Entre el 27 y 28 de abril pasado, en la localidad de Los Menucos (Río Negro) se realizó un Primer Encuentro de Mujeres Mapuche Tewuelche (Revalorizando nuestro conocimiento ancestral), organizado por la Coordinadora del Parlamento Mapuche-Tewelche de Río Negro y por la Coordinadora de la Región Sur de Educación Intercultural Bilingüe, Dianela Lago.  Allí conocí a Laura Manquel, oriunda de Valcheta o, en su nombre originario, Balchita. Laura tiene  40 años, una voz rasposa llamativa y no se viste con el küpan (el vestido tradicional que usan muchas mapuche en el espacio público). Es profesora de historia y se auto reconoce como mapuche y feminista.

–Laura quería que me cuentes quién sos, donde naciste y donde vivís, cuánto hace que empezaste a reconocerte como “mujer originaria” y qué significa reconocerse como mujer mapuche.

–Yo soy de Valcheta, nacida y criada en Valcheta, o Balchita en su nombre original. Soy profe de historia y ejerzo la docencia desde hace 16 años. Me recibí en el 2002 en la Universidad Nacional del Comahue, más específicamente en el CURZA –Centro Universitario regional Zona Atlántica– con sede en Viedma. Siempre cuento que soy una privilegiada (si se puede decir así) porque una vez que me recibí, volví a mi pueblo, y que no es común que una se reciba y vuelva a su pueblo a trabajar, siendo ésta una localidad tan pequeña. Trabajo en mi pueblo como profesora de Historia desde hace  12 años consecutivos.

–O sea que vos sos profesora en la escuela donde estudiaste…

–Exactamente. ¡Imaginate llegar con una nueva formación a mi propia localidad! Eso fue un doble desafío y una lucha de resistencia.

En  cuanto a mi proceso de identificación mapuche comenzó a los 18 años, cuando ingresé a la universidad. Cursé una materia “Culturas indígenas Americanas” y trabajando sobre pueblos originarios aparece el apellido  Manquel, que fue un cacique que perteneció al Territorio de las Manzanas, hoy Choele-Choel. Entonces, en ese momento, se hizo un clic en mí, con mis compañeros primero porque me conocen como Manquel, y luego con mi ser interior… Yo no sabía de mi historia. En mi familia se hablaba pero nunca que nosotros éramos indígenas. En esos tiempos se usaba el término indio, que siempre estuvo presente, e indígenas también pero ni mucho menos decir que éramos mapuche. Y la escuela tampoco nos enseñó esa parte de la historia. Terminé  en una escuela con orientación perito mercantil y teníamos hasta tercer año historia, pero la historia siempre fue europea, por lo tanto nunca vimos esa historia y mucho menos esto de identificarme. Pero la palabra “indio” estaba y sigue estando presente en esa comunidad como una forma peyorativa y negativa, igual que el lugar que se le deja al mapuche, cuando Valcheta en realidad tiene una población netamente originaria que no se reconoce porque existe un proceso de estigmatización muy fuerte en la localidad. También hay una estructura social muy cerrada, producto de  un proceso de colonización fuerte y violento, además de la estigmatización institucionalizada. Entonces es muy difícil hablar de esta historia.

Yo a los 18 años empecé a reconocerme y comenzó este proceso  identitario que me lleva y me va a llevar toda la vida, porque es reconstruir. Como decíamos, primero descolonizarme y después empezar a construir. Es volver a nacer de un proceso violento de genocidio que sufrió mi pueblo, que sufrió mi familia. Inclusive ahora, con las nuevas evidencias que la historiadora Pilar Pérez ha planteado sobre los campos de concentración para indígenas, fijate que en los registros que ella publica aparece que estuvo preso en el campo de concentración en Valcheta un Manquel. Entonces imaginate lo que significa reconstruir esa historia sangrienta. Así comencé  mi trabajo áulico de resistencia, visibilizando lo que era realmente la historia de la localidad y la mía, mi propia historia familiar.

–¿Y comenzaste a presentarte en el espacio público, en la escuela y otros lugares, como “originaria”?

–Sí, como originaria, y empiezo primero en la escuela a través de los saberes. Con todo lo que implica tomar un posicionamiento político. Es empezar una lucha interna dolorosa y hacia afuera, porque hay que enfrentarse al resto. Entonces primero empecé a cambiar en el currículum lo establecido sobre la historia oficial conocida como “campaña al desierto”. Yo empiezo a nombrarlo como un genocidio, un genocidio en mi propia tierra. Después empiezo a cuestionar saberes respecto del día de mi pueblo, el 5 de octubre. Ese día es el día del pueblo pero en realidad se conmemora la llegada  de la columna militar del Mayor Leandro Ibáñez que ataca las tolderías del Cacique  Cayupán de forma sorpresiva, cuando había niños y mujeres y los hombres no estaban. Eso se festeja. Y ese discurso, que es  escolar y  político-institucionalizado, se difunde y se materializa con “hoy es el día del pueblo”  y la sociedad festeja pero ¿qué festejamos? La matanza de nuestros hermanos.

Cuestionar esos saberes es una estrategia de resistencia. Y yo la canalicé a través de proyectos escolares para poder empezar a visibilizar, porque no tenía otra cosa para hacer, no tenía alguien que me acompañara y apoyara en esto. Entonces empecé a trabajar con les estudiantes y lo hacía desde la legalidad, que es algo que nos piden a nosotros siempre (a los docentes que están frente al aula), explicitar desde qué marco teórico y normativo lo hacés y te movés, debido a que hacés un replanteo de lo establecido y te proponés trabajar sobre otros saberes que no están visibilizados aún. Eso marca un precedente y una forma de posicionarte. Después empecé a buscar, porque el newen te llama, te llama a buscar más. Empecé a participar con una de las comunidades mapuche que hay en Valcheta –aunque se que hay otra pero yo tengo más contacto con esa comunidad–, porque son chicos del barrio donde me crié. Resulta que ellos se conformaron en una comunidad y yo participaba con ellos, aunque no siendo parte de esa comunidad. Así empecé a interiorizarme y a meterme cada vez más con la cultura. Conocí a otras lamien que también estaban en este proceso.

Mi interés siempre fue trabajar la historia de Valcheta porque es mi historia, es mi territorio. Cuando hablamos de la territorialidad –yo amo a mi pueblo–, hay que empezar a decir qué es lo que pasó con la gente –con mi gente digamos–, en ese lugar, para entender a  la sociedad actual, como se construyó y preguntarnos sobre situaciones que nos hacen ruido o nos molestan. Para ello  hay que empezar a visibilizar que los primeros pobladores eran y son Mapuche y que muchos de ellos estuvieron presos en el campo de concentración de ese lugar. Hay una negación para reconocer que esto sucedió.

-¿De tu familia sos la única que se auto-reconoce?

–De mi familia sí. Es decir: que se reconoce para afuera sí, soy la única. Para adentro ellos sí reconocen que son (mapuche) pero no lo hacen visible, no lo hacen público. Soy la única que sale y lo dice, además por el rol y el espacio que ocupo como docente.

–Me comentaste que formás parte de un grupo de activismo de mujeres feministas con las que vas a los Encuentros Nacionales de Mujeres desde hace años. ¿Cómo te sentís interpelada en tanto “mujer originaria” por el feminismo y el movimiento feminista?

–Siempre tuve esa inquietud de cuestionar. Si hay algo que tengo es la urgencia de cuestionar todo lo que está establecido, fui así siempre. Aparte también la formación te lleva a esto, porque cuando una elige estas carreras sociales, aprendes a cuestionar y a ver más allá. Con respecto al movimiento feminista, mis inicios fueron con un grupo de chicas de Valcheta; con ellas empezamos a ver qué era esto del movimiento feminista y cómo nos estaba interpelando en nuestras propias historias personales. Ahí comenzamos con el grupo que se llamó “Las chivas” en referencia al lugar (en la zona se asocia a la mujer chiva como machona).

Después me vine a vivir a San Antonio Oeste. En mi trabajo  me encuentro con otras lamien (hermanas) y compañeras que estaban pensando armar un grupo feminista y surgió “Malco”, que viene de “Malcogidas” (risas). Malco surge con otras compañeras que te las nombro: Marianita Domínguez, Juliana Franque, Ivana Paz, Valeria Sayhueque y yo, y empezamos a organizarnos a partir del caso de Micaela, porque entendíamos que había que despertar a la población sobre los casos de feminicidios. Somos todas docentes y  pensamos que algo teníamos que hacer,  y entonces empezamos a salir. San Antonio tiene una mayor población que Valcheta pero también está atravesada por el patriarcado. Empezamos a panfletear la localidad invitando a una reunión en la plaza principal  para hacer visible lo que estaba pasando. Así surge Malco, con nuestra primera acción política feminista. Nos  pusimos Malcogidas justamente para denunciar lo que había pasado con nuestras mujeres originarias cuando los colonizadores llegaron: fueron violadas y ultrajadas. También es un término que se utiliza para denigrarnos. Usamos la sigla MALCO.

-¿Vos te reconoces en público como mujer mapuche feminista?

–Sí, lo digo, y estoy en esa contradicción cuando me encuentro en estos espacios, porque mis otras lamien no sé si están en un proceso de construcción, o estamos en esto. Estamos tironeadas.  Yo me reconozco feminista y me presento “Soy mapuche, soy feminista, más allá de tener claro que es una categoría occidental”. Creo que hay un puente de conexión entre el movimiento feminista y el movimiento de mujeres indígenas; es la lucha contra el patriarcado y el capitalismo que genera la desigualdad de género, económica, etc. Se dice que nuestras comunidades originarias antes de la colonización y el genocidio tenían otras formas de relacionarnos como mujeres. Muchos hablan de que había un matriarcado, muchas hablan de la decisión del cuerpo, que también está dentro de los principios del feminismo que nosotras defendemos. Y esto quiere decir que hay “un conocimiento” que habrá que empezar a reconstruir a través de la historia oral.

Foto de Laura Mankel, archivo personal

–¿Pudiste escuchar sobre las propuestas de feminismos indígenas, comunitarios, que traen las mujeres originarias de Guatemala, Bolivia, México? Porque veo que también aparece en tu lenguaje la palabra “descolonizar” y porque ayer te escuché cuando planteaste cuestiones que tienen que ver con otros aspectos de la sexualidad de las mujeres: el placer, el cuidarnos, pero también entender que la sexualidad no solo pasa por lo reproductivo y que las mujeres originarias también se preguntan por el placer, ¿no?

–Exactamente, en cuanto al movimiento sé de algo pero no me he interiorizado mucho desde la literatura. Cuando hablamos de la descolonización es porque hemos estado y estamos colonizadas en el discurso y  en las formas en que nos relacionamos. Pero la vuelta en esto es encontrar nuestros orígenes ancestrales. Conocer nuestros cuerpos. Estoy segura de que nuestras mujeres  originarias sentían placer como lo sentimos ahora, no es algo solo occidental y creo que eso hay que empezar a rescatarlo. El placer es propio de nuestros cuerpos. El cuerpo de la mujer siempre fue un territorio de disputa, mucho más durante y después de  la colonización. El  placer, que lo tenemos y es propio nuestro, fue comercializado, cosificado, me parece que eso hay que discutirlo, en este proceso estoy y desde ahí interpelo a las ñañas. “Usted ñaña ¿tenía relaciones durante el embarazo?” Porque pareciera ser que de eso no se va a hablar.

–También quiero que me cuentes un poco de la tensión que tenes con este “mapuchómetro” y la legitimidad que una siente para hablar o no al no estar viviendo en una comunidad. ¿Cómo vivís con esto y entendes esta situación? Pues me imagino que es la de muchas otras mujeres que se criaron en un pueblo o lugares más urbanos, se “reconocen” de grandes pero no tienen ni pertenecen a una comunidad en el campo.

–Eso es justamente lo que planteo, y se da cuando vos te presentas como mapuche. Lo primero que te preguntan es “¿A qué comunidad perteneces?” Pareciera ser que lo que legitima como mapuche es la comunidad, como lo establece el marco jurídico para la organización de las comunidades originarias, reguladas por el estado. Nos dice que nosotros tenemos que agruparnos en comunidades, cada una con su personería jurídica y que eso es lo legal. Pero a la hora de hablar si vos decís que no perteneces a una comunidad te responden “¿Pero entonces sos mapuche?” Y sí. “Soy mapuche y no pertenezco, porque mi comunidad originaria fue totalmente, terriblemente desgranada”. Yo no sé donde estará mi comunidad, dispersa supongo, pero tampoco estoy en una comunidad de las que se han conformado porque, en general, las que se han conformado han sido familiares (agrupaciones de familias). Son varias familias que comparten ese territorio. Yo estoy sola, dispersa, en la diáspora, digamos… Mi familia no tiene campo, no tiene tierra, nos criamos en una zona entre urbana y rural, un pueblo. Y entonces siempre me preguntan eso y tenemos que andar siempre legitimando nuestra palabra, porque pareciera que nuestra palabra sólo tiene legitimidad si venimos de una comunidad. Y me pasó recientemente, en un congreso educativo. Presentamos con otra compañera un trabajo sobre la cosmovisión Mapuche y  el poder curativo de las plantas. Cuando estábamos en el momento de la presentación dije “Soy mapuche” y enseguida vino la pregunta “¿A qué comunidad perteneces?” “No, no pertenezco a una comunidad. ¿Es necesario para identificarnos pertenecer a una comunidad?”. El mapuche siempre tiene que estar legitimando su palabra. ¿Me entendés? O sea: eso es la contradicción, primero hacia la parte académica, o los espacios públicos, pero también hacia adentro porque las propias comunidades que están organizadas también manejan esos criterios, y a veces en un espacio te dicen: “¿Y con qué autoridad habla la lamien si no pertenece a una comunidad?” Porque ahí entra esto de cómo el colonialismo opera de esta forma estructural para poder legitimarnos. Pero ¿por qué yo tengo que andar legitimando todo el tiempo mi palabra y de qué comunidad soy si yo me identifico mapuche? O sea, fíjate que pasa diferente con el hijo de inmigrantes, con sólo saber que es hijo de inmigrantes  está legitimado  y no le preguntan de qué lugar de España venía. No le preguntan eso. Con solo decir que es hijo de inmigrantes está legitimado, porque se ha construido en el imaginario social un discurso que legitimó esa identificación. Nosotros tenemos que legitimarnos todo el tiempo.

–Pero vos vas a hablar de tu experiencia en Valcheta, nacida y criada ahí, entonces ¿Por qué no vas a tener legitimidad para hablar?

–Es lo que yo también me pregunto. ¿Por qué tengo que estar legitimando mi palabra  en todos los espacios? Como si estuviera llevando la papeleta del conchabo, como en las viejas épocas. Mira: en Valcheta se romantizó la historia de violencia porque de la violencia que está en la fundación del pueblo no se habla. Nosotros estamos relegamos en nuestro propio espacio. Muchas veces pasa que cuando se intenta hablar sobre lo que pasó, desde evidencias históricas inclusive, se acusa de “romper la paz social” o de “romper la armonía social” porque el discurso hegemónico es muy fuerte.

A esto me refiero. Los aportes que han hecho quienes investigaron me parecen bárbaros. Yo he aprendido mucho a conocer y hoy, por ejemplo, estoy escuchando un discurso y digo “qué presencia de sincretismo religioso que hay ahí”,  eso lo aprendí de la antropología. Hoy tengo un marco teórico desde donde puedo decir y plantear y comprender manifestaciones. De hecho  estoy trabajando con el dispositivo escolar. Mi aporte pasa por problematizar cómo la escuela construyó una imagen homogeneizadora de la sociedad a través de  los libros de texto y el famoso “Monitor” que circulaba en estos espacios escolares  cuando eran territorios nacionales, y cómo ahí había un mensaje civilizatorio donde se le daba un lugar terrible a los niños indígenas. Te hablo de los castigos corporales. Fue terrible la estigmatización y la pérdida de su propia identidad. Bueno, para abordar estos temas en el aula tenés que tener un marco teórico que es el que aportan les compañeres que ya investigaron desde antes… ¿De dónde lo vas a sacar sino? Yo cuando hago una crítica sobre el problema de la apropiación cultural vengo por otro lado.

-¿Qué te parecen estos espacios, como este Primer Encuentro de Mujeres Originarias Mapuche Tewelche?

–Bueno, está dando vueltas una crítica sobre la presencia de hombres en el encuentro, justamente porque nosotras estamos atravesadas por el feminismo pero al mismo tiempo tenemos otra concepción, porque para el mundo mapuche la dualidad está presente. Pero eso a varias nos genera ruido. Para ir entendiendo también, porque una, más allá de ser mapuche,  tiene otra mirada y se pregunta ¿cómo lo entiendo a esto? (Se refiere a que un hombre mapuche, miembro del Parlamento Mapuche, tuvo bastante presencia en el encuentro). Porque nosotras no queremos que nos dirija nadie. Pero estos espacios son buenos e importantes y ojalá que haya más, justamente porque en la línea sur noté, inclusive en las propias lamien que participan en estos espacios, que hay mucha violencia naturalizada. Esa violencia naturalizada es la primera sobre la que hay que empezar a trabajar.

–Pareciera que algunas mujeres vivieron toda su vida con ese tipo de violencia naturalizada, y se ven estas tensiones entre “resistir” y el deber de “aguantar” a los maridos, porque el marido es el que sale afuera a enfrentar el mundo del trabajo, pero éste es un discurso patriarcal (aunque lo reproduzca una anciana) y me imagino que a las jóvenes se les hace difícil cuestionarlas en público.

–Sí, totalmente, además fue doloroso escuchar a la ñaña cuando dijo que ella podría morir en las manos de su marido, cuando escuché eso se me partió el corazón, por eso decía hay que trabajar sobre esa naturalización de la violencia.

–Yo, desde afuera,  veo que a las jóvenes y adultas se les dificulta interrumpir estos relatos y cuestionarlos porque tal vez les da un poco de temor cuestionar la autoridad de las ancianas, por esta idea de que las ancianas son las “transmisoras de la cultura”  y las que abren el camino.

–Claro, justamente, por eso te decía que disiento de algunos mandatos establecidos. Sostengo “el respeto a la ñaña”, sí, pero siempre y cuando esa transmisión de conocimiento no implique que mi vida esté en peligro o naturalice violencias.