El gobierno de Cambiemos se ha empeñado en cercenar sistemáticamente los derechos de la población, exhibiendo una indiferencia total ante su sufrimiento, y un indisimulable odio de clase.  No ha dudado en ponerse al servicio del poder económico más concentrado, destruyendo a las pymes y la industria nacional.  Todo en aras del viejo relato neoliberal de abrirse al mundo para atraer inversiones y aumentar la rentabilidad de sectores concentrados para que luego derramen en la economía. Recetas ya conocidas que nos llevaron al desastre varias veces y hoy van a contramano de un mundo en el que avanza el proteccionismo frente a las contradicciones de la globalización.

Todo resultó exactamente al revés del relato. Prometían pobreza cero y aumentó; bajar la inflación, y se duplicó; crear empleo genuino, y destruyeron el que había. Prometían lluvia de inversiones, y sólo hay fuga de capitales, reducir el déficit fiscal y de cuenta corriente y ambos crecieron. Prometían más República y manipularon al Poder Judicial.

Ante semejante contradicción, la pregunta que surge es: ¿Cómo lograron que el pueblo apoye a su propio verdugo?, y la respuesta es: apelando a las diferentes tecnologías de la mentira.

Inicialmente utilizaron lo que denominaremos mentiras de primera generación (1G); el típico discurso neoliberal, que seduce a cierto sector de la población propenso a creer que el progreso sólo depende del esfuerzo individual, no de las políticas públicas, y que sólo el empleo privado es trabajo genuino. Pero en eso engañaron a sus propios seguidores, porque ni siquiera tuvieron la intención de generar trabajo privado; por el contrario, con la apertura de importaciones y el brutal ajuste, destruyeron decenas de miles de puestos de trabajo industrial. La lluvia de inversiones fue sólo un breve chaparrón de capitales especulativos, y el paradigma de progreso y desarrollo mutó hacia el viejo modelo conservador de una Argentina agro-exportadora.

Pero como en la campaña electoral, con las mentiras 1G no alcanzaba para ganar, tuvieron que apelar a las mentiras 2G, fingiendo tomar las banderas que antes denostaban como populistas. Juraron que mantendrían todo lo bueno que se había hecho antes, desde Fútbol para Todos hasta el presupuesto de Ciencia y Tecnología; desde el poder adquisitivo de jubilaciones y de los planes sociales, hasta la calidad en la educación y la salud pública. Y también corregirían lo malo: bajarían la inflación, unirían a los argentinos, y avanzarían hacia la pobreza cero. Fueron todas mentiras oportunistas que permitieron volcar el ballotage a su favor.

Una vez en el poder, rápidamente comenzaron a recorrer el camino opuesto, haciendo crecer la desocupación, la inflación, y el endeudamiento, mientras bajaban el salario, las jubilaciones, y los presupuestos de salud y educación. Pero para disimular el efecto devastador de su política apelaron a las mentiras 3G, una nueva tecnología más sofisticada que ya venían experimentando desde antes de asumir: echarle la culpa a la “pesada herencia” del gobierno anterior, e impulsar una verdadera caza de brujas en nombre de la república transparente. Un grupo de jueces y fiscales genuflexos, ya habituados a dejarse presionar, a veces por el poder político de turno, a veces por el poder económico, comprendieron que ahora tenían un único patrón, porque ambos poderes estaban fusionados, y diligentemente se pusieron a sus órdenes. Así, los medios de comunicación monopólicos se dedicaron a denunciar hechos de corrupción, algunos reales, otros posibles y muchos incomprobables, pero siempre referidos únicamente a los opositores. Los mercenarios de la justicia acataron la orden y salieron a cazar a los marcados por la prensa, y así el circo mediático construyó una realidad virtual que distrajera al público de su padecimiento cotidiano.

Pero la tecnología 3G de la mentira no resultó suficiente. El gobierno, que venía tomando deuda externa aceleradamente con el único fin de financiar la especulación financiera y la fuga de capitales, en menos de tres años convirtió al que era uno de los países más desendeudados del planeta en uno de los más hipotecados, cayendo en las garras del FMI en tiempo récord. Ahora el desastre es indisimulable, y si bien la persecución judicial a opositores continúa, podrá servirles para proscribir candidatos, pero ya no para tapar los problemas, ni culpar de todo a la “pesada herencia”. Ahora la culpa es de las “tormentas”, y sólo pronostican más recesión y pobreza, en un tardío y forzoso arrebato de sinceridad.

Pero ya comenzaron a sembrar en los medios las mentiras 4G. Se trata de convencernos de que el ajuste es irremediable, que debemos llegar al déficit cero para que en el futuro estén dadas las condiciones del despegue, futuro que casualmente se iniciaría con las próximas elecciones, ¡Y después de tantos sacrificios, sería necio de nuestra parte “volver al pasado”, justo en el momento en que todo iba a empezar a mejorar! Ese será el argumento, para intentar reelegir a Macri, o algún reemplazo que garantice el modelo del FMI y del Poder Financiero Internacional: un eterno ajuste para pagar los crecientes intereses de la deuda externa, sin reducir jamás la deuda, como hicieron con Grecia.

Debemos estar prevenidos acerca de este nuevo nivel de mentira; dirán que estamos haciendo un sacrificio extraordinario para atravesar un desierto, pero que el oasis y la luz al final del túnel llegarán  sólo con un segundo período neoliberal, y cualquier otra opción será la vuelta a ese pasado largamente demonizado por los medios monopólicos. Nos están introduciendo en el infierno mientras nos intentan convencer que no hay opción. Debemos rebelarnos frente a esa mentira, afirmando que sí hay otra opción, hay una salida de emergencia de ese infierno, e implica un giro de 180 grados:

Para terminar con la sangría del endeudamiento, hay que dar  por concluido el acuerdo con el FMI, no aceptar nuevos préstamos;  suspender el pago de intereses y reestructurar la deuda, destinando esos recursos para financiar un programa de emergencia alimentaria, educativa y sanitaria.

Para terminar con el déficit de la cuenta corriente hay que obligar a los exportadores a liquidar los dólares en un plazo de 60 días. Regular la entrada y salida de capitales y limitar la compra de dólares para atesoramiento. Restringir las importaciones de bienes que compitan con la industria nacional.

Para reducir el déficit fiscal, hay que volver a imponer retenciones las exportaciones del agro y la minería. Gravar fuertemente la renta financiera. Incrementar la tasa del impuesto a los bienes personales, y más aún para los bienes y capitales en el exterior. Tasa incremental del impuesto a las ganancias para empresas que no reinviertan en áreas productivas.

Para frenar el empobrecimiento de la población y reactivar las pymes hay que retrotraer el nivel de las tarifas al valor del 2017, y fijar el precio de los combustibles acorde al verdadero costo de producción. Establecer precios máximos para una canasta de alimentos básicos, y asegurar un ingreso mínimo suficiente para todas las familias. Reducir la tasa de interés que pagan las pymes y suspender los embargos pedidos por la AFIP.

Entonces, si cuando haya que renovar gobierno habremos de elegir a quien esté dispuesto a dar ese golpe de timón, estaremos en condiciones de repetir una frase de Macri, que por primera vez será verdad: ¡Lo peor ya pasó!

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