Frenar la desertificación, capturar gases de efecto invernadero, incentivar la reutilización de aguas servidas y valorizar los suelos estériles de extensas zonas del norte son algunos de los ejes de un proyecto de la Universidad de Chile que busca demostrar las oportunidades que puede ofrecer un desierto verde. La iniciativa ha generado un pequeño oasis de cuatro hectáreas a más de 3.200 metros de altura, en medio del desierto y faenas mineras, donde proliferan pimientos, tamarugos, chañares, taras y distintas variedades de atriplex, entre muchas otras especies vegetales.

Temperaturas que oscilan entre los -19° y 35° Celsius, vientos que llegan a los 100 kilómetros por hora, carencia de oxígeno y suelos absolutamente secos, sometidos a elevados índices de salinidad y a la presencia de metales como el arsénico y el boro. Este es el escenario de condiciones subletales en el que el académico de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, Manuel Paneque, desarrolla una estación experimental centrada en la adaptación de diversas especies del desierto a condiciones extremas. La estación, inaugurada el año 2012, ha logrado dar forma a un pequeño desierto verde de cuatro hectáreas en medio de una de las zonas de mayor actividad minera de la Región de Antofagasta.

La proliferación de vida en medio de la nada, donde es casi imposible el crecimiento de vegetación, es el principal logro del Centro de Estudios Agroforestal del Desierto de Altura de la Universidad de Chile. El proyecto, señala el investigador de origen cubano, ha ofrecido así un modelo a la gran industria para contribuir a contrarrestar el calentamiento global mediante plantaciones forestales en el desierto capaces de neutralizar los gases de efecto invernadero. “Aproximadamente se absorben nueve toneladas de CO2 (dióxido de carbono) por hectárea en algunas de las especies que tenemos aquí. Por lo tanto, si sabemos la huella de carbono de la producción de cualquier industria, podemos calcular cómo una empresa puede comprometerse a sembrar suficiente cantidad de hectáreas para capturar el CO2 que emite durante su proceso productivo”, explica el profesor Paneque.

Pimientos, tamarugos, chañares, taras y distintas variedades de atriplex son algunas de las especies que crecen en este pequeño oasis ubicado a 3.200 metros de altura en Minera Zaldívar. El desarrollo de la iniciativa ha planteado así una oportunidad para detener la desertificación y valorizar las extensas zonas de suelos estériles del desierto. “Las plantas que mejor sobreviven y mayor cantidad de biomasa producen las llevamos al laboratorio para propagarlas y generar clones. Con ellas hacemos estudios específicos para ver cuál es la tolerancia que tienen a la sal y a los distintos metales pesados que podemos encontrar en la zona norte de Chile para generar bosques áridos con las especies apropiadas” detalla el académico respecto a uno de los ejes de investigación desarrollados en la estación experimental.

Circuito de sustentabilidad
Este “desierto verde” plantea asimismo un circuito de sustentabilidad para el desarrollo de acciones de responsabilidad social al forestar a través de la irrigación con aguas servidas del campamento de Minera Zaldívar. “Este es un ejemplo de economía circular. El agua es tratada a través del sistema Tohá, que consiste en la utilización de lombrices que procesan la materia orgánica para la filtración posterior del agua y su tratamiento con radiación UV que elimina las coliformes. Además, el humus que genera como residuo el tratamiento del agua se puede utilizar para fertilizar. Esta es un agua que si bien no cumple con las normas de riego es apta para la forestación. Nuestro objetivo es transmitir que esto se puede ejecutar en cualquier industria y comunidad, sobre todo teniendo a la vista que Chile es un país con un déficit hídrico en el que el agua servida se trata pero no se usa”, comenta Paneque.

El académico indica, por otra parte, que el proyecto tiene como propósito identificar servicios ecosistémicos para la comunidad, como la producción de biomasa para la generación de energía o la alimentación del ganado. Esta valorización del territorio tiene especial proyección mediante el cultivo del atriplex, la “planta del desierto”, “que tiene un poder calorífico altísimo y puede utilizarse como biomasa para la producción de pellet y en múltiples procesos de bioenergía. Es, por otra parte, una planta con una cantidad importante de proteína, de entre un 20 a un 30 por ciento, que tiene una importante utilidad ecosistémica por la cantidad de CO2 que es capaz de captar”, destaca el investigador.

En el Centro de Estudios Agroforestal del Desierto de Altura de la Universidad de Chile el equipo del profesor Paneque, además de buscar la proliferación de la biodiversidad de la zona, desarrolla también investigación en metagenómica de los suelos y microorganismos presentes en las raíces de estas especies, aspecto fundamental para entender las condiciones que permiten el crecimiento de vegetación en lugares con estas condiciones extremas. “Muchas veces no conocemos qué tenemos en zonas extremas como el desierto o la Antártica, pensando en que son zonas donde hay poca vida. Sin embargo, el número de microorganismos en estos lugares es inmenso. La biodiversidad que existe es inmensa. Esos microorganismos nos van a permitir poder proyectarnos a futuro, poder generar formas de vida que sean compatibles con los cambios que puede tener el clima y quizás nos permitan la sobrevivencia de la especie humana en el futuro”.