A los dos años de la derrota de Hillary Clinton en su carrera a la Casa Blanca, cuando en muchas apuestas se daba por hecho que caería el techo de cristal, un nú­mero récord de mujeres –blancas, latinas, nativas americanas, negras, musulmanas– hicieron his­toria al ser elegidas para el Capi­tolio y otras cargos a lo largo de estas elecciones legislativas.

Se pusieron en marcha desde el día uno en que el presidente ­Donald Trump tomó posesión, con una movilización que conta­bilizó a millones aquel 21 de enero del 2017 y que ya fue una decla­ración de intenciones. Su empuje político supone en parte un reflejo del movimiento #MeToo contra los abusos sexuales del que tanto abomina Trump.

Tras una cifra inédita respecto a otros comicios, al postularse 257 al Congreso, al menos 96 ganaron su escaño para la Cámara de Representantes y otras 12 en el Senado. Esto –sumado a otras 10 senadoras cuyo cargo no se sometía a votación– supondrá que en el Capitolio de Washington habrá 118 mujeres, todo un hito.

De esta manera culmina un bienio de enfado y activismo por la elección y el estilo de Trump. Esto propició que muchas mujeres se hayan volcado en los movimientos de base para que los demócratas recuperaran la mayoría en la House. Así ha sido gracias en buena parte a su labor. Porque si bien hay algunas conservadoras –Marsha Blackburn es la primera republicana elegida en Tennessee para el Senado–, esta oleada se centra en las progresistas, con una cifra del 77%.

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