La semana que viene sale a la venta Ada Colau, la ciudad en común un libro, escrito por el historiador y colaborador de CTXT Steven Forti y el periodista italiano Giacomo Russo Spena, que repasa la historia de Ada Colau y Barcelona en Comú. Desde las plazas del 15-M, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y el nacimiento de Guanyem Barcelona hasta la victoria en las municipales de 2015 y la gestión de la alcaldía de la Ciudad Condal. Una visión panorámica y en profundidad del proyecto municipalista que mira también más allá de la ciudad: a toda Cataluña, a España y a Europa, tejiendo alianzas estatales con los otros Ayuntamientos del cambio y redes internacionales con experiencias municipalistas nacidas desde abajo en los cinco continentes. El libro se cierra con una larga entrevista con la alcaldesa de Barcelona. Os proponemos aquí, como adelanto editorial, una parte de ella.

¿Las instituciones te han cambiado? ¿Eres la misma Ada Colau que cuando eras portavoz de la PAH?

Sí, soy la misma persona, con los mismos objetivos. Pero, evidentemente, no tengo la misma responsabilidad ni la misma experiencia. Cuando eres una activista estás situada en un lugar muy concreto, defendiendo en mi caso el derecho de las personas estafadas por los bancos y amenazadas de desahucio: exiges a las administraciones públicas que hagan bien su trabajo y se pongan del lado de la gente y no de los abusadores. En cambio, cuando pasas a ser alcaldesa, eres responsable de intentar generar consensos, de que la administración funcione lo mejor posible y de representar a la mayoría de la población en sus derechos básicos, tanto si están de acuerdo contigo como si no. El lugar es muy diferente y te modifica un poco. Aprendes mucho: es algo que te enriquece, pero también te limita porque, como alcaldesa, no tienes el tiempo de estar cerca de los problemas más agudos del día a día y poder profundizar en un tema. Una de las cosas que me ha costado más es que de repente tienes que interesarte por todos los temas. Al principio tenía un complejo de superficialidad terrible: llevaba años trabajando por el derecho a la vivienda, muy centrada en un tema, y de repente estaba en un solo día en un acto de música, de deportes, de economía. Es algo que aprendes con la experiencia.

Estás a punto de acabar tu primer mandato como alcaldesa. En total honestidad, ¿tienes alguna autocrítica sobre lo que has hecho? ¿Qué se podía hacer mejor y dónde pides una segunda oportunidad a los electores? 

Autocrítica siempre. Por un lado, tengo el orgullo de que el equipo de gobierno ha hecho un trabajo titánico en un contexto durísimo. Nosotros no solo éramos nuevos, sino que además hemos entrado en uno de los contextos históricos más difíciles de la historia democrática del país. Y a pesar de ello, hemos podido desarrollar la agenda de cambio que venimos a impulsar: hemos cambiado las prioridades de la ciudad, hemos abordado temas que parecían imposibles, como regular el turismo, impulsar un operador energético municipal o destinar el 30% de las promociones privadas a vivienda social. Ahora, queda muchísimo por hacer, claro. Algunas cosas dependen de nosotros, y por tanto hay que hacer autocrítica. Por ejemplo, el primer año tardamos en situarnos y en arrancar la gestión porque éramos nuevos. Necesitamos casi un año para entender bien cómo funcionaba la administración: una cosa es que tú decidas hacer algo y otra cosa es que se ejecute. Para que se ejecute hay que tener capacidad de gestión y saber los procedimientos. Hemos demostrado capacidad de aprendizaje. Otra autocrítica: creo que lo hicimos mal con Cultura. Y eso me sabe mal porque para nosotros es un tema importantísimo: siempre digo que los cambios reales son culturales más que políticos. Puedes decidir cambiar las políticas públicas, pero para que haya cambios profundos deben ser cambios sociales, de valores, de prioridades, de referentes. Y para eso la cultura es básica, sobre todo en un momento de tantas incertidumbres y oscuridades. La gente tiene muchas angustias razonables, no sabe si tendrá trabajo o no, si perderá la casa o no, si habrá jubilación o no. En un contexto como éste creo que la cultura es fundamental para ser capaces de imaginar otros mundos posibles, poner en valor lo positivo que nos aúna y poner la sensibilidad en el centro de nuestro pensamiento político y social. Hacía falta mucho más que una gestión más transparente. Creo que también lo hemos sabido corregir: con el nombramiento de Joan Subirats y la Bienal del Pensamiento, al final del mandato se ha visto que lo podíamos hacer mejor. En un segundo mandato se podría proyectar con muchas más fuerza.

¿Cuál es tu opinión sobre el sistema de partidos tras cuatro años en las instituciones?

Es peor de lo que pensaba. Es profundamente deprimente. No quiero mentir. Los grandes partidos políticos en general tienen muchos vicios adquiridos y realmente su prioridad es ganar elecciones: no es gobernar para el bien común y la ciudad, no es el bienestar de la gente. Luego hay gente buena en todas partes, no quiero demonizar a nadie, pero el sistema de partidos es horrible. Hay una lucha partidista en el día a día. Ves a gente que te dice una cosa en privado, que está de acuerdo contigo y luego en público te dice que eres lo peor del mundo y votan en contra de su mismo programa solo para desgastarte. No ha sido una anécdota: se pierden horas y horas de tiempo y energía dentro de la institución en comisiones, plenarios, donde la oposición lo único que está pensando en líneas generales es en posicionarse bien para las próximas elecciones. Y eso perjudica mucho a la política, a la institución, al interés general, a la democracia y a que la gente se ilusione por lo que pasa en la institución. […]

Nadie tendrá la mayoría absoluta. ¿Estás pensando ya en alguna alianza? ¿Los socialistas pueden ser un referente político, sobre todo tras la llegada de Sánchez a la Moncloa? 

Nos vamos a presentar con la ilusión de ganar y, si puede ser, con más apoyo que en las anteriores elecciones. Es cierto que la época de las mayorías absolutas se ha acabado: la sociedad es plural y diversa y es normal que haya pactos y alianzas. Nosotros siempre hemos sido muy honestos. Hemos dicho siempre lo mismo desde el principio y lo seguimos diciendo para un segundo mandato: somos una fuerza progresista y lo lógico es que hablemos con las fuerzas con quien tenemos más coincidencia programática, es decir PSC y ERC. Lo que pasa es que no está muy claro hacia dónde se orientan. ERC lleva años gobernando con la derecha, aprobando presupuestos de recortes y austeridad junto a un partido que arrastra casos gravísimos de corrupción. El PSC lamentablemente en los últimos años ha tenido una deriva que lo ha llevado incluso a alinearse con PP y Ciudadanos en el 155. No quiero que se queden ahí: nuestro mensaje sigue siendo positivo. Quiero que ERC deje de pactar con la exConvergència y vuelva a su programa progresista. Y quiero que el PSC deje de flirtear con Ciudadanos y vuelva a ser el partido catalanista y progresista que fue. Creo que nosotros somos un incentivo para que ambos prioricen su alma progresista respecto a otros criterios. Además, lo hemos demostrado: cada vez que ellos han querido pactar en esa clave, nosotros hemos estado allí. Cuando el PSC apoyó el 155, tuvimos que romper el pacto de gobierno porque se alineaba con las políticas más represivas y más duras. Pero cuando estuvo dispuesto a dejar de alinearse, apoyamos la moción de censura al PP. Creo que hemos demostrado con nuestros actos que somos coherentes: lo que decimos, lo hacemos. Quien quiera hacer políticas progresistas de cambio que prioricen los intereses de la gente sabe que puede contar con nosotros.

Si Barcelona en Comú no fuese primer partido, ¿qué harás? ¿Ada Colau regidora de otro alcalde o en la oposición en el consejo municipal? Nos cuesta imaginarlo.

Estoy aquí para un proyecto colectivo, no para un proyecto personal. Si he llegado hasta aquí, es porque estoy en una organización que no es un partido tradicional. Barcelona en Comú es una organización que realmente funciona de otra manera, que está llena de gente en los barrios, autoorganizada, que le da sentido a este proyecto que va mucho más allá de la institución. Siempre lo he dicho: estoy aquí porque soy útil a este proyecto. No tengo problemas con imaginarme otras vidas. He hecho miles de trabajos en mi vida, tengo miles de libros acumulados en casa por leer, tengo dos niños pequeños preciosos que veo muy poco. No me preocupa mi futuro. Y esto es positivo: me siento muy libre. Lo único que tenía claro era que me presentaba para un segundo mandato porque consideramos que es útil que yo sea la candidata de este proyecto de confluencia para consolidar una agenda del cambio en Barcelona. Una agenda que además me parece importante para la ciudad y sus ciudadanos y que es cada vez más un referente internacional. Es abrumador viajar como alcaldesa de la ciudad de Barcelona por el mundo y ver el reconocimiento que hay. Estamos en un momento de regresión de derechos y libertades, de Trump a Bolsonaro, Salvini, Le Pen, Orbán: el contexto es muy duro y las políticas transformadoras y de cambio impresionan. Nos miran como un referente útil para animar a otros proyectos. Así que creo que todos tenemos que hacer todo lo posible para ser útiles a ese proceso que es colectivo en Barcelona, pero que también es colectivo en el ámbito internacional. La extrema derecha se está organizando muy rápido, de manera muy eficaz y con mucho dinero a nivel internacional: no puede ser que las propuestas transformadoras, progresistas, de cambio, no nos organicemos también. Hoy Barcelona es un referente importante y creo que tenemos esa responsabilidad. Una agenda de cambio necesita dos mandatos para que se consoliden esos cambios: siempre me he imaginado presentándome a un segundo mandato, pero nunca he pensado más allá de esto.

Si pensamos en Salvini, Le Pen u Orbán, ganan votos justamente por sus campañas securitarias contra los extranjeros dando una respuesta a los ciudadanos que piden seguridad y protección social. ¿Cómo se desactiva esta estrategia que, de momento, parece hegemónica?

Pienso siempre en el caso de Riace y de su alcalde Mimmo Lucano. Es la demostración de lo que se puede hacer también con pocos recursos y en un lugar apartado del mundo que no tiene la atención mediática. Su experiencia tiene una fuerza universal gracias a una actitud honesta, unas prioridades claras y una decisión ética en defensa de una política humana. Por eso ha despertado la virulencia de Salvini: a un humilde alcalde de un pequeño pueblo, Salvini lo ha convertido en su antagonista porque reconoce la fuerza de representación universal que tiene. Pero Riace demuestra también cuál es la fuerza del municipalismo: se pueden hacer muchos discursos del miedo y del odio, pero Mimmo Lucano demuestra en la práctica que la acogida no sólo no es un problema, sino que si se hace bien es una riqueza y mejora la vida de la gente local, no solo de los migrantes. Todos juntos mejoramos juntos. Esto desmonta completamente todo el discurso de los Salvini, los Trumps y los Le Pen. Entiendo que le persigan porque les pone en evidencia: muestra efectivamente que todo ese discurso es mentira con la práctica concreta de Riace. Por eso desde el primer día hemos querido que Barcelona se convirtiese en una ciudad refugio.

Las elecciones en Andalucía muestran como también en España avanza la extrema derecha. ¿Cómo se para este viento negro que está arrasando toda Europa? ¿Estás de acuerdo con Pablo Iglesias que habla de “frente antifascista”?

La realidad a la cual nos enfrentamos es compleja. Hay que evitar buscar explicaciones únicas y recetas mágicas para hacerle frente. Necesitamos serenidad y complejidad. Siempre he dicho que hay que reivindicar el antifascismo como nuestra base democrática: no hay democracia sin antifascismo. Dicho esto, no creo que ahora sea tan útil contraponer banderas antifascistas a los neofascismos y a la extrema derecha que surge: al nombrarlos y ponerlos en el centro, parece que ellos se crecen y se sienten orgullosos. Reconociendo que yo vengo de una tradición no solo progresista y de izquierdas, sino también que considera que ser democrática significa ser antifascista, no creo que el marco de organización y de relato cohesionador tenga que girar alrededor de eso.

¿Cuál debería ser?

Tiene mucho que ver con lo que hemos planteado desde el municipalismo. Cuando planteamos Barcelona en Comú, debatimos si presentarnos a las elecciones estatales, y tomamos la decisión política, después de valorarlo mucho, de que apostábamos por el municipalismo. Después de estos cuatro años, nos reafirmamos en esta decisión: estamos convencidos de que el municipalismo es más importante que nunca. Las ciudades son actores cada vez más importantes en el mundo global: sumamos el máximo de la población mundial y los grandes desafíos globales se concretan en las ciudades a partir  del cambio climático y las desigualdades. Pero no es sólo esto. Las ciudades son también el lugar donde innovar políticamente: el lugar de la proximidad y de la vida cotidiana. El Otro no es una abstracción: es mi vecino, lo conozco, no lo vivo como una amenaza, sino como una riqueza, una convivencia que funciona. Llevamos los niños al mismo colegio, compramos en las mismas tiendas, nos organizamos juntos en el barrio cuando surge algún problema o hay una necesidad que no está atendida. Es ese lugar de proximidad, de vida cotidiana donde identificar los objetivos comunes para una vida mejor. Esto es lo que nos hizo nacer como Barcelona en Comú: queríamos hacer una plataforma ciudadana en base a objetivos comunes, donde mucha gente que nunca ha estado en un partido político se sienta cómoda y sienta que hablamos de lo que le interesa sin tener que venir con un carnet en la boca para participar políticamente. Muchos de los grandes relatos de la extrema derecha se pueden desmontar desde la experiencia, no desde la confrontación retórica. Y el lugar de la experiencia es la ciudad, es el municipalismo. Ya era una municipalista convencida cuando empezamos, pero cuatro años después y con la deriva que estamos viendo, soy más municipalista todavía.

En todo el mundo crecen los movimientos de mujeres que piden más derechos. ¿El feminismo puede ser también una herramienta clave para vencer a la extrema derecha?

Absolutamente. Este es el siglo de las ciudades y de las mujeres. El feminismo tiene que ver con el municipalismo: plantea que los cambios se tienen que producir en el ámbito de la vida. Lo personal es político. La política patriarcal se ocupaba de la macropolítica y ninguneaba todo el tema de los cuidados y de la reproducción. La inmensa mayoría de nuestra vida quedaba invisibilizada y en manos de las mujeres porque los hombres se quedaban la política de verdad. Este sistema está claramente en crisis. Es verdad que la extrema derecha se crece en una reacción contra esta oleada feminista global, pero eso forma parte de la normalidad: cuando hay un proceso de cambio, siempre se resiste quien tiene privilegios. Una parte de esos hombres blancos privilegiados se ven amenazados y reaccionan. Pero hay también muchos hombres que ven una gran oportunidad en el feminismo porque no les gusta la masculinidad que les habían construido. Creo en un feminismo que sea inclusivo y empático, que no desprecie la diversidad, sino que la vea como una riqueza; un feminismo que piense en todos y en todas; un feminismo que sea antirracista, anticolonial, antihomófobo, que genere muchos puentes y muchas redes entre diferentes luchas que tienen en común la igualdad, la libertad, los derechos humanos. El feminismo es una cuestión de justicia: las mujeres somos la mitad de la población, no tenemos que vivir con miedo, con amenazas de ser violadas y asesinadas, y tenemos el mismo derecho a optar a cualquier profesión y a estar en todos los lugares de decisión. Pero el feminismo no es sólo una cuestión de justicia de género, sino que es una oportunidad de vivir mejor todos: mujeres y hombres. A mí eso me resulta mucho más fácil porque soy madre de dos niños y lo veo cada día: no quiero que mis niños crezcan en un mundo patriarcal, quiero que vivan en un mundo feminista. Y creo que mis niños varones van a ser más felices en un mundo feminista. Debemos trabajar eso, para que nadie se sienta amenazado, sino que lo viva como una oportunidad.

Hablas constantemente de la Europa de los derechos y de los pueblos. Pero, en concreto, ¿cómo se resiste a los diktat de la Troika? ¿Cómo se construye otra Europa dentro de las reglas de Maastricht?

No es fácil. No vamos a engañarnos. Europa surge por motivos hermosos: nunca más a la violencia, a la barbarie, a la deshumanización, a la guerra y al fascismo. Hay que reivindicar por qué surgió Europa con más fuerza que nunca. No lo podemos olvidar. Pero la Unión Europea no se ha construido bien porque se ha juntado con el proceso neoliberal global y se ha hecho una Europa desde arriba, tecnócrata, que ha generado desigualdades. Es evidente que ha habido una desviación en esta construcción institucional europea. Pero creo que sería un error dar Europa por perdida, porque Europa es como el mejor deseo de la humanidad. Si lo que criticamos es que la Troika ha construido por arriba una Europa que no representa a la mayoría de la población, pues es la mayoría de la población quien tiene que reconstruir Europa: no debemos delegar en una institución la responsabilidad de que se autorreforme. Hay que hacerlo desde abajo. Otra vez creo que el municipalismo debe tener un papel muy importante: no solo porque sabe hacerlo desde abajo, desde la ciudadanía y la proximidad, sino porque tiene el valor de las prácticas y las experiencias concretas. Gestionamos la energía de otra manera, luchamos contra la contaminación, reducimos los coches y ganamos espacio para las personas, y no se acaba la economía, sino que, al contrario, la economía funciona mejor. Somos las ciudades quienes demostramos que se pueden hacer políticas de acogida y esto no es una amenaza, sino que nuestras ciudades son más felices y mejores. Esto es imbatible, porque nada convence más que la experiencia. Puede haber grandes discursos y grandes promesas, pero a largo plazo la experiencia convence más que cualquier otra cosa. Y no es fácil, porque las ciudades tenemos grandes retos, pocas competencias y poco presupuesto. Aún así, estoy convencida de que las ciudades tienen un papel muy importante en la gran oportunidad de profundización democrática y de reinvención europea desde abajo.

Autor: Steven Forti

Profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.

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