Con motivo del último 11 de septiembre, al cumplirse los 45 años del golpe, el presidente Piñera alude a la crisis política, económica y social que vivía el país, al afirmar que la democracia se encontraba gravemente enferma.

A diferencia de 5 años atrás, cuando por estas mismas fechas hizo alusión a los cómplices pasivos, ahora intenta ubicarse por sobre el bien y el mal, buscando balancearse como un equilibrista. Aquí todos seríamos responsables de lo ocurrido, lo que es lo mismo que decir que nadie lo es, y que sería la hora de dar vuelta la página, no quedarnos atrapados en el pasado, levantar la mirada hacia el futuro. En tan solo 5 años, ha pasado de la teoría de los cómplices pasivos a la teoría del empate de los errores con los horrores; en tan solo 5 años retornó al eufemismo de antaño, cuando no se podían decir las cosas por su nombre. Ya no habla de dictadura, sino de régimen o gobierno militar. Esto habla de un cambio, de un movimiento hacia la derecha.

Afirmar que Chile vivía una democracia gravemente enferma merece una mínima reflexión. Eran tiempos de convulsión, de rebelión, de altos niveles de conflictividad, de compromisos y donde los matices tendían a desaparecer. Por lo mismo se podría afirmar que la democracia estaba más viva que nunca, en pleno desarrollo con una elevada participación política, las mujeres tenían derecho a voto, las instituciones políticas funcionaban a tope, el ejercicio de la libertad de expresión en los medios de comunicación era total.

El 11 de septiembre del 73 clausuró todo esto. Si la democracia estaba gravemente enferma, con el “pronunciamiento” le dieron el golpe de gracia. La remataron bajo el anzuelo de convertir al país en “una gran nación”. Con mala cara en 1988 hicieron un plebiscito para perpetuarse con el mismísimo que la remató. El país, con lápiz en mano, sin bayonetas, decidió rechazar a quienes fueron los cómplices pasivos de entonces para entregar su confianza a los mismos políticos que habrían conducido al país a una “democracia gravemente enferma”.

La pregunta que debiéramos hacernos es si la democracia actual es sana. Como siempre, dependerá del cristal con que se mire, pero es como para pensarlo. Si algo no es del gusto de la derecha, ponen el grito en el cielo y recurren a la tercera cámara, el tribunal constitucional hecho a la pinta de ellos.

La pregunta de fondo es ¿quién diagnostica si una democracia está sana o no? ¿cuáles son los elementos determinantes del diagnóstico? ¿lo que digan los de arriba?

A veces pienso que es hoy cuando la democracia estaría gravemente enferma y que en el 73 estaba más viva que nunca. Mal que mal hoy la participación electoral está en descenso, al igual que la tasa de sindicalización, los grados de participación y actividades en juntas vecinales y centros de madres, la política cooptada por los negocios empresariales, la perpetuación de los mismos de siempre en los distintos cargos. Mientras tanto, las personas cada vez menos ciudadanas, subsumidas en su metro cuadrado, en su supervivencia, sin tiempo para involucrarse más allá de uno mismo.

Y cuando el individualismo gana la carrera, la democracia muere.