“Con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”, es un dicho muy instalado entre quienes trabajamos por el bien común en la Argentina. Y si bien pareciera una coordenada correcta, quedamos reducidos a esperar el despertar o emergencia de dirigentes a la altura de las circunstancias.

Unas circunstancias que son globales y que tienen dos escenarios muy definidos: la muerte definitiva del neoliberalismo y la agonía desestructurante de la socialdemocracia. Es decir, las constituciones y las democracias tal como las conocemos están autodestruyéndose.

El sistema económico capitalista hegemónico se ha convertido en una herramienta de la avaricia más desaforada y surgieron con potencia los monopolismos y los corporativismos transnacionales que sobrepasan al ya conocido complejo militar-industrial o a la subsiguiente globalización.

Los poderes de turno digitan elecciones, ponen gobiernos y en casos extremos, avanzan con golpes de Estado, no necesariamente con botas y no necesariamente fuera del marco “democrático”. Las proscripciones, detenciones arbitrarias, suspensiones y difamaciones están a la orden del día no solo en nuestro continente, sino también en la decrépita Europa.

Elevar el deseo

En este contexto desalentador podemos buscar señales de un nuevo mundo, de instancias superadoras. Podemos reconocer esfuerzos que van en sentido evolutivo y que dotan de sentido a la acción humana.

Lo que Fukuyama definió como “el fin de la historia”, se ha demostrado que no era el fin de la dialéctica entre humanismo y antihumanismo, sino la exacerbación y aceleración de este fenómeno. El neoliberalismo se había quedado sin el “cuco” comunista y comenzaron a crear nuevos enemigos que permitieran darle sustento a su prédica: el choque de civilizaciones, los populismos, los derechos individuales…

Todo se ha descubierto falso, todo se ha demostrado embuste y manipulación a través del control de los medios de creación de subjetividad global. Del exceso de control, deriva el caos.

Así que si bien descubrimos las máscaras y la engañifa se deconstruye, el caótico clima de época nos tiene a todos y todas confusos, maniatados, recelosos, desconfiados y aturdidos.

La toma de consciencia se puede ver en tres dimensiones: la personal, la colectiva y la trascendente. Cada una conduce a las otras, en cualquier orden.

Y creo que en esta víspera de desear, de expresar aquello que necesitamos realmente, que debemos priorizar un tema sobre el otro, un deseo sobre otros posibles. No vendría mal, pensar en estas tres dimensiones y proponernos elevar los deseos.

No tiene nada de malo el bienestar de los seres más cercanos, pero será una felicidad siempre delimitada por las condiciones que plantea el medio en el que vivan. No tiene nada de malo plantearse cambios de gobierno o de sistemas económicos o la caída de los privilegios que sustentan las desigualdades en todos lados, pero siempre dependerán de la acción humana, de seres falibles, de seres que pueden pecar de egoísmos, de egolatrías, de urgencias, de flaqueza frente a la extorsión. Esos seres que podrían ponerse delante de los anhelos profundos del ser humano, necesitamos que encuentren motivaciones, deseos que los movilicen que sean trascendentes, que sean espiritualmente consistentes, que vayan más allá de sus propios intereses, vidas y convicciones y se proyecten en la concreción de un futuro mejor para todos y todas.

Así que he ahí mi deseo: que se pueda salir de este atolladero donde se juega la supervivencia del ser humano con cierta clarividencia y la predisposición de que surjan los mandatos que pongan la mente, el cuerpo y el alma en la superación del dolor y sufrimiento de la especie.