra dignidad, porque el arte es el desarrollo libre del espíritu y lo necesitamos en un camino que crezca para lograr el bienestar común, para ser felices. No necesitamos los helicópteros rondando nuestros peores recuerdos de la dictadura, de la represión sin límites, de la deshumanización colectiva desde el estado, igual que hoy, bajo una ceguera e inconciencia total.

El trabajo simbólico es necesario más que nunca, aunque sea el tiempo más complejo y difícil para que nosotros los artistas podamos desarrollarlo. Porque eso si que es importante gritarlo a voces, nunca fuimos tan maltratados como en este tiempo, nunca fuimos menos respetados, incluso por el mismo medio que podemos llamar cultural. Sería bueno aprovechar este momento, también, para reflexionar sobre el rol de los difusores del arte en nuestro país, por ejemplo: de los espacios expositivos, de las instituciones que manejan los medios de prensa escrita, radial y televisiva, las publicaciones que establecen discursos desde sus relaciones de poder, incluyendo los espacios regionales, educacionales públicos y privados. Porque el trabajo artístico está totalmente invisibilizado, nuestro trabajo dedicado, profesional y consciente, a nadie le importa mostrar, ni dialogar sobre él. Vivimos bajo la sombra de la tecnología y el poder exacerbado de la ciencia. Hemos caído en una incomprensión casi total del quehacer artístico y su rol social. El diálogo crítico del arte casi no existe, hay expresiones del arte que no tienen discursos o son extremadamente pocas las voces. Y aquí la escultura urbana es una de las áreas con menor diálogo formado y público.

Entonces artistas de Chile hagamos un esfuerzo por hablar de lo que hacemos, hagamos un esfuerzo por crear espacios que muestren y dialoguen sobre nuestras ocupaciones. Donde los escultores de espacios públicos (disciplina que me compete) podamos ser cada vez más artistas ciudadanos, como decía en los años 70’s Siah Arayani y dejar de ser artistas genios.

Tenemos tantas cosas que decir, pero antes de poder dialogar de lo que nos preocupa y ocupa debemos solicitar a las autoridades de turno, especialmente en las regiones y en nuestra ciudad, que la escultura urbana pase a ser una preocupación de la ciudad y de la ciudadanía. Basta ya de seguir inaugurando obras urbanas si las que fueron emplazadas en el pasado cercano están en un estado terrible. Algunas obras rotas, otras pintadas por la municipalidad de un color diferente, o pintando bronces y hermosas obras de piedra de color blanco o verde, otras veces dorado, en fin, un horror para nuestra disciplina, una total falta de conocimiento que deviene en una total falta de respeto a nuestra disciplina.

Necesitamos urgentemente un cambio de estado del ser humano, un cambio colectivo que en resumen se logra (entre muchas cosas) con comunicación, con lazos de convergencia emocional, profesional y la construcción colectiva de espacios de reflexión. Es el diálogo o más bien, la falta de este lo que terminó por enfermar nuestro país. Creímos que todo se reconstruiría desde el poder, creímos que el centro del país tenía la misión de dar los parámetros por donde transitar y no fue así, es que no es así, es la ciudadanía, desde todos los lugares y escenarios los que debemos reconstruir nuestro país y formular los discursos que queremos. El arte no ha muerto nunca, el arte es parte de nuestro ser interno y social, el arte es un vehículo del verdadero desarrollo.

 

*escultora