Por esta vez Rafa no me ayudará a redactar estas líneas en mi pseudo español para acercarlo a un correcto castellano, como hizo con tantos de mis textos.

Fue de las primeras personas que me recibió y acogió desde el inicio de mi vida en Chile. Y mientras cambiaban tantas cosas en nuestras vidas, él fue constante e infalible como amigo y compañero, a cualquier hora y para cualquier tema o situación siempre las puertas de su corazón estaban abiertas. Su tiempo, que parecía infinito, corría en función de otros. Llegó a ser y será parte de mi paisaje interno.

Rafael Valenzuela Schmidt es de los pocos casos en los que los conocimientos son enciclopédicos – literalmente de todo y sobre todo – en un intelecto vivo e inquieto que coincidía con la costumbre de ayudar a otros.

Rafa tenia una curiosidad infinita y vivía para analizar y comprenderlo todo: desde las nuevas teorías de la creación del Universo y problemas de la física cuántica, hasta las complejidades de la conjugación de verbos rusos y la lucha de los kurdos sirios. Pero tal vez la pasión mas grande de su vida fue la botánica; él podía durante días hablar de lo peculiar de la vida de los bosques de Siberia Oriental (sin haber salido nunca de Sudamérica), y paseando con él por cualquier parque de Santiago, había que estar preparado para pararse por un buen rato al lado de un arbustito para escuchar su inspirada descripción de “esta increíble planta”.

Tenía el don de explicarnos a nosotros, los ignorantes, con mucha paciencia y sencillez, cosas bastante complejas sin que nos sintiéramos idiotas. En cualquier discusión era de los raros oponentes, siempre mucho más preocupado por hallar la verdad que por defender sus postura y siempre se reía mucho de sí mismo.

Después de los primeros quince minutos de nuestras conversaciones acerca de sus temas científicos y filosóficos preferidos, por el esfuerzo mental para seguirlo yo normalmente sentía que de pronto me saldría humo por las orejas y trataba de cambiar de tema.

De todos mis amigos, Rafael fue el más claramente anti-sistema. Proveniente de una familia educada y de buena situación económica – le gustaba contar con risa que uno de sus tíos fue hasta ministro de economía de Pinochet – y teniendo todas las oportunidades para el éxito económico y una buena carrera, el eligió otra vida, muy humilde, casi espartana, para dedicar su tiempo a lo que más le importaba: la lectura, las reflexiones y compartir con los amigos, siempre buscando certezas e ideas para cambiar el mundo. Rafa tenia trabajos esporádicos como consultor en temas ecológicos, vivía en permanente crisis económica, fue su opción y jamás cambiaría su vida por nada. Incomodaba a muchos que no lo conocían; podía pasar días sin bañarse, llegar a cualquier reunión con ropa sucia y arrugada, con zapatos gastados y hasta diferentes, desafiando toda la ordinariez de los buenos modales de la “clase media” chilena. Durante un almuerzo elegante él podía sacar de su bolsillo un clip para rascarse la oreja, pero no para provocar, simplemente por costumbre, pensando en alguna de sus cosas. Varios de nosotros confundían su pobreza crónica con avaricia. Fue muy libre y era casi imposible no envidiar este grado de libertad. Podía darse el lujo de no mentirle a nadie, algo que en un país tan hipócrita como Chile, seguramente no aumentó nunca su número de amistades. Fue muy confiado, abierto e indefenso, le conmovían e interesaban profundamente otras personas y a pesar de todo, siento que fue infinitamente solo.

En mis primeros meses de la vida en Chile escribimos un libro sobre la catástrofe de Chernobyl que fue una serie de nuestros comentarios a la compilación textos que traje desde Ucrania.

Trataba de aprender ruso solo y estaba convencido que para una pronunciación correcta del sonido gutural ruso ы un latino debe sumergirse a las profundidades de su memoria genética y poner cara de neandertal.

Encontró en Internet y aprendió su canción rusa preferida que dice más o menos lo siguiente: “Y de nuevo sigue el combate, y el corazón se alerta en el pecho y Lenin es tan joven y el nuevo octubre está adelante…”

Durante el ataque de los EEUU a Afganistán, cuando la prensa occidental afirmaba que el Talibán prohibió toda la música, fue por su iniciativa que encontramos en internet a las radios afganas, revisamos y confirmamos que la única música prohibida era la occidental, y no TODA, como aseguraba la prensa.

Desde muy joven Rafael se hizo seguidor y discípulo del filósofo argentino Mario Rodríguez Cobo (Silo) y toda la vida participó en el Movimiento Humanista, desde la resistencia a la dictadura en su época en la Universidad de Chile hasta los ejercicios especiales y recientes que hacía para ampliar la conciencia. Tenía una profunda fe en la No Violencia Activa como método de la lucha. Consideraba al gobierno de los EEUU y al modelo neoliberal el peor enemigo de la humanidad y soñaba con el crepúsculo del imperio. Quería algún día probar kumys, llegar a Mongolia, visitar las bibliotecas iraníes y comparar los chamanes de Altay con los americanos. Le gustaba el budismo, la única, según él, religión atea y fue un ateo, convencido que la muerte física no es el final sino una etapa nueva de la expansión de nuestra conciencia. Criticaba mucho a los cristianos y a los comunistas por dogmáticos y apegados a creencias muy antiguas.

En las seguramente miles de horas que pasamos conversando, proyectando y traduciendo, aprendí muchísimo de él. Y uno de los primeros y quizás más importantes aprendizajes fue la superación de mis prejuicios de clase hacia gente de barrios altos, un defecto que tuve en los primeros años en Chile.

Honrando nuestra amistad, su hermana le puso mi nombre a su pastor alemán, algo que le divertía mucho a Rafa.

En lo cotidiano Rafa siempre fue muy racional y pocas veces expresaba sus emociones. La ironía constante fue su principal escudo protector ante cualquier solemnidad o “seriedad”, cosas que detestaba.

Durante la última semana de su vida estuvo obsesionado con la tal vez peor versión musical de un poema de Juan de La Cruz, que lo conmovía hasta las lagrimas, y que obligó a escuchar a todos con quienes se fue encontrando. Nuestros amigos vieron por primera vez a Rafael llorar de emoción, cuando escuchaba:

Trás un amoroso lance
y no de esperanza falto
volé tan alto, tan alto
que le di a la caza alcance.

Para que yo alcance diese
a queste lance divino
tanto volar me convino
que de vista me perdiese
y con todo en este trance
en el vuelo quedé falto
mas el amor fue tan alto
que le di a la caza alcance.

Cuanto más alto subía
deslumbróseme la vista
y la más fuerte conquista
en escuro se hacía
mas, por ser de amor el lance
di un ciego y oscuro salto
y fui tan alto, tan alto
que le di a la caza alcance.

Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba
dije: No habrá quien alcance.

Abatíme tanto, tanto
que fui tan alto, tan alto
que le di a la caza alcance.

Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo
porque esperanza de cielo
tanto alcanza cuanto espera
esperé solo este lance
y en esperar no fui falto
pues fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

A los que parten se les desea a veces un feliz vuelo hacia la luz. Pensé que para Rafael Valenzuela este viaje será más corto que para muchos de nosotros. Llegó a ser quien siempre quiso: un visitante del futuro, un humanista, un revolucionario… lo que resultaba casi invisible desde cerca… En todas las conversaciones que sigo teniendo con él, practicamente incesantes desde el momento en que me enteré de su partida, trato de inventar un buen chiste para agradecerle su amistad.