La elección de Hugo Chávez como Presidente de Venezuela en diciembre de 1998 inauguró una nueva secuencia política en América Latina. Por primera vez en la historia, los gobiernos de izquierda gobernarán la mayoría de los países de la región por períodos de tiempo variables durante los próximos quince años. ¿Qué conclusiones se pueden sacar de esta secuencia? Esta es la pregunta que Pressenza le hizo al diputado chileno Tomas Hirsch, miembro del Partido Humanista y del Frente Amplio.

¿Qué balance podemos hacer de los últimos veinte años, desde la llegada de Chávez al poder?

TH: Creo que la llegada de Chávez al poder y de varios otros Presidentes en América Latina desde el mundo progresista o de izquierda, habla de un momento de proceso en nuestra región. Un momento en el cual hay una suerte de repliegue de Estados Unidos, que se ocupa de atender a conflictos en otras zonas del mundo, y del ocaso de ciertas propuestas realizadas por una derecha combinada con una social-democracia en la década de los noventa, tanto en Europa como en América Latina, y también de demandas sociales que fueron creciendo con el tiempo en un mundo que ya no aceptaba ciertas tasas de inequidad. Ese es en pocas palabras el contexto en el que se produce la llegada de Hugo Chávez y de varios de los otros gobiernos progresistas de la región.

No me cabe duda que en estos 20 años se avanzó muchísimo en términos de propuestas de transformación en áreas muy sensibles de la vida de la ciudadanía. En Brasil se puso en marcha el programa Hambre Cero que sacó del hambre a más de 20 millones de personas, tal vez bastante más. En Argentina se recuperaron empresas que se habían privatizado, se terminó con el sistema de AFP. Incluso en Perú, con un gobierno más suave, también se modificó la estructura de pensiones, se puso fin a la guerra interna, se condenaron los delitos de derechos humanos. En Ecuador se hicieron cambios importantísimos respecto de los derechos de las comunidades de pueblos originarios. En Bolivia, que es donde tal vez se producen los cambios más importantes, en términos de que los movimientos sociales acceden al gobierno mismo y la población indígena por primera vez es validada, valorada, se cambia la estructura de propiedad de las riquezas nacionales, en fin, es una larga lista.  Lo cual no quita que faltó mucho por hacer y tuvo también debilidades estructurales muy importantes.

¿Cuáles han sido los avances políticos, económicos, sociales y culturales?

T.H.: En materia económica hubo avances notables. Se terminó con el hambre en Brasil, se recuperaron empresas estratégicas que habían sido privatizadas y  propiedades cooperativas que en muchos casos no existían, en Bolivia se realizó la modificación de la estructura tributaria que operaba en la extracción de los recursos naturales, lo mismo en Ecuador. Se terminaron las relaciones con el Fondo Monetario Internacional en Argentina y se pagó la deuda. Y en materia social y cultural, avances en el matrimonio igualitario, en materia de aborto, en derechos humanos, avances en Argentina y Ecuador en el campo de las ciencias. A veces se mira solo lo político o lo económico, pero hay muchos campos donde hubo enormes avances.

Al impulsar políticas sociales sobre el crecimiento económico basado en la exportación de materias primas ¿no se han debilitado, desde un comienzo, estas políticas?

T.H.: Si, creo que una de las dificultades con que se encontraron los gobiernos progresistas es que siguieron manteniendo una política económica básicamente extractivista, basada en recursos naturales, lo cual tiene varios problemas.  El primer problema es que se requiere normalmente mucho capital para la industria minera, pesquera, forestal o agrícola a gran escala, y por lo tanto es necesario depender de las inversiones a gran escala, extranjeras. En segundo lugar, genera economías monoproductoras, lo cual siempre es un riesgo muy grande desde el momento en que ese recurso natural no es tan demandado por los grandes mercados, como China, básicamente. Y en tercer lugar, genera grandes monopolios nacionales, es decir, genera crecimiento económico pero basado en pocas empresas gigantescas. Es muy poco redistributiva de la producción nacional. En cuarto lugar, se trata de una economía que tiende a ser muy destructiva del medio ambiente, porque para hacerla atractiva a las multinacionales, se bajan normalmente las barreras de protección ambiental. Entonces se abusa de derechos de aguas, de pesticidas, en una serie de elementos que en definitiva son nocivos para el medio ambiente. Desde muchos puntos de vista es una economía compleja para el desarrollo de largo plazo, pero por otro lado es muy tentador mantenerla porque, en primer lugar, ya está funcionando. En segundo lugar, pasar a una economía de mayor valor agregado, requiere un cambio estructural. Requiere inversión nuevamente, requiere formación humana, capacitación, y políticas a largo plazo. Lamentablemente los gobiernos se tienden a mover con políticas de corto plazo para que les reditúe electoralmente. Entonces sí que hay una dificultad importante. Fue uno de los problemas serios que enfrentaron los gobiernos progresistas y si se los mira desde hoy, es lo que está permitiendo volver a un modelo fuertemente neoliberal en muchos de nuestros países, que hoy están gobernados por la derecha.

¿Habría sido posible el desarrollo de Políticas alternativas, basadas en un verdadero desarrollo sostenible?

T.H.: Es muy difícil saber cuál habría sido el resultado, es lo que se llama ser contrafactual. ¿Qué habría pasado si…? Es difícil saberlo. Los humanistas creemos que es importante hacer el intento de no solo hacer modificaciones dentro del modelo, sino que hacer un cambio estructural del modelo, sabiendo las dificultades que tiene, sabiendo los riesgos que implica. Pero mantener el modelo ya vimos que también implica riesgos. En Venezuela, se diga o no se diga, se acepte o no se acepte, siguen operando grandes multinacionales, sigue el sistema financiero internacional muy activo, con grandes bancos, y ya vemos la presión que ejercen cada vez que desde el gobierno se intenta hacer alguna modificación a sus tasas tributarias u otras cuestiones y van siendo parte del proceso de desestabilización de ese gobierno. Lo mismo pasa hoy día en Nicaragua con los grandes empresarios, que estaban muy de la mano con el gobierno pero apenas se intentó hacer algunas modificaciones, esos mismos grandes empresarios empezaron a actuar de la mano de los Estados Unidos. Entonces es muy difícil saber qué habría pasado. Lo que sí creemos nosotros es que si se tiene la decisión de hacer un cambio profundo, hay que atreverse a ir más allá y proponer cambios estructurales del modelo de producción económica.

¿Cómo ha progresado la integración latinoamericana?

T.H.: La integración ha dependido del color político de los gobiernos. Es decir, en algún momento se fortaleció el Mercosur porque había una sintonía política favorable. Tomó fuerza el ALBA en la medida en que hubo varios gobiernos con coincidencias ideológicas. La Alianza del Pacífico por su parte, en la que están Chile, Perú, Colombia y México, tomó fuerza porque había coincidencia de gobiernos de derecha en esos cuatro países. Entonces está bien marcada por el color político y por el modelo económico que se implementa. Nosotros, los humanistas, creemos que hay que avanzar en los procesos de integración que se apoyen en criterios que vayan más allá del color político, como de hecho lo logró hacer Europa en su momento. En un momento Europa, a partir de 1948 y por lo menos hasta los años ochenta, logró avanzar en su integración favoreciendo los mecanismos de libre tránsito, derechos jurídicos, derechos laborales, derechos ambientales, protección al mundo de la agricultura, más allá del gobierno de turno en cada lugar. Eso, en América Latina no se ha logrado.

¿Ha habido convergencia entre los gobiernos progresistas, los movimientos sociales y las iniciativas lideradas por los pueblos?

T.H.: Ha habido algunos intentos, en su momento fue lo que se llamó el Foro de Puerto Alegre, hubo también algunas otras iniciativas de ese tipo, en el proceso de los pueblos originarios también, sus reivindicaciones, etc. Últimamente se están dando más procesos de integración aunque se hable menos del tema, pero los procesos se están dando en torno a temáticas: el tema feminista, el tema de la diversidad sexual, el tema de los pueblos originarios. Son temas en los que se están vinculando organizaciones, movimientos, frentes de distintos países de la región y creo que esto puede tener un efecto muy interesante desde el punto de vista de ir profundizando esa integración a futuro.

¿Surgieron o reaparecieron movimientos sociales o formas de organizaciones populares capaces de influir en la sociedad?

T.H.: Yo diría que los gobiernos progresistas de los que hablamos antes, son más bien reflejo y la expresión de una dinámica social que se estaba produciendo en la región, pero que justamente tiene más fuerza en movimientos sociales como los Sin Tierra de Brasil y varios otros, los zapatistas, muchas organizaciones indigenistas, etc. Fueron muy relevantes y eso fue justamente lo que generó la dinámica que posteriormente llevó a los gobiernos progresistas a instalarse en la región. Esto fue bastante de abajo hacia arriba, más que de arriba hacia abajo, con algunas excepciones.

Estamos pasando hoy día por un momento de debilitamiento de estos movimientos sociales, lo que nuevamente se expresa en la instalación de los gobiernos de derecha actuales. Hay entonces una cierta relación y una cierta simetría. Por eso es que nosotros, los humanistas, ponemos el acento en el fortalecimiento de esos movimientos sociales.

¿Han progresado los derechos de las minorías? ¿Mujeres, jóvenes, pueblos indígenas?

T.H.: Han progresado los derechos de las minorías y también de la diversidad sexual, esto va desde México y por toda América Latina. En México, no en todo el país pero en varios estados se ha aprobado el matrimonio igualitario, cosa que antes no sucedía por ejemplo que en el Distrito federal, DF. Si, en ese sentido ha habido avances importantes, que también creo que tienen que ver con una época, con un momento de proceso, porque esto surge y se va dando en todos lados. En Arabia Saudita, finalmente hoy en día las mujeres pueden hacer algo tan básico como poder manejar un auto. De algún modo, ciertas cuestiones que parecían naturales, empiezan a quedar atrás.

¿Qué pasó con los conflictos armados? ¿El narcotráfico?

T.H.: En nuestro continente sigue habiendo una profunda violencia, pero es básicamente una violencia económica. Muchos de los que creyeron que con la violencia física, con la guerrilla, con formas de acción militar o paramilitar iban a cambiar las cosas, llegaron al convencimiento ya sea por la fuerza de los hechos o por reflexiones que tuvieron en su interior, que esa no es la vía para producir las transformaciones, que definitivamente hay que tener la capacidad creativa de encontrar otros caminos que sean no-violentos. Hoy día la violencia está bastante desechada dentro de la región, la vía violenta como forma de lucha y de producir los cambios.

Por otro lado, el mismo narcotráfico se ha debilitado en al menos algunos países por una fuerte acción represiva de algunos gobiernos, que efectivamente lo ha debilitado. Lo cual lamentablemente no es que lo haya hecho desaparecer, sino que lo va desplazando. La situación del narcotráfico está disminuyendo fuertemente en Colombia, mientras aumenta considerablemente en Perú. Está también aumentando fuertemente en la frontera de México, al sur de México, en Guatemala, Honduras, Salvador, traspasando México para ir a Estados Unidos que es el gran mercado consumidor. No podemos olvidar eso, los que compran toda la droga son los norteamericanos y son los que mantienen muy activo este mercado.

¿Hay un cambio en la geopolítica de América Latina?

T.H.: En este momento se expresa el multilateralismo. América Latina vive también ese multilateralismo y si alguna vez fuimos “el patio trasero de Estados Unidos” y nuestra consigna acá era “yankees go home”, ahora aunque los yankees se vayan “home”, te quedas con los chinos, te quedas con las multinacionales australianas, españolas, finlandesas, danesas, canadienses, en fin… Hoy estamos viviendo en un mundo multilateral, el capital es ubicuo, no es de un país determinado. Por lo tanto eso hace pensar también cuál es la batalla que hay que dar. Hoy día la batalla no es contra un gringo de apellido Smith, que está sentado fumando su puro mientras controla las cosas desde Wall Street o desde Washington. Hoy día es contra un sistema financiero internacional que opera desde todos lados, que opera también desde adentro de nuestros países, y por lo tanto es mucho más complejo. Por esa multilateralidad y esa ubicuidad que tiene el gran capital.

 

(1) El Mercado Común del Sur, comúnmente conocido como Mercosur (del Mercado Común del Sur español) o Mercosul (del Mercado Comum do Sul portugués), es una comunidad económica que reúne a varios países sudamericanos desde 1995. Está compuesto por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela (suspendido desde 2016).

(2) La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA – TCP) es una organización política, cultural, social y económica para promover la integración de los países de América Latina y el Caribe. Se basa en los principios de solidaridad, complementariedad, justicia y cooperación, y sitúa al ser humano en el centro de sus principios. El ALBA asume posiciones en defensa de los derechos de la Madre Tierra (con referencia a la Pachamama) y los derechos humanos; por la restauración de la paz y por la autodeterminación de los pueblos. Su objetivo es construir un nuevo orden internacional multicéntrico y multipolar. Como tal, desea promover y difundir las costumbres, creencias y características originales y modernas de los pueblos miembros de la Alianza. El ALBA nació el 14 de diciembre de 2004 en La Habana, con la Declaración Conjunta firmada por Hugo Chávez y Fidel Castro en oposición a la propuesta de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), promovida por Estados Unidos. Entra oficialmente en vigor en 2005. La Alianza cuenta actualmente con once miembros: Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Dominica, Antigua y Barbuda, Ecuador, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, Saint Kitts y Nevis y Granada (en orden de adhesión).