Por Baher Kamal *

¡Qué no cunda el pánico! No se trata de decirles cómo se han utilizado las cuentas bancarias y los fondos de las pensiones para financiar la producción de bombas nucleares (llamándolas “inversión”).

Tampoco es sobre las cuatro docenas de guerras mayores y menores que las llamadas “armas tradicionales”, que están siendo fabricadas y exportadas por países civilizados y democráticos, siguen alimentando sistemáticamente.

No se trata del agotamiento irracional de los recursos naturales, la destrucción de los bosques, del suministro masivo de armas a “grupos rebeldes” para quemar aldeas enteras, violar a niñas y mujeres y reclutar a niños soldados en más de un país africano, en aras de “limpiar” la zona minera para que las grandes multinacionales sigan extrayendo minerales preciosos que sirven para producir más (y más caros) teléfonos inteligentes.

Ni siquiera se trata de cómo los jóvenes de hoy verán más plástico que los peces en todos los mares.

Más aún: este artículo no se centrará en la bancarrota moral e intelectual de tantos aprendices mediocres autodenominados “políticos”, que abrazan peligrosos fanatismos mientras que, algunos países “muy democráticos”, se llaman a sí mismos “centro-derecha” (algunos se atreven a decir que son simplemente del “centro”), deslizándose aún más en la “Dictatocracia”.

Tampoco se trata de aquellos tantos Estados que en su día fueron exportadores netos de migrantes (Italia, España, Grecia, etc.), pero que ahora se erigen como enemigos incondicionales de los inmigrantes… todo ello con el pretexto de la “crisis” que han creado y las consiguientes altas tasas de desempleo, y los argumentos posverdad de “seguridad nacional”.

Por no hablar de las grandes potencias como los Estados Unidos, que han sido construidas en su totalidad por los inmigrantes a costa de exterminar a las poblaciones autóctonas originales. Pero ¿qué podríamos decir sobre Canadá?, ¿Y Australia…?

Ahora, los migrantes que se ven obligados a huir de los conflictos armados creados, el empobrecimiento, y el cambio climático (que no contribuyeron a generar), son presa fácil de medidas arbitrarias: muros, vallas y pactos de vergüenza para enviarlos a centros de detención y mercados de esclavos en países como Libia.

¿Y entonces?

Entonces, ¿de qué diablos se trata este artículo? Pues bien, se trata de un puñado de ejemplos sobre los mayores daños que la llamada globalización ha causado a la especie humana.

Comencemos con el término globalización en sí, un proceso que de alguna manera se formalizó a principios de los años 80 con la actuación en el escenario del poder de la británica “Dama de hierro” Margaret Thatcher y el actor estadounidense que se convirtió en presidente, Ronald Reagan.

La Primera Dama de Hierro y el Actor-Presidente representaban la cara visible del también llamado “neoliberalismo”, que en palabras sencillas y pobres ha llevado al desmantelamiento constante de todos los aspectos de los servicios de bienestar social ganados dolorosamente – desde la asistencia sanitaria pública hasta las pensiones de jubilación, pasando por la supresión de los derechos de los trabajadores, sindicatos, educación pública y un largo etcétera.

En cambio, el neoliberalismo abrió rápidamente el camino a una ola salvaje de privatizaciones, a la supremacía de las reglas incontroladas y marcadas, a tasas récord de desempleo juvenil, a desigualdades abismales…

Por no hablar de la codicia infinita, incluyendo el desencadenamiento de guerras interminables, por el bien de mantener feliz la gigantesca industria armamentística y el negocio de la “reconstrucción” de los países destruidos, todo a cambio de sus generosos fondos para las campañas electorales.

Esta hegemonía neoliberal anglosajona pronto contagió a los Estados europeos, que rápidamente adaptaron sus “valores” a los nuevos procedentes de Washington y Londres. Como de costumbre para los europeos, dirían algunos.

En lugar de proporcionar una larga lista ejemplos documentados y respaldados por cifras de lo que este proceso ha significado a nivel macroeconómico y microeconómico, este rápido y caótico relato pretende modestamente centrarse en algunos de sus mayores impactos en los seres humanos. Seres humanos que ahora son considerados como un mero número de “votantes” (tenga en cuenta que ya no son más “electores”).

La Voracidad

Un punto es que el término globalización ha recibido sistemáticamente connotaciones positivas, mientras que podría interpretarse como un proceso de “monetización” gradual e incluso de “dolarización” de los medios de subsistencia, y pronto se convirtió en una agresiva “masificación” de los hábitos importados: el consumo ciego, la avaricia histérica, la imitación irracional, la muerte de lo que antes se consideraba “verdad” (la era posterior a la de la verdad), el predominio de la desinformación y la información errónea (las “noticias falsas”).

En el transcurso de este proceso, las llamadas “clases bajas” han sido dotadas de créditos bancarios fáciles para comprar casas, último modelo de coches, viajar por el mundo… Psicológicamente, esto les hizo creer que se habían convertido en la “clase media” y más tarde en “clase media alta”, acercándose así al envidiable estatus de “clase alta”.

Luego vino la crisis. Y con ella, los grupos más vulnerables, falsamente transformados en grupos privilegiados, perdieron todo: los préstamos, las casas, los coches, los viajes, etc.

El resultado

Una de las consecuencias más dramáticas es la pérdida de identidad, tanto individual como colectiva. Simplemente, la identidad se ha convertido en algo virtual.

Una consecuencia tan peligrosa que se está agravando rápidamente con la llegada de productos de alta tecnología son: los robots sustituyendo a los seres humanos.

Lamento este rápido y caótico relato sobre algunos de los impactos más peligrosos del proceso de globalización que, según algunas interpretaciones, ahora se desmantelarían. El hecho es que tal masificación parece no tener fin.

En cambio, ahora se les dice a los “votantes” que recibirán, tarde o temprano, un ingreso básico (también llamado ingreso básico incondicional, ingreso ciudadano, garantía de ingreso básico, ingreso básico universal o demo-subsidio universal), lo que implica que todos los ciudadanos o residentes de un país recibirán regularmente una suma incondicional de dinero, además de cualquier ingreso recibido de otros lugares.

Según sus defensores, esto se financiaría con los beneficios de las empresas públicas. Un ejercicio difícil dado que el sector privado ha ido asumiendo el papel de los Estados, que se han ido desmantelando paulatinamente.

De esta manera, los ciudadanos se mantendrán vivos, se quejarán menos del evidente fracaso de los gobiernos a la hora de crear oportunidades de empleo, mientras hacen lo que se espera de ellos: consumir todo lo que producen las industrias y, por cierto, seguir desempañando su papel de “votantes” (no de electores, ¡Cuidado de nuevo!).

*Baher Kamal es un periodista laico de origen egipcio, de nacionalidad española, con más de 45 años de experiencia profesional, desde reportero a enviado especial, pasando por redactor jefe de diarios nacionales y una agencia de noticias internacionales.


Traducido del inglés por Nicolás Soto