Por Diana Rodríguez Pretel/Ctxt

Una asociación de 40 mujeres se reúne en torno a un salón de té para compartir las discriminaciones que sufren.

Ser mujer y bereber en Marruecos es sinónimo de discriminación, sumisión y trabajo. Discriminación porque las mujeres del desierto han crecido en un mundo de hombres, en un patriarcado mantenido en el tiempo. Sumisión al hombre porque padres, hermanos, maridos e incluso cuñados, casi cualquier hombre de su familia, tienen permiso para decidir sobre ellas. Trabajo porque desde pequeñas las largas jornadas en el campo se suceden sin descanso. Y allí sin quererlo se hacen mayores de repente.

Tawesna es un pequeño oasis de feminismo dentro de un desierto hostil. Es un salón de té en el que 40 mujeres hablan de igualdad. Un lugar casi perdido en la ciudad de Alï Ben Haddou (al sur de Marruecos) en el que se siente la revolución de las mujeres.

En este local, regentado por la única asociación de mujeres en muchos kilómetros a la redonda, consiguen arañar cada día un pedacito nuevo de libertad. Allí pueden tomar un té o simplemente charlar sin miradas indiscretas. Un resquicio de esperanza en medio de la nada. Ver a una mujer bereber en un bar es casi imposible.

Houria, una joven de Alï Ben Haddou de 23 años que prefiere mantener su apellido oculto, es la portavoz de esta asociación que nació con el objetivo de hacerle la vida más fácil a las mujeres bereberes. “Hemos creado un lugar específico para mujeres, donde pueden relajarse, desconectar de su rutina diaria, tomar un té y hablar libremente. Eso es lo que más valoran”. “Esa es la esencia de este lugar”, añade la joven.

Salón de té Tawesna, en Alï Ben Haddou. Foto: Diana Rodríguez Pretel

La chica confiesa que no quiere casarse todavía para no perder su pequeña parcela de libertad, porque es consciente de que en el momento en que contraiga matrimonio deberá obediencia y sumisión a su marido. En caso de querer divorciarse no podría, apunta. En el mundo musulmán la mujer puede ser repudiada y, con el tiempo, esa situación puede llegar a convertirse en permanente. Este es un asunto del que no hablan abiertamente las mujeres musulmanas, que consideran que el repudio cuestiona su dignidad humana. En algunos casos sí reconocen, aunque solo de puertas para dentro, que es lo mejor que les puede pasar.

Houria no está sola en esto. Su compañera Malika también forma parte de la asociación de Alï Ben Haddou. Una mujer que sirve de ejemplo para muchas otras y que es la voz de quienes no se atreven a alzarla. “Venir aquí es nuestra manera de desconectar, de compartir, de crear y, sobre todo, es la mejor manera de poder hablar de igual a igual”, asegura Malika. “Es como dejar una mochila muy pesada a un lado y comenzar un nuevo día entre amigas”, afirma. Un pequeño paso para ellas y un gran paso para el mundo bereber.

Entre conversación y conversación en el salón de té Tawesna entra un grupo de turistas. Eran cuatro españolas que viajaban solas para celebrar precisamente el Día de la Mujer. Houria y sus compañeras se ruborizaron y echaron las manos a la cabeza con sonrisa pícara cuando supieron que aquellas mujeres habían dejado a los maridos al cuidado a sus hijos. “Open mind”, repetían las españolas. Pero las reivindicaciones de las bereberes son muy distintas, tienen que ver con los derechos más básicos.

Fátima casi no recuerda su vida antes de casada. Confiesa que no han pasado ni diez años, y anhela esa falsa libertad como si hubieran pasado 40. Cuando sus obligaciones eran otras y podía ir y venir sin dar casi explicaciones. Ahora Fátima dedica buena parte de su jornada a atender a su marido, a sus hijos y, muy de vez en cuando, gasta algo de tiempo a ella. “Me he dado cuenta de que aquí me escuchan, de que mis opiniones cuentan. A pesar de mi juventud, creo que mi experiencia puede ayudar a ver la luz a muchas mujeres que viven enjauladas en su propia casa”, afirma Fátima.

Las mujeres en el salón de té Tawesna. Foto: Diana Rodríguez Pretel

Machismo es no poder hablar en público con hombres. Machismo es que no se les permita tomar un té en un bar, ni siquiera acompañadas de otras mujeres. Machismo es que no esté bien visto que ellas conduzcan. Incluso Arabia Saudí, que hasta el año pasado estaba prohibido por ley que las mujeres se pusieran al volante, ha evolucionado en ese sentido. Pero en el mundo bereber, esto es una norma no escrita. Sólo si consiguen el permiso de su padre o su marido, las mujeres del desierto podrían manejar un automóvil.

“En el mundo rural, las mujeres amazigh o bereberes no entienden y tampoco se meten en asuntos de política, de hecho, muchas son manipuladas y obligadas a votar en un sentido u otro”, tal y como apunta Abdelilah Oujaychou, miembro de la asociación Voix de Femmes Amazighe por los derechos de la mujer bereber en el norte de África.

No todas las mujeres bereberes se atreven a ser tan claras como Houria, Malika o Fátima. Otras simplemente apuestan por el silencio por respuesta. Prefieren callar. Quizá sea la juventud, o su contacto diario con turistas, o que hablan idiomas, o simplemente que son capaces de llegar a razonamientos que otras mujeres ni siquiera se plantean. Lo único que queda claro es que feminismo es una palabra de la que muchas bereberes desconocen su significado.

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