Uno de los hitos de nuestras vidas está constituido por el paso de un estado de trabajador al de jubilado, expresión que se supone viene de “júbilo”. Se trata de un cambio de estado no menor, de cierta complejidad, razón por la cual se le suele temer, y por lo mismo, esquivar, posponer. Mal que mal somos hijos de rutinas, de disciplinas, y el trabajo nos provee de ellas.

Mi paso al estado de “júbilo” ha sido paulatino, de aterrizaje suave, pasando primero desde una ocupación a jornada completa a una de tres cuartos jornada por 3 años, y luego a un cuarto durante un año. Finalmente, no sin cierto temor, colgué los guantes hace ya poco menos de doce meses.

Discrepo de quienes sostienen que se trata de un cambio de un estado activo a uno pasivo. Prefiero llamarlo de “júbilo” si se cumplen lo que identifico como cuatro condiciones.

Una, llegar en buenas condiciones de salud física, lo que si bien depende de factores genéticos y/o inesperados, uno también ayuda si ha llevado una vida sana, sin reventarse ni abusar de sus propias posibilidades, ya sea alimentándose sanamente, como realizando algún deporte.

Dos, llegar en buenas condiciones de salud mental, lo que aunque parece ir más allá de nuestra voluntad, quizá podamos ayudar por la vía de llevar una vida intelectual intensa, con un pensamiento crítico y reflexivo que remueva nuestras neuronas para mantenerlas vivas.

Tres, tener una salud financiera básica que no la otorga la pensión básica ni mucho menos, y en este plano los países tienen una gran deuda con sus viejos. Los grandes avances científicos y tecnológicos de las últimas décadas, si bien han logrado elevar la esperanza de vida en términos de años, tienen pendiente mejorar la calidad de vida de muchos de ellos. A la salud financiera también la ayuda no dejarse llevar por los cantos de sirena del neoliberalismo y su presión para que consumamos más y más a costa de endeudamientos.

Cuatro, una salud familiar razonablemente sana, sin mayores problemas, ya sea con hijos, nietos, maridos, esposas, parejas. Esto es, que no nos hagan sufrir, o les hagamos sufrir, sino que por el contrario, sean fuente de felicidad, de buenas vibras y buena onda.

Si llegamos al ocaso de nuestra existencia con estas cuatro variables bajo control, me atrevo a asegurar que no hay razón alguna para pasarla mal. Por el contrario, es la etapa para hacer un alto en el camino con el fin de disfrutar y sentir la distensión, la paz, la tranquilidad que quizá haya sido tan esquiva en muchos parajes de nuestro devenir por esta tierra.

Es la oportunidad para levantar la frente, mirarse a sí mismo y el horizonte, para seguir luchando por aquello en lo que creemos, por fortalecer las amistades, por entregar lo mejor de nosotros mismos, por hacer aquello que siempre hemos querido, pero que una y otra vez hemos pospuesto por falta de tiempo.

Si, hay vida después del trabajo!