Falleció esta mañana uno de los hombres más coherentes de la política chilena. Todos los sectores le rinden homenaje. Es un funeral de Estado, no sólo porque fuera diputado, sino sobretodo por su lucha por los Derechos Humanos y su defensa inclaudicable de la justicia, que hizo que se ganara el corazón de la gente.

En el año 2003 la Fundación Laura Rodríguez le otorgó precisamente el Premio a la Coherencia. Transcribimos acá las palabras pronunciadas en la oportunidad por su presidente, Dario Ergas.

«Para la Lala, Laura Rodríguez, existían dos tipos de parlamentarios. Los parlamentarios y don Andrés Aylwin. En más de una ocasión se veía ella enfrentada a toda la Cámara de Diputados, y sólo don Andrés se le acercaba y le decía “No se preocupe Laurita, no les de importancia, mientras menos la quieren aquí adentro en el Parlamento, mas la quiere la gente allá afuera”.

No imaginaba yo mientras ocurrían estas aventuras que don Andrés tendría que rendirle a ella un homenaje póstumo en ese Parlamento y tampoco imaginaba que yo rendiría este homenaje, que es en verdad un homenaje a la vida, a la coherencia y a la esperanza, precisamente a don Andrés Aylwin.

Damos este premio para afirmar en nosotros que la coherencia es posible y constituye lo esencial de la vida humana.

Vivir no consiste en aceptar la contradicción y el sufrimiento, sino luchar para vencerlos. Frente a la violencia física, económica, racial, religiosa o psicológica, la vida humana, nuestras vidas, encuentran su sentido, cuando denunciamos la violencia, cuando ayudamos solidariamente a sus víctimas y cuando actuamos para transformar los factores que la provocan.

Tarde o temprano aquellos que luchan por vencer el dolor y el sufrimiento, se ven enfrentados a poderes inhumanos. Poderes muy poderosos, para los cuales la vida y la libertad de las personas no son importantes, son secundarias en comparación a sus negocios y a su poder. Tarde o temprano los poderes inhumanos intentarán degradar, aislar y debilitar a los que luchan a favor de las personas.

Don Andrés condenó el golpe militar, desde el primer día se horrorizó y comenzó a defender la vida y la integridad de mucha, mucha, mucha gente. Sin importarle de qué partido, de qué religión o de qué condición social provenían, lucho por sus derechos, levantó la voz, denunció, exigió, se hizo parte en cuanto Consejo de Guerra pudo, participó en juicios, hizo llamados, movió contactos, ayudó a salvar las vidas y las conciencias de muchos. No sólo lucho por los derechos humanos, sino que su cálida mirada, permitió a sus defendidos, encontrar en el interior de sí mismos, la humanidad y la dignidad arrebatadas por la monstruosidad y la violencia.

Llegó muy lejos, recorrió caminos, largos caminos, desolados caminos, para ayudar a las familias de San Bernardo, de Paine y de tantos lugares.

Cuando la crueldad y el tormento se instalan como verdad y como ley, ¡que importante es reconocer a alguien que por humanidad, porque es lo que corresponde, entrega su fortaleza y su mano bondadosa, a las víctimas de esa crueldad! En cada gesto y en cada acto coherente, se está afirmando la vida, la esperanza y el futuro.

Don Andrés una vez terminada la dictadura mantuvo su lucha mas allá del juego de los intereses políticos. Mientras otros aprovecharon sus cargos para beneficio personal y para pequeñeces, él lo utilizó para profundizar en su causa. Siempre defendiendo los derechos humanos, la libertad de pensamiento y de expresión, luchando contra el abuso de poder, buscando oportunidades iguales para los humildes.

Su libro, “Simplemente lo que vi”, es conmocionante y prueba irrefutable para este homenaje. Además es un documento capaz de penetrar el alma de generaciones futuras y vencer la distorsión a la historia que intenta el antihumanismo. Hay algo que aprendí con ese libro, y es que no son pocos los que buscan la coherencia en sus vidas, son muchos, tantos que se nos olvidan, tantos que a veces no miramos lo que hay que mirar, pero allí está; la grandeza siempre emerge, aún en la total inhumanidad, y ese gesto humano capaz de sobresalir en medio de la barbarie, nos comunica con lejanos orígenes, orígenes que han surcado los tiempos y están ahí en ese gesto inmortal.

En un momento mientras preparaba esta presentación, pensé ¿quién es uno para entregar un premio a un gran hombre? Y entonces tuve una comprensión y sentí que en cada uno de nosotros existe la grandeza y por eso es posible verla y reconocerla. Allí está, en el interior de cada uno, empujando el destino, y el sentido de cada vida es realizar esa grandeza humana en esta tierra . Desde ese lugar de nosotros mismos, lo saludamos, don Andrés.

Muchas gracias.»

Por su parte, en su libro «Testimonio y Compromiso por la Paz» publicado en 1993, don Andrés Aylwin describía de este modo a Laura Rodríguez, por quien tuvo que decir un discurso en la Cámara de Diputados de Chile, como homenaje póstumo luego del fallecimiento de la humanista, el 28 de julio de 1992:

«Así era Laura Rodríguez, con la fuerza de un volcán para defender la justicia, y con la ternura de una flor para
diseñar nuevas formas de humanismo. Por eso fue amada intensamente y seguida por muchos, especialmente por jóvenes idealistas que buscan transparencia en la vida política y que sueñan con un mundo más justo, alegre y solidario».

Sus obras no podrán ser detenidas ni siquiera por la muerte, constituyen un modelo a imitar e inspiran hoy en día a tanta gente que intenta transformar al sistema desde la política.