La muerte de Andrés Aylwin Azócar es la de un hombre como pocos, muy pocos. Su figura honra a la especie humana, al país que se dio el lujo de tenerlo entre los suyos, a su partido, la Democracia Cristiana. Ya se ha escrito mucho en torno a esta figura, su humanidad, la coherencia de vida, austeridad, sencillez, el sentido de justicia y coraje. Todo lo que se diga y escriba, es poco en comparación a cuánto significó para quienes fueron perseguidos en los días más oscuros de este país, su lucha permanente a favor de la dignidad del ser humano y en contra de los atropellos a los DDHH.

La huella que ha dejado su paso no podrá ser borrada por nadie y lo sitúa junto a los mejores hijos que esta telúrica tierra ha engendrado. Como pocos, se fue con la frente en alto, el deber cumplido y dejándonos una gran lección en términos ético-políticos, en tiempos de cólera ciudadana. Y por lo mismo, nos lega una gran tarea por delante, tanto a cada uno de nosotros, como a su partido de toda la vida: la necesidad de elevar la vara respecto de lo que hay que hacer, lo que nos corresponde asumir, para que haya justicia en este país, que el odio no se apodere de nosotros, para que tengamos paz. Lo tenemos todo para vivir con decencia y austeridad. No solo unos pocos, sino que todos, sin distinción de clases sociales.

No buscó mayores protagonismos, se la jugó en tiempos bravos. Fue de los pocos demócrata-cristianos que visualizó con mucha claridad la negra noche que sobrevendría al golpe de Estado del año 73. En oposición a la postura oficial de su partido, fue uno de los 13 valientes firmantes de la histórica declaración condenatoria del golpe que le costó la relegación al norte del país y ser, desde el primer minuto, un férreo opositor a la dictadura.

Al recuperar su libertad en 1978 se consagra por entero, junto a otros abogados, a la defensa de los perseguidos, sin importar su color político.

Escribo estas líneas con profunda emoción porqué viví y supe de las dificultades, los sacrificios que entrañaba en esos años jugársela como lo hizo él. Bajo el alero de la Vicaría de la Solidaridad, instancia creada por el cardenal Silva Henríquez, trabajó intensamente por salvar a tantos que eran perseguidos por sus ideales políticos, en tiempos de toques de queda, de ausencia del debido proceso y cuando los tribunales de justicia abdicaron de sus responsabilidades.

Se fue justo cuando el tema de los DDHH vuelve a estar siendo agitado y puesto en jaque. En este tema no podemos transar bajo contexto ni pretexto alguno, no por nosotros, sino que por nuestros antepasados y descendientes. Todo tiene un límite. Andrés Aylwin lo tenía claro como pocos.

Dado que su nombre y sus dos apellidos empiezan con la letra A, si le hubiese correspondido tener algún otro apellido, de seguro habría comenzado también con la letra A para completar las cuatro A, el póker de ases.

Gracias por todo lo que hiciste, gracias por vivir entre nosotros, gracias por tu ejemplo. Mil gracias!!!