Por Fernando Salinas

El neoliberalismo siempre ha tratado de convencernos de que el libre mercado, ojalá sin regulaciones, es la mejor solución para el crecimiento de la economía y, por “chorreo”, para el bienestar de todos los individuos, en tanto consumidores.

Su discurso es principalmente económico y el único principio que defiende formalmente es la libertad, pero solo referida a lo que el filósofo Isaiah Berlin define como libertad negativa, es decir, el ámbito en que un ser humano puede actuar sin ser obstaculizado por otros. Sin embargo, en la Constitución Política que impuso la dictadura de Pinochet en 1980 se estableció, adicionalmente, una jerarquía especial para el derecho de propiedad, por sobre los derechos sociales de las personas y aquellos que involucran a los bienes comunes. Esta, a mi juicio, es la causa que ha contribuido a generar una sociedad desigual e individualista.

Dejar a las fuerzas del mercado las decisiones que le deberían corresponder a la sociedad como un todo, ha generado una descomunal concentración de poder que ha cooptado al sistema político. Y esto lo hemos podido apreciar en Chile claramente en los últimos años, donde, incluso, las grandes corporaciones han corrompido a muchos políticos para que legislen de acuerdo a sus intereses. ¿No es éste un problema ético?

Pero lo anterior no nos debería llamar la atención, es totalmente consistente con la filosofía política que está detrás de la ideología neoliberal. El neoliberalismo no considera que la ética sea el sustento del tejido social, porque no cree en la sociedad, solo cree en el mercado, donde lo único relevante es la transacción. Lo expresó muy bien Margaret Thatcher, ícono político del neoliberalismo y amiga cercana de Pinochet: “la sociedad no existe, solo existen hombres y mujeres individuales”. Si no hay “un otro” con el que compartamos un espacio común, todas nuestras acciones solo nos afectan a nosotros mismos y, en tal caso, la ética carece de sentido. Por esa razón, el mítico Robinson Crusoe nunca tuvo que enfrentarse al dilema ético, no había nadie a quien podía afectar. La ética sólo existe en el ámbito de lo social.

Por lo tanto, la explosión ciudadana que estamos experimentando en Chile es una reacción con trasfondo ético, que rechaza a un sistema que ha desmantelado el tejido social y lo ha reemplazado por una red de transacciones económicas que, finalmente, ha conducido a una desprotección brutal de la ciudadanía, al punto de que el abuso y la desigualdad se han transformado en parte inherente de nuestra cotidianidad.

El gobierno se equivoca en centrar el problema solo en el vandalismo, pero ello es consistente con su concepción de carencia de sociedad. En palabras de Thatcher sería algo así como: son hombres y mujeres individuales que realizan actos delictuales, pero las miles y miles de personas que reclaman conjunta y pacíficamente en todo Chile no son un fenómeno individual, están demostrando que la sociedad sí existe y está reaccionando frente al neoliberalismo que se impuso por la dictadura en Chile hace 40 años y luego se proyectó a gran parte del mundo.

¿Estamos frente al comienzo del fin del neoliberalismo? Ya lo veremos, y dado que nosotros los chilenos recibimos su primera implementación, quizás debamos ser la primera solución para desprendernos de él. ¡En buena hora!, dado que frente a la crisis ecológica que vive el planeta, el neoliberalismo no tiene ninguna solución, más bien, es parte central del problema. La concentración de poder económico que se ha generado en el mundo y que ha convertido a la política en un bien de mercado, es el mayor obstáculo para resolver la crisis ecológica global, sobre todo en momentos en que el concepto de sociedad debe ampliarse a ecosociedad, que incluye a todos los seres no-humanos de nuestro planeta, con un sentido aún más amplio de la ética.