Tom Solomon, Universidad de Liverpool para The Conversation

Tras el brote de sarampión en Rockland County en el estado de Nueva York, las autoridades han declarado un estado de emergencia, con niños no vacunados prohibidos en los lugares públicos, hay muchas preguntas importantes acerca de la responsabilidad del estado y los individuos en cuanto a la salud pública.

El virus del sarampión se esparce cuando las personas tosen y dispersan saliva en otros. La vacuna, altamente efectiva, se ha administrado  junto con las vacunas contra paperas y rubeola desde 1970 como parte de la inyección MMR. La incidencia global del sarampión cayó notablemente una vez que la vacuna se volvió ampliamente disponible. Pero el control del sarampión sufrió un considerable retroceso gracias al trabajo de Andrew Wakefield, el cual trataba de conectar la vacuna del MMR con el autismo.

No existe tal conexión, y Wakefield fue eliminado más tarde por el Consejo Médico General por su trabajo fraudulento. Pero el daño estaba hecho y ha sido difícil de revertir.

En el 2017, el número global de casos de sarampión aumentó alarmantemente por los huecos en la cobertura de las vacunas en algunas áreas, y hubo más de 80.000 casos en Europa en el 2018.

La amenaza Anti Vacunas

La Organización Mundial de la Salud  ha declarado al movimiento anti vacunas como una de las 10 mayores amenazas globales a la salud para el 2019, y el gobierno del Reino Unido está considerando una nueva ley que obliga a las redes sociales a remover contenido con información falsa acerca de las vacunas. La reciente iniciativa de las autoridades estadounidenses de prohibir a los niños no vacunados el acceso a los espacios públicos es un enfoque jurídico diferente. Admitieron que será difícil de imponer, pero dicen que esta nueva ley en un signo importante de que están tomando en serio este brote.

La mayoría de niños que sufren de sarampión simplemente se sienten miserables, tienen fiebre, glándulas inflamadas, ojos y nariz llorosa y un sarpullido que pica. Aquellos con menos suerte desarrollan dificultad para respirar o inflamación cerebral (encefalitis), y uno o dos de cada mil van a morir de esta enfermedad. Este fue el destino de la hija de siete años de Roald Dahl, Olivia, quien murió de encefalitis causada por sarampión en la década de 1960 antes de que exista la vacuna.

La hija de Roald Dahl murió de sarampión.

Carl Van Vechten/Wikimedia Commons

Cundo la vacuna contra el sarampión estuvo disponible, Dahl se horrorizó al ver que hubo padres que no inocularon a sus hijos, a hizo una campaña en 1980 y apeló directamente a ellos a través de una carta abierta. Reconoció que los padres estaban preocupados por el raro riesgo de efectos secundarios de la aplicación (cerca de uno en un millón), pero explicó que los niños tenían más posibilidades de morir ahogados con una barra de chocolate que por la vacuna contra el sarampión.

Dahl protestó en contra de las autoridades británicas por no hacer más para que los niños sean vacunados y se alegró del enfoque americano en ese momento: la vacunación no era obligatoria, pero la ley mandaba a que los niños asistan a la escuela, pero ellos no podían ingresar a menos que estuvieran vacunados. De hecho, una de las nuevas medidas presentadas por las autoridades de Nueva York esta semana es de nuevo prohibir la entrada de los niños no vacunados a las escuelas.

Precedentes

Con los casos de sarampión aumentando en América y Europa, ¿deberían los gobiernos ir más allá y hacer que la vacunación sea obligatoria? Muchos argumentarían que esta es una terrible violación de los derechos humanos, pero hay precedentes.  Por ejemplo, es necesario mostrar pruebas de tener la vacuna en contra de la fiebre amarilla para muchos viajeros que vienen de países en África y Latinoamérica por el miedo de que se disperse esta terrible enfermedad. Nadie parece estar en contra de eso.

También en raras ocasiones, cuando los padres rehúsan medicina que podría salvarles la vida a sus hijos, tal vez por razones religiosas, las cortes anulan estas objeciones a través de leyes de protección infantil. ¿Pero, y qué con una ley que dicte que las vacunas deben ser administradas para proteger a un niño?

Las vacunas son vistas de manera diferente porque el niño no está realmente enfermo y hay serios efectos secundarios ocasionales. Es interesante que en América, los estados tienen la autoridad de requerir que los niños esté vacunados, pero tienen a no aplicar estas leyes cuando hay objeciones religiosas o “filosóficas”.

Hay paralelos curiosos con la introducción de los cinturones de seguridad obligatorios en gran parte del mundo. En escasas situaciones, el cinturón de seguridad podría causar daño al fracturar el bazo  o dañar la columna. Pero los beneficios pesan mucho más que los riesgos y no hay muchos que se rehúsen a ponerse el cinturón.

Tengo algo de simpatía por aquellos ansiosos acerca de las vacunas. Son bombardeados a diario con argumentos contradictorios. Desafortunadamente, algunas evidencias sugieren que mientras más intentan las autoridades convencer a las personas de los beneficios de las vacunas, las personas tienen aún más sospechas.

Recuerdo haber llevado a una de mis hijas a recibir la inyección MMR cuando tenía 12 meses. Mientras la sostenía contra mí, y la aguja se acercaba, no pude evitar repasar los números en mi cabeza, necesitando convencerme de que estaba haciendo lo correcto.  Hay algo antinatural acerca de causarle dolor a tu hijo a través de un objeto puntiagudo, aun cuando sabes que es por su bien. Pero si había dudas persistentes, sólo tenía que pensar en los muchos pacientes con enfermedades prevenibles mediante vacunación a los que he atendido como parte de mi programa de investigación en el extranjero.

Al trabajar en Vietnam en la década de 1990, no solo cuidaba a los pacientes de sarampión, sino a los niños con difteria, tétanos y polio – enfermedades que desaparecieron hace mucho en la medicina occidental. Recuerdo mostrarle el hospital a una pareja inglesa que recién llegaba a Saigón con su joven familia. “No creemos en la vacunación para nuestros hijos” me dijeron, “Creemos en un método holístico. Es importante dejar que ellos desarrollen su propia inmunidad natural”. Al final de la mañana, aterrados de lo que vieron, anotaron a sus hijos en la clínica local para su inoculación.

En Asia, donde hemos puesto en marcha programas para vacunar contra el virus de la encefalitis japonesa transmitido por mosquitos, una causa letal de inflamación cerebral, las familias hacen cola pacientemente durante horas bajo el sol tropical para vacunar a sus hijos.

Para ellos, las actitudes de los antivacunadores occidentales son desconcertantes. Es sólo en Occidente, donde rara vez vemos estas enfermedades, donde los padres pueden darse el lujo de una caprichosa ponderación sobre los riesgos extremadamente pequeños de la vacunación; frente a los horrores de las enfermedades que previenen, la mayoría de la gente pronto cambiaría de opinión.

Tom Solomon, Director de la Unidad de Investigación para la Protección de la Salud del Instituto Nacional de Investigación en Infecciones Emergentes y Zoonóticas, y Profesor de Neurología, Instituto de Infecciones y Salud Mundial, Universidad de Liverpool.

Este artículo ha sido reeditado de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lea el artículo original.


Traducción del inglés de: Antonella Ayala