Estamos a pocos días de la segunda vuelta en las elecciones presidenciales de Brasil. Siendo el país más grande de nuestro continente sus resultados tendrán una influencia más allá de sus fronteras. Hoy quizá se sigue lo que allí ocurre, quizá más que otras veces, porque las mayores posibilidades de triunfo las tiene un candidato, Bolsonaro, que rompe los esquemas a los que estamos habituados. Los rompe porque su modelo político es el autoritarismo, el militarismo; y en lo económico, su modelo ideal, si es que tiene alguno, a la luz de los tecnócratas que están tras él, el neoliberalismo.

Su triunfo sería equivalente a que en Chile hubiese una elección donde participara y ganara el innombrable. Es una elección donde un candidato no ve con malos ojos las dictaduras, así como quienes lo respaldan. En columnas anteriores ya hemos abordado lo que podrían ser las causas que han llevado a Brasil a la polarización actual. Ahora intentaré llamar la atención en torno a la paradoja que encierra el escenario político-económico en el que se encuentra Brasil.

El neoliberalismo que se ha ido imponiendo en los más diversos países de Latinoamérica, en paralelo al repliegue de los socialismos y sus variantes, por las características que le son propias, no ha hecho sino agudizar las desigualdades, la incertidumbre, la inseguridad, la violencia, la pérdida de derechos, con excepción del derecho a la propiedad. Para enfrentar estas realidades, en vez de encarar y responsabilizar al neoliberalismo de esta realidad, los más recientes resultados electorales parecen decirnos que se está optando por más autoritarismo, más represión, para poder aplicar más neoliberalismo, para ir a un neoliberalismo a fondo, sin vaselina. Lo que en Chile se impuso dictatorialmente, a sangre y fuego, Brasil está en alto riesgo de imponerlo democráticamente, por la vía electoral. En mi impresión sería análogo a pretender apagar un incendio con bencina.

Aun confiando en que se produzca un vuelco de última hora en las preferencias electorales, hay que prepararse para un eventual triunfo de Bolsonaro como una oportunidad para reinicializarnos, resetearnos, reconstruirnos, e iniciar la travesía por el desierto para recobrar fuerzas, para insuflarnos de nuevas ideas, reencantarnos y entusiasmarnos. Mal que mal, las derrotas enseñan más que los triunfos. Por lo demás, no hay mal que por bien no venga. Al mal tiempo, buena cara. Nunca está de más volver a empezar, volver a nacer con más entusiasmo.