La lateral de la selección —que este miércoles disputa contra Alemania su segundo partido del Mundial de Francia— recuerda los comentarios que tenía que aguantar cuando jugaba al fútbol de pequeña.

En cuatro año, las jugadoras de la selección han pasado de recibir de un patrocinador una taza a un coche nuevo, y de pagar por jugar a recibir una compensación económica por su trabajo.

«Siento orgullo de que todo el trabajo que llevamos haciendo tantos años por fin se ve recompensado y tenemos gente detrás que nos apoya», dice Corredera.

Por Lola Paniagua

Cuenta su madre que Marta Corredera (Tarrasa, 1991) ya sabía que tenía que luchar por las mujeres desde muy pequeña, cuando en un colegio de monjas la lateral de la Selección Española de Fútbol— que este miércoles disputa contra Alemania su segundo partido del Mundial de Francia— vivió de primera mano lo que le esperaba. Discriminada por jugar al fútbol, aguantaba todo tipo de comentarios de sus compañeros sobre su presencia en un deporte que las marginaba. «Marimacho», le decían. Con 12 años, en una de esas ocasiones en las que le insultaron, uno de los niños le tocó el culo. Ella se revolvió y le pegó. Paqui Rueda, su madre, recibió una llamada del centro: «Tenemos que expulsar a tu hija«.

Cuando Marta Corredera trata de recordar de dónde le viene su conciencia feminista, no encuentra una fecha o acción concreta. Nació con ella y la educación que recibió la alimentó. Su madre lo subraya: «Eduqué a mis hijas para que no dependieran de ningún hombre».

Su camino en este deporte fue tan difícil como el del resto de una generación de mujeres que se suponía que no debía jugar al fútbol. Precariedad económica y deportiva y falta de inversión de los clubes llevaron a Corredera a buscar la profesionalidad en el Arsenal, fuera de España. «Las futbolistas sobrevivimos para jugar al fútbol y para vivir», decía la actual jugadora del Levante.

Ahora disputa su segundo Mundial tras el celebrado en Canadá 2015. En cuatro años, estas jugadoras han pasado de no tener peso social a convertirse en referentes para las niñas, de recibir de un patrocinador una taza a un coche nuevo, y de pagar por jugar a recibir una compensación económica por su trabajo. Con esta evidente mejora, la veterana jugadora (70 internacionalidades) no duda del papel que tienen en la sociedad.

¿Cómo te sientes al ver la expectación que se ha generado?

Siento orgullo de que todo el trabajo que llevamos haciendo tantos años por fin se ve recompensado y tenemos gente detrás que nos apoya. Esto también es un arma de doble filo porque las críticas también nos vienen, pero tenemos que ser profesionales y si estamos demandando esta atención al menos saber gestionar críticas y elogios.

Con más atención, ¿hay más poder para reclamar igualdad?

Siempre hemos sido una selección que si ha tenido que decir algo lo ha dicho, no se ha callado. Ahora no vamos a ser menos ni más, vamos a reclamar lo que creemos que nos merecemos, lo que nos hemos ganado estos años con nuestro trabajo. Pero está claro que con tanta expectación es más fácil mandar mensajes a la sociedad de puertas hacia afuera.

¿De dónde te viene esa conciencia?

No lo sé. De pequeña siempre he sido un poco rebelde, siempre lo he dicho. En el colegio me llevaba las broncas. Recuerdo comentarios o situaciones en clase en las que siempre era yo la que saltaba. Eso va con la persona, con lo que cada una quiera defender. Está en nuestra mano defendernos a nosotras y defender a todas las mujeres de la sociedad porque tenemos esa voz y somos la cara visible de todo esto.

También para esas niñas que ahora os ven como referentes.

Nos ven así y tienen muchas más facilidades de las que hemos tenido nosotras. Van a llegar mucho más lejos porque están mejor preparadas. Lo único que pido es que se acuerden de todo lo que nos ha costado a nosotras llegar hasta aquí y conseguir todo lo que ellas van a disfrutar. Que no quede en vano porque el día que eso se olvide nada tendrá sentido. Somos humildes, luchamos por algo que nos ha costado muchísimo y queremos que las generaciones que vienen por abajo lo entiendan porque es la única manera de tener éxito.

¿Cómo contribuís las veteranas a que no se pierda la perspectiva de cómo habéis vivido las mujeres el fútbol?

Arropando a las jóvenes, haciendo que se sientan cómodas. Con las compañeras que vienen un poco crecidas o que se piensan que han ganado muchas cosas en categorías inferiores hay que hacerles ver que acaban de empezar, que tienen jugadoras al lado con un currículum importante y un sacrificio y tienen que respetarlas.

En comparación con esta nueva generación, tu vida con 18 o 19 años era totalmente distinta, muy lejos de la profesionalidad.

Jugábamos porque nos gustaba, y ahora las que están en la élite tienen la suerte de sentirse profesionales, de tener marcas detrás, de que la prensa esté encima de ellas. Hay que trabajar con ellas para mentalizarlas e intentar que les afecte lo menos posible porque es complicado gestionarlo. Era muy diferente. En el vestuario comentamos que a esa edad subías al primer equipo o ibas a la selección y tenías miedo casi de abrir la boca, tenías respeto máximo.

Ahora que estáis haciendo historia con la primera victoria en un Mundial, ¿de qué momento te acuerdas?

De lo positivo. De los momentos en los que hemos demostrado estar unidas, en los que hemos hecho grupo. Tenemos la suerte de estar juntas, y cuando pasen los años y miremos para atrás nos acordaremos más de esa unión que de los resultados.

Son esos resultados los que os llevan a ser referentes, pero especialmente a las veteranas. ¿Por qué habéis asumido ese papel?

Tenemos que ser conscientes de que estamos provocando un cambio generacional en el fútbol y en la sociedad y que muchas mujeres nos van a recordar como referentes. Está en nosotras reivindicar muchísimas cosas, pero sobre todo el respeto y la igualdad.

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