Sin duda, deberíamos reajustar nuestra visión de esta ciudad; Kolkata, hoy llamada Calcuta Probablemente conocemos Calcuta principalmente por la madre Teresa en sus lechos de muerte, pero esta ciudad es mucho más que eso y, por mucho, no es tan miserable como parece. Aunque por un lado la Madre Teresa es muy venerada y es un símbolo de la ciudad, en todas partes hay calles e instituciones con su nombre; por otro, es criticada por vincular a la ciudad en todo el mundo con las narrativas de pobreza, muerte y miseria.

Sin duda, Calcuta tiene todo lo que tiene una ciudad india; comerciantes, clientes lujosamente vestidos, trabajadores pobres y maltratados, prestadores de todo tipo de empresas de servicios, conductores de los rickshaws (carruajes de dos ruedas), ganado jorobado tirando de las carroza junto a individuos escuálidos que los empujan, remolcadores en frente de tiendas, niños mendigos que olfatean cemento de contacto, lisiados sin manos o con los pies torcidos, gente ciega y coja, personas sin piernas con monopatines, durmiendo en la acera y, a veces, reposando moribundos en la cuneta. Pero no son tan comunes y llamativos como lo son en Delhi o Chennai; tal vez gran parte de esto se deba a la Madre Teresa y sus hermanas. En las calles podemos encontrar los pequeños camiones Mahindra, una marca de automóviles de la India, los tuk-tuks (autorickshaw), las pequeñas «motocicletas de cabina» a gasolina, los rickshaws de mayor potencia, carros y carretillas de mano tirados por ganado encorvado, a menudo cargados con una tonelada de sacos de arroz, y luego empujados a través de las calles por dos o tres figuras delgadas. Cuanto más estrechos se vuelven los carriles, más mercancías transportan el trabajador y el proveedor en la cabeza, e incluso en los caminos que tienen solo medio metro de ancho vienen en dirección opuesta uno al lado del otro.

Además, Calcuta también difiere de Delhi, Chennai o Varanasi en otros aspectos. Con 14 millones de habitantes, es la tercera ciudad más grande de la India. Una vez fue la capital y hasta ahora, muchos la visualizan así. Hay innumerables edificios feudales de gran arquitectura de la época del Imperio Británico, todos los cuales son ruinosos. Las piedras de la fachada se están cayendo en algunos hoteles, bosques enteros están creciendo en los salientes, pero los letreros de neón están en buen estado. Las piedras de la fachada se caen en algunos hoteles, bosques enteros crecen en las cornisas pero la publicidad iluminada funciona. Las raíces de los árboles crecen desde los salientes de los techos del quinto piso de las fachadas hasta el suelo. Los propietarios, a menudo viejos nobles empobrecidos que fueron expropiados con independencia, no tienen dinero o ningún interés en mantener los edificios, los alquileres apenas merecen ser mencionados y cuando los herederos se han peleado, a menudo les sigue una tortura judicial de décadas. Recientemente, una disputa de herencia de 1932 fue finalmente decidida aquí, después de todo. El antiguo esplendor británico sigue siendo visible en todas partes y, por lo tanto, la gente, amistosa en todas partes, no es tan agresiva en los negocios, existen menor cantidad de estafas que en otras partes y las calles están limpias. Se percibe también que la administración de la ciudad es mejor que en otros lugares. Casi podría ser la atmósfera de un pueblo pequeño y tranquilo si no hubiera tanta gente.

Kalkutta vs. Kolkata - ein Reisebericht

(Foto de Valentin Grünn)

Claramente nuestra imagen de Calcuta está demasiado influenciada por el trabajo de la Madre Teresa pero asimismo, la imagen que tenemos de ella y de sus «Hermanas de la Caridad» está distorsionada. No son sólo las dos casas moribundas las que dirigen, sino que además tienen clínicas para pacientes externos, orfanatos, hogares para mujeres con enfermedades mentales y hogares para niños de la calle que pueden comer y asearse allí. A pesar de lo discretas que son sus casas, atraen como por arte de magia a los llamados voluntarios, jóvenes y ancianos de casi todo el mundo, que se ofrecen como voluntarios durante un día o más, hasta meses. Tres veces a la semana, por la tarde, puedes informarte, inscribirte y, si quieres, empezar de inmediato al día siguiente.

No se le permite dar dinero a niños mendigos. No irías a la escuela si es que vas, y después tendrías que remolcar a docenas de niños. Así es como se ve a los mendigos ciegos, que son llevados por sus hijos con el cuenco de la donación en las manos entre los vehículos que esperan en los semáforos, al igual que los ancianos.

En la India se ha convertido en un problema el que los ancianos, cuando ya no pueden trabajar, sean literalmente echados a la calle por los niños que se han apoderado de sus tiendas y casas. La codicia por los negocios y las ventas, por el último teléfono móvil también ha capturado la India. Pero la mayoría de los mendigos son extremadamente educados y agradecidos por cada billete de 10 rupias, lo que equivale a 15 centavos de dólar. No puedes ayudar a todo el mundo, pero siempre tienes billetes pequeños en el bolsillo. A veces, uno se enfrenta con la decisión de redondear la cuenta en el restaurante por el bien de la propina o de tener pequeños certificados de limosna emitidos para el mendigo frente al restaurante.

La conducción del Rickshaw tiene su toque imperial. En la parte de atrás, uno se sienta a una altura que permite ver todo el tráfico y en la parte delantera, una figura demacrada se esfuerza; en ocasiones, uno se siente tentado de ayudarlo a pedalear. O uno de ellos lucha por tirar del vehículo sobre uno de los muchos umbrales de asfalto con sus sandalias. No todo el mundo se beneficia de este servicio, pero es posible que usted sea su único cliente ese día y tenga que alimentar a una familia con las 30 rupias (40 centavos).

El movimiento Ramakrishna tiene su centro aquí. Algunos estarán más familiarizados con el educador Vivekananda, quien fue el primer hindú en hablar ante el Parlamento Mundial de Religiones en Chicago en 1893. Fue a través de él que el yoga comenzó su marcha triunfal en Occidente.


Traducción del alemán por Sofía Yunga