Por Marcos Rolim*. Traducción de Pressenza

Las Filipinas tienen un presidente de nombre Rodrigo Duterte. Se trata de un político tradicional que fue alcalde de Davao, en la isla de Mindanao, por 22 años consecutivos. Hizo su campaña a la presidencia prometiendo combatir la corrupción y sosteniendo que “bandido bueno, es bandido muerto”. “Mejor que escapen los que están conectados al tráfico de drogas, porque voy a matarlos. Con sus cuerpos, alimentaré los peces en Manila”, afirmó. Es más: dijo que si fuera electo, ordenaría a la policía y los militares matar a todos los criminales. “Olvidad las leyes de derechos humanos; mataría a mis propios hijos se fueran adictos a las drogas”. Para que no hubiera dudas, ya electo presidente, Duterte añadió: “Hitler masacró tres millones de judíos. Tenemos tres millones de adictos. Voy a matarlos con placer”.

Desde que asumió la presidencia el 30 de junio de 2016, más de 13 mil personas –según organizaciones de derechos humanos de Filipinas–, ya fueron ejecutadas en las calles por policías y grupos de exterminio en la guerra particular de Duterte, números que superan las víctimas del reinado asesino de Ferdinand Marcos (1972 a 1981). El presidente premia policías con dinero por cadáver, asegurándoles total inmunidad. “Si siguen mis indicaciones, no tienen que preocuparse por las consecuencias penales (…) Iré a la prisión a buscarlos”, dijo. Tal postura ha estimulado que los policías maten sospechosos, adictos a las drogas, gente que vive en la calle, borrachos y enfermos mentales y que contraten mercenarios para aumentar su facturación. La mayor parte de las muertes aparece en los registros oficiales como “tiroteos”, pero muchos casos poseen testimonios e informes que comprueban que las víctimas fueron muertas sin esbozar ninguna resistencia e inclusive cuando estaban con las manos en alto.  Según la Iglesia católica de Filipinas, se trata de “un reino del terror”. Sin embargo para el secretario de Justicia de Filipinas, las personas muertas no integran “la humanidad”.

Duterte es un psicópata homofóbico y misógino que se hizo conocido por decir barbaridades que son –para muchas personas– expresión de “sinceridad” y “coraje”. Él llamó “gay” el embajador de la ONU en Manila y dijo que podría expulsar a la ONU de Filipinas; llamó a Barack Obama  “hijo de la puta”, porque había criticado su política de guerra a las drogas; usó la misma expresión para referirse al Papa Francisco por haber provocado un embotellamiento de tránsito cuando visitó Filipinas. Dijo que la misionera australiana Jacqueline Hamill –que fue violada y muerta durante un motín en una cárcel– era muy bonita y que él habría sido el primero en violarla. En aquel momento sus adversarios dijeron que se trataba de un maníaco y que jamás llegaría a la presidencia. Él respondió diciendo que había hablado “como hablan los hombres”. La misoginia de Duterte aparece en muchos otros pronunciamientos. Recientemente, en un discurso en el Palacio de Malacañang, afirmó que el Ejército tiene una nueva orden en el combate a la guerrilla del Nuevo Ejército del Pueblo (NEP), una organización maoísta que actúa en el norte del país: “tiren a la vagina de las guerrilleras. Sin las vaginas, son inútiles”.

Filipinos protestan en Nueva York contra medidas del gobierno de Duterte. Foto Joe Catron

Duterte horroriza el mundo, pero tiene el apoyo de Donald Trump. En abril de este año, el presidente norteamericano lo llamó para felicitar al maníaco de Filipinas por “el increíble trabajo que ha realizado con el problema de las drogas…”. Amnistía Internacional y decenas de otras instituciones han denunciado sistemáticamente las violaciones practicadas por el régimen de Duterte, que mantiene en prisión a varios de sus opositores, como la senadora Leila de Lima. El presidente responde amenazando matar a los activistas que luchan por los derechos humanos: “Voy a arrancarles la cabeza”, dijo en plaza pública. Mientras tanto, todo ese fervor asesino sólo ha  conseguido más violencia para Filipinas y no ha cambiado sustancialmente nada en el tráfico de drogas y la criminalidad.

¿Cómo fue posible que Filipinas se convirtiera en el primer país del siglo XXI en elegir un fascista para la presidencia?  ¿Cómo fue posible que ciudadanos y ciudadanas de ese país, muchos de ellos profesionales, empresarios, personas con formación universitaria, confiaran su futuro a un asesino, defensor de grupos de exterminio y admirador de Hitler?

Son cosas que en Brasil no podemos entender ¿cierto?


* Brasilero, doctor y maestro en Sociología y periodista. Presidente del Instituto Cidade Segura (Ciudad segura). Autor, entre otros, de “La Formación de jóvenes violentos: estudio sobre la etiologia de la violencia extrema” (Appris, 2016)

El artículo original se puede leer aquí