Theresa May se da por vencida. No pudo materializar el prometido “brexit”. Pero la misión será igualmente imposible para su sucesor, a juicio de Barbara Wesel.

A Theresa May se le quebró la voz al término de su discurso de renuncia. Sobrepasada por las emociones, tuvo que refugiarse en el interior del Nr. 10 de Downing Street. Este final entre lágrimas quedará en la memoria como símbolo de un gobierno fracasado. May había comenzado con grandes esperanzas, pero se le fueron escapando entre los dedos en el curso de estos tres años. Finalmente solo un tema ocupó a su gobierno: el «brexit”. No había otros planes, ni avances, ni proyectos de ley. Toda la política giraba solo en torno al «brexit”. May, su gabinete y toda la Cámara de los Comunes estaba paralizada, como envenenada por la fuerza atomizadora de la salida de la UE.

Un error tras otro

Para la primera ministra, es una despedida amarga, porque tiene que reconocer que no deja un legado político. Su nombre no se asocia con ningún éxito sino solo con sus cada vez más desesperados esfuerzos para hacer aprobar de algún modo en el Parlamento el acuerdo negociado con la UE. Finalmente lo intentó con nuevas concesiones, pero era demasiado tarde. No contaba ya con respaldo en su propio partido, ni gozaba de credibilidad en la oposición, que no confiaba en su palabra.

Theresa May fue la mujer equivocada, en el lugar equivocado, como quedó en evidencia con relativa rapidez tras su llegada al poder. Ya al inicio de las negociaciones del «brexit” trazó líneas rojas e impuso duras condiciones, en lugar de mostrar flexibilidad. Primeramente rechazó en forma categórica la unión aduanera y el mercado interior. Y así generó ella misma el problema de la frontera irlandesa, que al final se convirtió en el mayor obstáculo para un acuerdo en el Parlamento.

En lugar de sondear desde un principio dónde podría encontrar una mayoría para el acuerdo, se sometió a los deseos de los conservadores de línea dura. Eso imposibilitó acuerdos con la oposición y dificultó innecesariamente las negociaciones con la UE. Finalmente, esos «brexiteers” duros, a los que May quería complacer, le dieron la espalda. Las experiencias de sus antecesores deberían haberle servido de advertencia: los conservadores británicos son un nido de víboras.

La partida de May no resuelve nada

Suena malévolo que en los epitafios políticos de Theresa May se vuelva a destacar ahora sus fallas: su testarudez, su actitud incorregible, su individualismo político. No hay que hacer leña del árbol caído. Pero su sucesor tendrá que batallar con los mismos problemas que le costaron el cargo a May. A menos que se modificara la posición básica en cuanto a qué tipo de «brexit” está dispuesto a aceptar Londres. Una permanencia en la Unión Aduanera podría resolver ciertas cosas. Pero no cabe esperar eso, si la reemplaza un convencido partidario del «brexit”. Menos si su nombre resulta ser Boris Johnson.

La correlación de fuerzas en el Parlamento seguirá siendo la misma. Los «halcones” no tienen mayoría y Johnson no es el hombre adecuado para unificar un partido divido. Sus sueños y los de sus amigos con respecto al «brexit” no se podrán cumplir. El día de la renuncia de Theresa May, el resumen es: nada ha cambiado.

El país sigue dividido

Un nuevo jefe conservador, sea Boris Johnson u otro, de las filas de los «brexiteers”, no podrá restañar las heridas ni cerrar las brechas que la enconada lucha por el «brexit” ha abierto en el país. Aunque Johnson diga que bajo su dirección todos volverán a reunirse, como los corderos en las praderas primaverales, eso no funcionará ni en el partido Tory y en la sociedad británica.

Por mucho tiempo fue una tradición británica enmascarar incluso las diferencias profundas mediante convenciones y buenos modales. Pero esa capacidad se ha perdido en gran medida. A ambos lados de la grieta del «brexit” resuenan los insultos, la polémica es más ponzoñosa y enconada que nunca. Familias y amigos están profundamente divididos y se desprecian mutuamente. Y todo por la absurda idea de sacar a Gran Bretaña de la UE, cueste lo que cueste.

El sucesor de May se enfrentará a una tarea prácticamente irresoluble. Si es Boris Johnson, no podrá con ella. Por el contrario, si precipita a su país a un «brexit” sin acuerdo, las cosas pueden ponerse aún mucho peor. Tampoco tras la renuncia de Theresa May se vislumbra una luz de esperanza en el horizonte político. Uno desearía poder darles, de algún modo, un mensaje más alentador a los vecinos británicos.

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