Por Jhon Sánchez

Conocí a Jorge Marchant en un ascensor. Fue durante el verano del 2009 y tan pronto me dijo ‘hola,’ reconocí su acento chileno y por bromear me presenté con el nombre de Cecilio Bolocco, haciendo alusión a la actriz y Miss Universo Chilena, Cecilia Bolocco. Nos reímos un rato y me contó que era escritor. No le volví a ver hasta el verano del 2010 cuando me lo encontré por casualidad en un café. Hablamos un rato y él se esfumó. La coincidencia se repitió por tres años mas hasta que finalmente nos encontramos para ver una exhibición de Frank Sinatra en la Biblioteca del Lincoln Center. En Enero del 2015, yo le estaba visitando en Santiago donde el me autografió sus libros.

Jorge, como que estamos para encontrarnos.

JS: He leído solamente dos de tus novelas, Sangre Como La Mía y Cuartos Oscuros. Las dos novelas tienen lugar en Nueva York y además hacen referencia al cine. ¿Nos podrías comentar cómo han evolucionado tus historias desde que empezaste a escribir ficción?

Comencé a escribir ficción hacia fines de los años 70, cuando era muy joven. Mi primera novela “La Beatriz Ovalle” apareció en Buenos Aires (Ediciones Orión, 1977), en los primeros años de la dictadura de Pinochet en Chile y publicar en mi país era extremadamente difícil por la falta de editoriales. Después la novela apareció también en Chile – fue un gran éxito editorial y comercial – y tras publicar un par de libros más, desaparecí del circuito literario por dedicarme por completo a escribir teleseries, que fue una buena forma de aprender un oficio y ganarme la vida en los oscuros años finales de la dictadura y en los inciertos años iniciales de la democracia protegida y algo traicionada que vino en los años 90.

En el intertanto escribí también teatro y en la década del 2000 – un siglo después, jejeje – volví a la novela con una saga histórica que abarcaba los años 20 en Chile: “Me parece que no somos felices” (Alfaguara, 2002) y que me posesionó nuevamente en las letras chilenas. En 2006 di el gran salto hacia lo que quería expresar desde mi esencia más íntima: en 1995 había sido diagnosticado con el virus del VIH, ya no me había muerto, y era necesario rescatar esa proeza de la cual muchos de mi generación no volvieron. Me tomó varios años escribir “Sangre como la mía” (Alfaguara, 2006). Tener la madurez necesaria para adentrarme en una historia dolorosa y necesaria, cargada de silencio. Teniendo en consideración que en América Latina y particularmente en Chile – un país muy conservador -, hablar de la homosexualidad aún era un tema semi escondido, quise contar la historia desde los inicios, desde antes incluso del Sida, y me remonté hasta los años 50 – década en que nací – para narrar una suerte de historia familiar que implicara a tres generaciones de hombres homosexuales, unidos insólitamente por la sangre. El padre, el hijo, y un tío materno.

Esa ha sido la evolución básica. El tema de la homosexualidad ha ido creciendo desde otras aristas, otras voces, otras miradas, pero no desapareció más de mi literatura. Es el centro gravitacional de una conducta humana que se ha ido haciendo más compleja, más abierta y a la vez más cuestionada, en la medida que se ha abierto la mirada en Occidente hacia esta “diferencia” que hasta no hace tantos años era considerada una enfermedad y un crimen.

JS: Sangre Como La Mía y Cuartos Oscuros comparten temáticas similares: el cine, el sida, la vida gay en Nueva York, la vejez. Hablando del cine, sería justo decir que mientras Sangre Como la Mía mira con nostalgia el cine, las antiguas salas de teatro, los grandes estrenos, Cuartos Oscuros hace alusión a lo que ha llegado a ser del cine hoy en día. Es más si bien la expresión cuartos oscuros hace referencia específica a los lugares oscuros para el encuentro sexual de hombres gay, también es una referencia a los cuartos oscuros donde se proyectan las películas y se revelan los fotos. Es como el amor que nunca pudo ser. ¿Qué piensas?

Exacto. De partida, contar por qué Nueva York ha sido el escenario de estas novelas. En 2003, mi compañero con el cual había vivido alrededor de 20 años en Chile, se tuvo que trasladar a Nueva York porque estaba muriendo prácticamente a consecuencia del Sida, no tenía medicamentos adecuados en Chile y se asiló en los Estados Unidos. Salvó su vida y me abrió una puerta. Si bien yo no fui capaz de asilarme por un sinnúmero de compromisos en Chile, comencé a viajar todos los años y me quedaba por varios meses. Me adentré anímica y solitariamente en esta ciudad. Conocí sus instituciones fundacionales en torno al Sida. Por otra parte, fui desde siempre un gran lector de literatura norteamericana y desde niño Hollywood me crió como un espectador devoto. Conocía Nueva York desde la década de los años 80 y eso me hizo parte activa de la tragedia que se gestó en esta ciudad. Descubrí las oscuridades de Nueva York cuando todo se venía abajo. Era el escenario natural para que estas historias y estos personajes se desarrollaran. También había que poner a Chile como el punto inicial de mis personajes chilenos. Mis protagonistas se convirtieron así en viajeros anónimos descubriendo sus propias vidas en medio de estos saltos culturales. Son parias en todas partes. El cine es la ventana a la ilusión. En el caso de los años 50 y 60, una ventana glamorosa que habla de un Nueva York relativamente rutilante aunque acecha la discriminación en “West Side Story”. Y luego, más tarde, la extrema violencia en “Midnight Cowboy” y en “Taxi Driver”. En el presente de “Cuartos oscuros” (2015) toda esa magia del pasado se ha despachado por completo, y sólo quedan las ruinas de los antiguos palacios cinematográficos, hasta donde llegan en peregrinación los gastados personajes de mi novela. Lo que sucede en las pantallas ya no le interesa a nadie. Hace muchísimas décadas han desaparecido las grandes estrellas y solo quedan los fantasmas en los pasillos haciendo sexo duro. Tal vez el amor pudo ser en algunos casos, pero en la mayoría de estos seres pasó de largo.

JS: Existe eso si un diálogo en tu narrativa entre el cine y la literatura. Es más, las historias se tejen alrededor del las salas de cine. ¿Por qué es esto importante? ¿Crees que las nuevas tecnologías como Facebook, Tweeter, las experiencias virtuales, los video juegos etc. tiene la capacidad de crear un diálogo similar?

Existe un diálogo absoluto entre el cine y la literatura: Douglas Sirk (el autor de esos intensos melodramas como “Imitation of Life” o “Written on the Wind”) le habla a Paul Auster o Philip Roth, sin que ninguna de las dos partes se den cuenta.

Patricia Highsmith, salta de sus novelas a manos de Hitchcook. James Dean se convierte en Cal en la película de Elia Kazan, pero aun así resume la brutal tensión de John Steinbeck.

Elizabeth Taylor y Montgomery Clift se convierten los ídolos de una lejana generación de jóvenes desde las escenas de “A place in the Sun”, pero hay que volver luego la mirada a las gigantescas páginas de Dreisser. Tal vez haya cierto riesgo si se dan cuenta que todo está referido a la cultura anglosajona, y de eso no nos dimos cuenta antes de que entráramos de lleno en lo que se suele llamar “cultura gay”, y que en nuestros países se creó muchísimo más tarde. Nuestras realidades quedaban fuera y nosotros fuimos malas copias de esa realidad ajena. Es lo que le pasa al personaje de Jaime en “Sangre como la mía” cuando ve “The Misfits” y cree que la casa de Clark Gable en el desierto de Nevada se parece a una casa pobre de algún pueblo de Chile.

Todo eso he pretendido que se refleje en mis novelas, sin teoría porque detesto la teoría. He intentado hacerlo carne en los propios personajes y para ello he creado a adictos a la literatura y al cine. Los adictos a la literatura suelen ser más discretos. Los del cine son más parlanchines y posiblemente más frívolos. Unos y otros hablarán a partir de sus propias experiencias. ¿Y quiénes mejor que los homosexuales, que los espectadores homosexuales, que han llenado las salas con sus sueños inconfesados por décadas y décadas para que nos cuenten de las presiones que se ejercieron en su niñez para que se quedaran callados?

Respecto a las experiencias en Facebook u otras redes, no me incumben mayormente, y no creo que aún tengan algo serio que agregar en relación con el cine y la literatura, salvo entre pares. Los grupos en las redes son muy acotados, y hablan solamente entre ellos.

JS: Hablemos del Sida que es una temática presente en ambos libros. Sin embargo no es necesariamente la historia de la pena de muerte de la que hablábamos durante de los 80’s y los 90’s pero la historia del exilio en los Estados Unidos por el beneficio de los medicamentos. ¿Esa es la diferencia de las narrativas del pasado con referencia al Sida y del presente?

Yo me he hecho cargo del tema del Sida desde nuestra mirada latinoamericana. El tiempo es largo desde que David Leavitt enfrentó esta temática desde la cultura gay – aceptando que este tema involucraba por completo a los homosexuales -, desafiando la afrenta de Reagan, con una novela como “El lenguaje perdido de las grúas” (1986). En los años en que Leavitt escribía sus primeras obras, los muertos abundaban en las grandes ciudades norteamericanas. Acá, en nuestros países, apenas éramos capaces de reconocer la tragedia porque se ocultaba en la prensa y apenas tenía un enfrentamiento desde la medicina. Nosotros nos acercamos al tema muchos años después. En Francia también hubo obras anticipatorias como “Al amigo que No me salvó la vida” de Hervé Guibert (1991), y en 1999, el mexicano Mario Bellatin se atreve con un relato maravilloso y metafórico como “Salón de belleza” donde un peluquero convierte su peluquería un refugio de moribundos. Nosotros hemos llegado tarde a todo por la distancia que nos separa del centro del mundo. En mi caso, tuvimos que salvar discriminaciones para narrar nuestras historias, y sin duda, la falta de medicamentos nos hizo aceptar el exilio, no solo como aventura, sino como una migración narrativa.

JS: Cuales son las historias del Sida en Chile, por ejemplo, que debemos mirar ¿Existe un autor latinoamericano que valga la pena estudiar al respecto?

Es probable que si no nombrara a Pedro Lemebel muchos pensarían que esto está incompleto. Es el autor chileno más leído al respecto, aunque desde el punto de vista de la crónica y con un lenguaje exultante y florido que le ha dado un gran prestigio. Pero tal vez es mejor ir a las bases: Carlos Monsivais en México. No debe olvidarse a Fernando Vallejo en Colombia, y por cierto, ir a las raíces de la homosexualidad, antes del Sida, con las voces memorables del argentino Manuel Puig, o del cubano Reinaldo Arenas, o aún más lejos, Virgilio Piñera, también de Cuba.

Pero nadie ha hablado del Sida con el vigor realista de los anglosajones que han cubierto por completo la historia. Alan Hollinghurst. David Leavitt o Harold Brodkey. Allí está la historia para no ser olvidada nunca.

JS: Un día en la playa me dijiste, “Jhon, tienes que leer a Philip Roth.” Philip Roth, quien murió recientemente, ha sido una gran influencia en tu vida literaria y me gustaría que compartieras con nuestros lectores como ha influenciado tu narrativa y cuales otros autores son importantes.

Philip Roth está entre lo mejor que se ha escrito en los Estados Unidos en los últimos 30 años, de acuerdo a un reportaje que publicó el Book Review del New York Times en mayo de 2006. A la cabeza, a mi juicio, “Pastoral Americana” (1997) en donde Roth se hace cargo de los grandes miedos del hombre americano contemporáneo. Enfrentar sus propios individuales demonios en medio de una sociedad que se encierra y encierra en sí mismo, en su propio egoísmo. Este tipo de sociedades crece y crece en todo el mundo occidental, apuntalada por el neo-liberalismo despiadado, haciendo de nosotros los mismos monstruos desolados. Hay escasas posibilidades de revertir esto por lo que las obras de Roth son casi premonitorias de un mundo salvaje que nos espera a breve plazo.

Los grandes escritores son visionarios. Ya lo hizo Scott Fitzgerald en los años 20 y 30, o Steinbeck, o William Styron, o Mary Mc Carthy, o James Purdy, por nombrar a algunos escritores norteamericanos que sigo leyendo con pasión.

JS: Me fascinó ‘Cuartos Oscuros,’ por supuesto. La novela crea ese suspenso de ese personaje incógnito al que el narrador se entrega a toda clase de peripecias. Es chistosa, es misteriosa, y muy trágica y casi mágica ¿Donde encontramos otros ejemplos de ese tipo de narrativa? ¿Es precisamente ese personaje incógnito y ciego que crea el suspenso o necesitamos algo más?

Creo que “Cuartos oscuros”, si bien se acerca a cierto tipo de narración norteamericana – Paul Auster, por ejemplo, por esa magia y esos historias que se van develando como capas de cebollas – es una expresión de la narrativa latinoamericana. “Salón de belleza” que nombre denante, algo de Reinaldo Arenas y, por cierto, mucho del argentino Manuel Puig, a quien celebro en esta novela a través de una suerte de experiencia imaginada en Nueva York, mezclándolo con los personajes centrales. Latinoamerica fue por muchos años el paraíso del realismo mágico al cual no adscribo. Al contrario, mi personaje es mas bien uno de estos personajes misteriosos, estos ciegos que caminan primero por nuestras ciudades como en la obra del argentino Mario Sábato.

JS: Y claro está, Cuartos Oscuros, habla de una realidad de la vida gay: El tributo a la juventud. Aquellos que pasan de ciertas edades quedan relegados al sexo de los cuartos oscuros, de las salas de video ¿Cuál es el reto de la gente gay que hoy llega a cierta edad? Debería decir, ¿cómo asumir ese proceso de envejecer frente a esa tendencia cultural de la idolatría por la juventud?

Cuartos oscuros” es precisamente lo contrario. En estos tiempos de hedonismo, del triunfo vacío de una juventud que se mira solamente a sí misma, del triunfo de una homosexualidad reciente que no ganó nunca antes algún tipo de batalla, yo quise tributar a la vejez. No tampoco como una curiosidad morbosa, sino desde mi propia realidad. Tengo 68 años y en los momentos que escribí esta novela, pasaba por un período personal demasiado árido. En algún momento me sentí fuera de la realidad, entre viaje y viaje, de Santiago a Nueva York, sin pertenecer a ninguna parte. Entonces pensé más de una vez en esto de “quemar las naves”. El suicidio de un amigo me armó de valor para ir hasta el fondo del pozo e intentar salir adelante sin necesidad de morirme. El amor nuevamente vital me hizo mirarlo todo con otros ojos. Pero allí quedó el registro del ciego y el escritor que lo sigue, como creaturas que podrían salvarse incluso a través del sexo.

JS: No puedo dejar de pasar por preguntar por el título, Cuartos Oscuros. Es una metáfora a las salas de velado, de las máquinas de proyección del cinema ¿Desde ese punto de vista tiene un sabor vintage, un llamado a recuperar ese pasado perdido del cine y de nuestras vidas?

Ese título obedece necesariamente a esas salas que se describen como en ese lugar en Queens [Un teatro descrito en la novela que esta situado en Queens]. Tienen mucho de vintage porque son lugares desvinculados de la realidad. Acuden solamente hombres mayores e incluso ni siquiera están interesados en ver películas. Para esos tienen los DVD’s en sus casas para repetir el antiguo ritual de ir a ver programas dobles, o triples. Aun así, más de alguien- incluso alguna mujer – me dijo que todos teníamos nuestros propios “cuartos oscuros”, nuestros propios estados secretos, que pueden ser parte de nuestras conciencias y de los cuales nos cuesta mucho salir.

JS: Sangre como la mía es un libro tan bien escrito que es para leer y releer. Ahora bien tiene una de las mejores ‘opening sentences’—no tengo vocabulario en español para esto—que he visto en la literatura. Esto es porque crea interés y nos inyecta con la dosis emocional, presente y futura, del personaje. “En una de esas ya estaba muerto pero ni yo mismo me había dado cuenta. Como le pasó a William Holden en aquella película inolvidable que estaba a punto de estrenarse” Desde que es esta una historia del Sida, la pregunta es ¿cómo no morir en vida después del diagnóstico? ¿cómo seguir viviendo?

Ese “opening sentence” (“comienzo de novela”) obedece a la imagen inicial que tuve al concebir esta novela. Incluso en algún momento pensé titularla “Hombre muerto hablando” y correspondía al momento inicial de William Holden en “Sunset Boulevard” que me vino a la cabeza cuando decidí escribir una novela sobre el Sida. Sin duda, por muchos años la sentencia de muerte iba de la mano con esta enfermedad por lo que aquel hombre flotando muerto en una piscina de Hollywood, y para colmo contando su historia, era un magnífico elemento para partir esta historia que se mezclaría constantemente con imágenes icónicas de la cinematografía norteamericana. De alguna forma, ese personaje comienza a vivir nuevamente después de su muerte, por obra y gracia de la narrativa y la invención creativa.

JS: Ustedes los chilenos se encuentran celebrando el Oscar por Una Mujer Fantástica. Una película con una temática de la comunidad LGBT y Latinoamericana ¿Qué representa todo esto para Chile? ¿Para América Latina?

La película de Sebastián Lelio apareció en el momento más oportuno para Chile. Estaba ascendiendo al poder por 2° vez, el derechista Sebastián Piñera, y la temática en torno a un personaje transexual abrió un intenso debate para una derecha homofóbica y conservadora. Desde el mismo Palacio de La Moneda debieron celebrar a contrapelo este triunfo y Daniela Vega, su protagonista, se convirtió en un ícono de la diferencia sexual. De cualquier forma, no ha sido fácil para ella por cuanto el país está muy dividido en asuntos valóricos y una gran parte de los chilenos le niegan su identidad sexual y siguen diciendo que Daniela es Daniel. Sin duda, “Una mujer fantástica” es un gran logro artístico y cultural para Chile, y consolidó la carrera internacional de su autor: una próxima versión norteamericana de su anterior película “Gloria” que le dio el Oso de Plata de Berlín a su protagonista, la actriz chilena Paulina García y que ahora será interpretada por Julianne Moore. Además, Lelio dirigió tras “Una mujer fantástica” una estupenda película inglesa, “Desobediencia”, en donde Rachel Weitz interpreta a una lesbiana judía en medio de la cerrada comunidad ortoxosa judía de Londres.

JS: Esperamos tener mas novelas de Nueva York con esa presencia Chilena .


Jorge Marchant Lazcano. Escritor chileno nacido en Santiago de Chile en 1950. Periodista titulado en la Universidad de Chile. Es uno de los interesantes escritores chilenos de la actualidad, aunque no leído masivamente. Ha pasado por distintas etapas de la narrativa, desde su primera novela “La Beatriz Ovalle” (1977) en donde había un reconocimiento e influencia de Manuel Puig y sus primeras novelas (especialmente “Boquitas Pintadas”). Pasó por un período de novelas seudo históricas como “Me parece que no somos felices” (2002) y “La joven de blanco” (2004), hasta llegar a su etapa más madura y sorprendente como ha sido su novelística desde “Sangre como la Mía” (2006), “El amante sin rostro” (2008), “La promesa del fracaso” (2012) y “Cuartos oscuros” (2015). Actualmente trabaja en una mezcla de estos elementos, una novela que reúne a escritores como E.M. Forster, Augusto d’Halmar y Edward Carpenter, en la Inglaterra de 1907.

JJhon Sánchez: Originario de Colombia, el Sr. Sánchez llegó a los Estados Unidos buscando asilo político. Actualmente, es abogado en el Estado Nueva York, con un doctorado en Jurisprudencia y una Maestría en Creación Literaria. Sus narraciones cortas que ha sido publicada en el reciente año 2018 son Pleasurable Death, disponible en The Meadow y The I-V Therapy Coffee Shop of the 21st Century disponible en Bewildering Stories. El 21 de septiembre, la revista británica Fiction On

The Web lanzará su cuento “ ‘My Love, Ana’—Tommy”.