Fotos de Denise LF

En el marco del Día Internacional de Acción por la Salud de la Mujer en la capital argentina, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito presentó nuevamente el proyecto de Ley para legalizar la interrupción voluntaria del embarazo hasta la semana 14 de gestación. Nuevamente, miles de personas se dieron cita acompañando, reclamando y haciendo carne una de las premisas fuente del derecho: la fuerza de la costumbre.

Han cambiado algunas cosas desde el año pasado. La presencia multitudinaria tan sólo en la presentación del proyecto de ley que contó con la firma de setenta diputadas y diputados, fue contundente. Situación que ya nos invita a pensar –y a las y los legisladores también– cómo será el acompañamiento los días de las votaciones. El apoyo internacional desde varios países para la presentación de un proyecto de ley nacional (fenómeno pendiente de análisis) da cuenta de varios factores: por un lado la potencia del movimiento feminista y de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito; por otro lado, la transversalidad de una realidad tan presente y milenaria como silenciada y sin susceptibilidad de diferenciación de ningún tipo: la del aborto. Punto. Hecho que deja claro que esto de defender los derechos humanos en un país, implica defenderlos en el mundo entero. Y en este sentido es importante mencionar algo clave del proyecto presentado, y es el alcance que tiene a cualquier persona gestante sin distinción de nacionalidad, origen, condición de tránsito y/o estatus de residencia o ciudadanía.

La obtención del cumplimiento de los derechos para las mujeres a lo largo de la historia de la modernidad ha estado signada por el peso que imprime el fenómeno colectivo, que significa ni más menos que unirnos en función de ello, siempre.

Tampoco se puede negar el hecho de que aquellas luchas a lo largo de la historia han sido boicoteadas sistemáticamente por los estamentos conservadores más enquistados en las sociedades, esos frentes que le temen profundamente al cambio y sobre todo al ejercicio de la libertad por parte de las mujeres. Aquellos sectores de las sociedades a quienes les produce un profundo miedo y rechazo el ejercicio del placer cuando lo ejecuta una mujer, aquellos que se hacen pis encima frente a la posibilidad de que cojamos por placer y no para embarazarnos.

Mucho menos se puede obviar el hecho de que cada vez que se conquistó un derecho adeudado a las mujeres, se llevó puestos, en la misma ola, muchos otros más.

Se han vuelto a jugar las cartas. Las y los legisladores de Argentina tienen otra vez la mirada del mundo arriba suyo. Los pañuelos verdes han dejado de ser un símbolo para convertirse en una fuerza. Cada vez queda más claro que al hablar de interrupción voluntaria del embarazo nos referimos a todo lo que ese universo cobija: la urgencia de la educación sexual integral, el acceso irrestricto a anticonceptivos, el Estado laico, el respeto y soberanía sobre el cuerpo, la decisión y deseo que deben entrañar a la maternidad y paternidad. Queda claro también que ese universo implica, ahora, hablar de personas en capacidad de gestar y de que ser niña, jamás deberá compartirse con ser madre.

Por octava ocasión el martes 28 de mayo de 2019 en la ciudad de Buenos Aires se volvió a presentar el Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, con el acompañamiento de miles de mujeres de todas las edades, personas afuera del congreso y en varias ciudades del mundo entero. El sábado 25 de mayo del mismo año en la localidad bonaerense de Pacheco, una mujer de 32 años murió en medio de un intento de aborto en su casa. Esperamos y exigimos que no haya una novena oportunidad.