Vaya que cuesta ser consistentes. Todos los días nos toca conocer casos en que se pone a prueba un mínimo de coherencia, en todo orden de cosas. Desafortunadamente, en general fallamos.

No es necesario ir demasiado lejos para descubrir las contradicciones que nos acosan. Basta ver cómo andamos por casa. En Chile entre las principales banderas con que triunfó la coalición gobernante, ChileVamos, destacaron la necesidad de terminar con la inseguridad, el nepotismo y la corrupción, así como retomar la senda del crecimiento. A más de un año de gobierno la inseguridad no muestra visos de amainar, los “portonazos” andan a la orden del día, así como los delitos, cada vez más violentos, contra las personas y la propiedad. El nepotismo, que en el pasado se daba al por menor, ahora parece enseñorearse multiplicándose como conejos los apellidos ilustres, a vista y paciencia de todos, y también tras las bambalinas. Y la corrupción, en vez de batirse en retirada pareciera estar viviendo sus mejores tiempos, particularmente en las más altas esferas.

Prueba lo expuesto que los titulares de los más diversos medios de comunicación dan cuenta ya sea de un delito, de esos callejeros, o de compraventa de favores entre personeros de cuello y corbata, viajes de hijos acompañando a sus papás, echando por tierra toda la verborrea en torno a la meritocracia y la igualdad de oportunidades.

En lo económico, los campeones del neoliberalismo, del libre mercado y libre comercio, de la globalización, fueron paridos en tiempos de Ronald Reagan y Margaret Tatcher, adalides de la derecha en los años 80, cuyas consecuencias estamos observando hoy expresadas en un creciente malestar. Pues bien, esa misma derecha, tras casi cuatro décadas, con Trump a la cabeza y secundada por una ultraderecha, resurge entre sus cenizas con un discurso opuesto que pretende enfrentar este malestar con proteccionismo, nacionalismo y un tufo dictatorial proclive a la represión en el plano político. Sin ir más lejos, Bolsonaro es un claro ejemplo de los nuevos tiempos que corren al alero de la proliferación de noticias falsas por las redes sociales. Como los camaleones, cambian de color según la ocasión. Ya pocos saben para quienes trabajan.

Las contradicciones suman y siguen. En lo religioso, no pocos curas y pastores pregonan el buen comportamiento, mientras hacen de las suyas tirando por la borda la confianza depositada. En lo político los adalides de la democracia hacen la vista gorda a la vulneración de los derechos humanos cuando de comerciar se trata. La necesidad tiene cara de hereje.

Estos son los tiempos actuales, llenos de contradicciones que nos obligan, más que nunca, a estar ojo al charqui, al cateo de la laucha, atentos al salto de la liebre. Insisto, más que nunca, tenemos que estar despiertos, confiar, pero no a ciegas; ser capaces de discernir, de ver bajo el agua. Aprender a bailar la música que nos gusta, no la que nos imponen.