Gaetano Scirea murió el 3 de septiembre de 1989, en un accidente de tráfico en Polonia. Han pasado 30 años.

Cuando escuché la noticia, creo que en Domenica Sportiva, lloré. Hemos llorado en muchos; fue un duelo que sacudió toda la Europa aficionada al fútbol.

Scirea no era un personaje de portada, como Maradona, ni siquiera un revolucionario proclamado como Sócrates o Paul Breitner. Fue a la Copa del Mundo en Argentina en 1978. Llevaba una vida bastante reservada con su familia.

¿Por qué entonces nombrar a Gaetano Scirea entre los jugadores que vale la pena recordar? ¿Por su personalidad? ¿Por la herencia moral que nos ha dejado?

Nacido en 1953 en Cernusco sul Naviglio, de una familia de la clase trabajadora, apareció en el mundo del fútbol profesional a principios de los años 70 en Atalanta, en la Serie B. En 1974 fue comprado por la Juventus.

Se dice que el entonces presidente de Atalanta llamó a Boniperti (el entonces presidente de la Juventus): «Este te lo traigo yo. Si es un buen futbolista se verá, mientras tanto, es un gran hombre». Tenía 21 años de edad.

Juega detrás de la defensa, libera al último hombre, el que está listo para tapar los huecos que dejaron sus colegas y el primero en comenzar la acción. En ese papel, se convierte en el jugador más fuerte del mundo de su generación y uno de los más fuertes en la historia del fútbol.

Juega el resto de su carrera en la Juventus, hasta 1987, el año de su retiro. Con la Juventus de Trapattoni, Platini, Rossi, Tardelli, Cabrini, etc. gana siete campeonatos y todas las copas internacionales, llegando a jugar más de 500 partidos.

Pronto se convierte también en un pilar del equipo nacional italiano con el que jugó 78 veces y ganó la ahora legendaria Copa del Mundo de 1982. En la final con Alemania, fue el pase para Tardelli lo que marcó el gol del «grito».

Al verlo jugar, se presencia todo lo del fútbol de esos años, el ideal técnico y táctico perseguido incluso por el fútbol de hoy: Scirea es un jugador universal, que contrasta, defiende y borra el balón si es necesario, pero establece la acción desde la defensa, sugiere pases, lanzamientos, adelantos, diálogos y marcas. Un futbolista que hace de la visión del juego, de la velocidad y la anticipación sus fortalezas: llega por delante de los demás cuando defiende y siempre sabe dónde mandar la pelota cuando entra en juego.

Un jugador que nunca ha sido expulsado en toda su carrera y solo ha sido advertido una vez. Muy correcto, extremadamente inusual para un defensor.

Y es aquí donde comienza la parte realmente interesante de Gaetano Scirea, tanto que automáticamente pienso en él ya que, al estudiar latín en la escuela secundaria, se nos describió el ideal de «humanitas» de los antiguos romanos: comprensión, altruismo, educación, elegancia.

Al contemplar en el campo a Gaetano Scirea, vi todo esto.

Es más, todos los que lo conocieron, desde compañeros de equipo, oponentes, gerentes deportivos, familiares, en entrevistas, servicios especiales, libros, todos están de acuerdo en algunas características: siempre sereno, leal, tranquilo, serio, él nunca levantó la voz. Hablaba poco, nunca de manera inapropiada y era prácticamente imposible no sentir respeto por él.

La sensación que nos dejó es la de un hombre libre, en el interior y el exterior, que ha cruzado el mundo del fútbol como protagonista absoluto, manteniendo su coherencia, su respeto por los demás, su simplicidad, recordando siempre que se trataba de un trabajo, si bien privilegiado, dentro de un período limitado.

Gaetano Scirea fue uno de los ejemplos positivos del contexto social de aquellos años. Cuando era niño soñaba con ser un buen futbolista como él (obviamente no sucedió); como adolescente a veces me preguntaba cómo se comportaría en algunas situaciones difíciles.

Creo que su mérito ha sido enfrentar el fútbol profesional sin transformarse, sin hacerse pasar por una estrella.

Por esta razón, en mi opinión, es un jugador desobediente. Desobedeció al establishment, manteniendo su humildad, su personalidad, su humanidad: no se dejó cambiar y permaneció intacto.

Varias veces he trabajado en el íncipit de este artículo, siempre tratando de afrontarlo desde un punto de vista diferente. Ninguno de estos «pasos» me satisfizo. Así que decidí escribir lo que siento, con el debido respeto a la búsqueda de objetividad.

Este escrito es un acto personal de afecto y gracias a él por todo lo que nos ha transmitido. Si él estaba al tanto, no lo sé, ciertamente lo hizo.

Gracias, Gaetano.

Gianluca Gabriele


Traducción del italiano por Melina Miketta