Por Manuel Acuña Asenjo

Fracasos y reafirmaciones
En nuestro trabajo ’Marx y la Economía’, de junio recién pasado, refiriéndonos a las fallidas experiencias de intentar la aplicación de presuntos principios marxistas a diferentes experiencias sociales, empleamos la palabra ‘fracaso’. El uso de ese vocablo no fue casual: queríamos dar a entender que los objetivos perseguidos por quienes realizaron tales intentos (raras veces especificados) se habían malogrado, circunstancia imposible de negar, por más explicaciones que, al respecto, quisieran entregarse: eran, a no dudarlo, experiencias fallidas, realidad imposible de soslayar. Porque fracasa todo quien emprende una tarea que se malogra.
Los fracasos, no obstante, deben ser analizados; sus causas jamás deben quedar en la penumbra, que es la única manera de aprender de la experiencia. Lo cual exige una severa autocrítica que no pocos desearían evitar. Y es que necesitamos saber por qué dichos fracasos se producen, qué circunstancias se dan cita para que ello ocurra, qué los hace posible, cuál es nuestra responsabilidad en esa ocurrencia. En primer lugar.
Pero, en segundo lugar, porque un fracaso, a menudo, no se agota en la sola circunstancia de haberse malogrado el fin propuesto; normalmente, sus efectos se prolongan más allá de esa simple circunstancia. Y no en una dirección distinta, nueva, impredecible, que pudiere dar origen a una situación por entero diferente. Por el contrario, esos efectos parecen darse, constantemente, en una especie de retorno al pasado, en una suerte de vuelta a la situación anterior. Queremos decir con ello que, cuando se emprende una acción transformadora y se yerra en la consecución del fin propuesto, raras veces esa acción se traduce en un resultado innovador sino se da en un retorno a la situación anterior, una vuelta a ese pasado que, precisamente, se quería abolir o, en el mejor de los casos, transformar. Lo cual hace que los caracteres antiguos se reconstruyan en gloria y majestad, proyectándose victoriosos hacia el futuro. Como si reprodujesen en sí mismos esa vieja sentencia que Cliton formula en la obra de Moliére, ‘Le Menteur’:

Les gens que vous tuez se portent assez bien”i.

Si se trata de cambiar un sistema que existe, el fracaso, entonces, ya no sólo es tal, sino se transforma en una reafirmación del sistema que se pretendía abolir, haciéndose cada vez más difícil esa tarea. Como si dicho sistema se vacunase en cada yerro de sus enemigos para enfrentar con éxito cualquier amenaza a su integridad física o social. Por lo que, podemos asegurar que, en el caso de los fenómenos sociales, esta forma de proceder se presenta de manera normal, al extremo de permitirnos asegurar que todo fracaso viene acompañado de una reafirmación del pasado o, lo que es igual, de una reafirmación de lo que se intenta abrogar.
Podemos, en suma, señalar que el fracaso en la lucha por instaurar un sistema alternativo al vigente presenta, de esta manera, dos ángulos o aspectos a considerar: por una parte, el fracaso mismo de la acción de transformación que se pretende realizar; y, por otra, la porfiada rearticulación del sistema. Ambos fenómenos tienen causas diversas. Intentaremos referirnos a cada una de ellas en acápites separados.

1. Fracaso en la instalación de un sistema alternativo al capitalista.

1.1. Intentos por instalar un sistema ‘socialista’
En la historia moderna de los cambios sociales existen varios intentos de sustituir al sistema capitalista por otro definido como ‘más humano, fraterno y solidario’ que el vigente, al que se acostumbra denominar ‘socialista’. Ese ha sido el norte que ha guiado la acción de la generalidad de las organizaciones políticas de la llamada ‘izquierda’.
El primer intento de alcanzar semejante tarea fue la Revolución Rusa. La Segunda Guerra Mundial brindó las condiciones inmejorables para extender los efectos de esa revolución a una serie de países que quedaron bajo el protectorado de la nueva república que se había instalado bajo el nombre de ‘Unión de Repúblicas Socialistas Federativas Soviéticas’ URSS. Más tarde, se sucedieron, entre otras, la Revolución China, Viet Nam, Corea, Cuba, Camboya, Guinea Bisseau, Angola, Nicaragua, Venezuela.
En todas esas formaciones sociales, el nombre del sistema instalado en ellas se denominó, indistintamente, ‘socialista’ o ‘comunista’, dependiendo de la voluntad de los gobernantes que ocuparon los cargos de dirección de las mismas. Por consiguiente, las medidas adoptadas en esas naciones fueron ejecutadas en nombre del ‘socialismo’ o del ‘comunismo’, en su caso, dando un contenido ideológico a tales expresiones. En términos semióticos, tales conceptos derivaron en su contenido para transformarse en ‘categorías’, lo que no es poco decir; porque abolieron toda posibilidad de volver a emplear esos términos provistos ya de carga ideológica.
Sin embargo, no deja de ser paradojal la circunstancia que, en nombre tanto de Karl Marx como de Friedrich Engels —personajes que no sólo jamás fueron ‘socialistas’ sino que desconfiaban no sólo de ese término sino, además, de quienes lo empleaban—, se instituyeran regímenes con esa denominación, invitando al error y a la confusión. Porque la cuestión no es solamente semántica sino de profundo contenido teórico.
Este comportamiento marca el primer distanciamiento de esos regímenes con las tesis elaboradas por Karl Marx.

1.2. Marx y Engels jamás fueron ‘socialistas’ sino ‘comunistas’.
Una de las primeras afirmaciones que podemos hacer es indicar que Karl Marx y Friedrich Engels jamás fueron socialistas. En el tercer y último prefacio a la nueva edición del ‘Manifiesto Comunista’ que iba a salir en esos días —prefacios que, en las ediciones oficiales de la URSS, fueron eliminados—, Engels da una explicación al respecto, señalando que

“[…] cuando apareció no pudimos titularle Manifiesto «socialista». En 1847 se comprendía bajo este nombre de socialista dos géneros de personas. De un lado, los partidarios de diferentes sistemas utópicos, especialmente los owenistas en Inglaterra y los furieristas en Francia, que no eran ya unos y otros sino simples sectas agonizantes. De otra parte, los múltiples curanderos que querían, con sus panaceas variadas y con toda suerte de remiendos, suprimir las miserias sociales sin tocar el capital y el interés. En ambos casos, agentes que vivían fuera del movimiento obrero y que buscaban más bien apoyo cerca de las clases ‘instruidas’. Al contrario, esa parte de los obreros que, convencida de la insuficiencia de los simples trastornos políticos, quería una transformación fundamental de la sociedad se llamaba entonces ‘comunista’”ii.

Esta explicación es acorde a lo que expresa, más adelante, el propio ‘Manifiesto Comunista’, que no vacila en clasificar los diferentes tipos de ‘socialismos’ existentes en esos años, distinguiendo, en primer término, al socialismo reaccionario —que divide en socialismo feudal, socialismo pequeño-burgués y socialismo alemán o socialismo ‘verdadero’—, luego, al socialismo conservador o burgués y, finalmente, al socialismo (y comunismo) crítico-utópico.
Engels, no obstante, en el ensayo intitulado ‘Principios del comunismo’ vuelve a la carga sobre el socialismo para indicar que, en su época, “Los llamados socialistas se dividen en tres categorías. La primera consta de partidarios de la sociedad feudal y patriarcal, que ha sido destruida y sigue siéndolo a diario por la gran industria, el comercio mundial y la sociedad burguesa creada por ambos. Esta categoría saca de los males de la sociedad moderna la conclusión de que hay que restablecer la sociedad feudal y patriarcal, ya que estaba libre de estos males. Todas sus propuestas persiguen, directa o indirectamente, este objetivo”.
“La segunda categoría consta de partidarios de la sociedad actual, a los que los males necesariamente provocados por ésta inspiran temores en cuanto a la existencia de la misma. Ellos quieren, por consiguiente, conservar la sociedad actual, pero suprimir los males ligados a ella. A tal objeto, unos proponen medidas de simple beneficencia; otros, grandiosos planes de reformas que, so pretexto de reorganización de la sociedad, se plantean el mantenimiento de las bases de la sociedad actual y, con ello, la propia sociedad actual. Los comunistas deberán igualmente combatir con energía contra estos socialistas burgueses, puesto que éstos trabajan para los enemigos de los comunistas y defienden la sociedad que los comunistas quieren destruir.
Finalmente, la tercera categoría consta de socialistas democráticos. Al seguir el mismo camino que los comunistas, se proponen llevar a cabo una parte de las medidas señaladas […] pero no como medidas de transición al comunismo, sino como un medio suficiente para acabar con la miseria y los males de la sociedad actual.
Estos socialistas democráticos son proletarios que no ven todavía con bastante claridad las condiciones de su liberación, o representantes de la pequeña burguesía, es decir, de la clase que, hasta la conquista de la democracia y la aplicación de las medidas socialistas dimanantes de ésta, tiene en muchos aspectos los mismos intereses que los proletarios”iii.

No existe explicación alguna que resulte convincente para entender por qué, incluso hoy, se sigue insistiendo en llamar ‘socialismo’, en nombre de Karl Marx, a los intentos de cambiar la sociedad actual o, incluso, a la nueva sociedad que sustituiría a la actual (‘sociedad socialista’). La más aceptable de todas esas excusas lo atribuye a una innovación leninista que buscó adaptar las tesis de Friedrich Engels a los sucesos que conmovían a la Rusia de ese entonces, creando dos fases en la evolución de una revolución, a saber: la socialista y la comunista. Porque el inseparable amigo de Karl Marx, ante la pregunta acerca de si sería posible instalar de golpe esa nueva sociedad, había respondido, rotundamente:

“No, no será posible, del mismo modo que no se puede aumentar de golpe las fuerzas productivas existentes en la medida necesaria para crear una economía colectiva. Por eso, la revolución del proletariado, que se avecina según todos los indicios, sólo podrá transformar paulatinamente la sociedad actual, y acabará con la propiedad privada únicamente cuando haya creado la necesaria cantidad de medios de producción”iv.

Podemos entender que esta adaptación haya sido formulada a fin de explicar el curso que había de seguir la Revolución Rusa en adelante y, de hecho, así parece haber sucedido. Porque, si bien en esos años, la lucha social era por imponer los principios de la democracia que había nacido junto a la Revolución Francesa, ello no quería decir que allí terminaría la tarea de las clases dominadas por alcanzar sus objetivos, circunstancia que Engels conocía bastante bien:

“La democracia sería absolutamente inútil para el proletariado si no la utilizara inmediatamente como medio para llevar a cabo amplias medidas que atentasen directamente contra la propiedad privada y asegurasen la existencia del proletariado”v.

Karl Marx también desconfiaba del socialismo, como ya se ha dicho, y no vacilaba en poner de manifiesto la debilidad teórica de ese sector denunciando su incapacidad para descubrir las maniobras de la dictadura bonapartista, algo que ésta ya había comprendido en su lucha por ahogar toda oposición.

“En esta amenaza y en este ataque veía con razón (la clase dominante francesa) el secreto del socialismo, cuyo sentido y cuya tendencia juzgaba ella más exactamente que se sabe juzgar a sí mismo el llamado socialismo, el cual no puede comprender por ello cómo la burguesía se cierra a cal y canto contra él, ya gima sentimentalmente sobre los dolores de la humanidad, ya anuncie cristianamente el reino milenario y la fraternidad universal, ya chochee humanísticamente hablando de ingenio, cultura, libertad o cavile doctrinalmente un sistema de conciliación y bienestar de todas las clases sociales”vi.

Marx y Engels eran ‘comunistas’; y no cualquier tipo de ‘comunistas’. Habían elaborado todo una estructura teórica que les iría a permitir sentar los basamentos de una obra más gigantesca aún. Y eso estaba aún por hacerse. Pero las bases estaban echadas.

1.3. Tipos de regímenes ‘socialistas’
No debe, entonces, llamar la atención que los regímenes establecidos con la intención de modificar las bases del sistema vigente fuesen denominados ‘socialistas’. No de otra manera los consideraremos nosotros para intentar una tipología de dichos regímenes que, en modo alguno, pretende ser exhaustiva.
1.3.1. Los regímenes que nacieron como fruto de un cambio drástico de gobierno. Entre éstos podemos subdistinguir tres tipos, a saber:
1.3.1.1. Alzamiento popular, como lo fue el caso de la llamada ‘Revolución de Octubre’;
1.3.1.2. Guerra popular y prolongada, como es el caso de Mao, en la nación china; y
1.3.1.3. Guerrilla, como fue el emblemático caso de Cuba, Nicaragua, en fin;
1.3.2. Los regímenes que nacieron con la firma del ‘Tratado de Yalta’. Estos regímenes no nacieron como consecuencia de un alzamiento o una voluntad popular expresada de manera explícita sino por un acuerdo entre las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. Se cita, entre estos casos los de Alemania Oriental, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Austriavii, etc.);
1.3.3. Los regímenes nacidos como consecuencia de un golpe de Estado o de un alzamiento militar, como lo han sido, entre otros, el régimen del general Velasco Alvarado en Perú y el de Hugo Chávez en Venezuela; y, finalmente,
1.3.4. Los regímenes que han tratado de imponerse luego de celebrarse elecciones democráticas en esos países, como lo han sido el de Gamal Abdel Nasser en Egipto y el de Indira Gandhi en India; más modernamente, el de Rafael Correa en Ecuador o el de Evo Morales en Boliviaviii.

1.4. Características de estos regímenes.
Todas estas formas de regímenes ‘socialistas’, a pesar de su distinto origen, han presentado características que les son comunes entre las que podemos anotar como las más notorias:
1.4.1. En el aspecto económico. Se caracterizan por el establecimiento de un Estado interventor en lo económico. Por consiguiente, gran parte de las riquezas básicas de esos países pasan a manos del Estado en un sostenido proceso de nacionalizaciones (bancarias, industriales, comerciales y agrarias); hay, además, un fuerte desarrollo de los servicios públicos y férreo control de las empresas estratégicas por parte del Estado. En algunas ocasiones, los trabajadores se incorporan a la dirección de dichas empresas o servicios ya sea directamente o a través de sus representantes laborales; en otras, son las Fuerzas Armadas, a través de su estamento de mando, quienes toman el control de las mismas. El ‘modelo económico’ que se impone es una suerte de ‘capitalismo de Estado’ o ‘neo keynesianismo’; e, incluso, ‘estatismo’, denominación que un autor recuerda como aporte de Olin Wright a los estudios de los diversos tipos que presentan las distintas formas de acumularix.
No hay, por consiguiente, innovación alguna en cuanto a instalar un modo de producción diferente al vigente sino la simple permanencia del actual al que se le practican determinadas talas y reformas para dar, a esa suerte de ‘keynesianismo’, el carácter de ‘modelo económico’. Hay, en consecuencia, actividad económica basada en la compra y venta de fuerza o capacidad de trabajo; hay, por tanto, compradores (Estado) y vendedores (trabajadores) de esa mercancía, por lo que tal actividad genera, necesariamente, plusvalor y, consecuencialmente, apropiación del mismo en manos de un capitalista que, en este caso, no es otro que el ente estatal. Por consiguiente, no debe sorprender que, dentro esos regímenes, se originen clases sociales; porque, en verdad, así sucede: las clases existen y se manifiestan, pero lo hacen, subsumidas en el Estado, opacadas por la inmensidad de ese ente.
Si así ha sucedido, es porque el ‘modo de producción comunista’ no alcanzó a ser elaborado por Marx. La longitud temporal de su vida expiró antes de terminar la obra magistral en que estaba empeñado. El filósofo falleció sin verla terminada. Como lo señaláramos en nuestro trabajo anterior:

“Marx entregó lo mejor de sí para ayudarnos a comprender la miseria del régimen bajo el cual vivimos; murió sin poder entregarnos su modelo de sociedad del futuro. Murió sin, siquiera, explicarnos su visión acerca de la naturaleza del Estado ni regalarnos el estatuto teórico de las clases sociales”x.

Nadie lo ha hecho después de él. La generalidad de los intentos ha preferido seguir la difícil y temeraria senda de la improvisación y del voluntarismo. Así no se gana la lucha contra un sistema. Los fracasos que se han logrado con la aplicación de tan errada política así nos lo enseñan.
No desconocemos que muchos de los intentos en crear una nueva sociedad permitieron corregir algunas de las injusticias que existían pero el sacrificio que han debido pagar algunas generaciones por esos avances ha sido demasiado grande. La instalación de una nueva sociedad no requiere de mártires ni del sacrificio de generaciones; las luchas sociales no son las luchas del cristianismo por alcanzar la tierra prometida o el premio celestial. La recompensa está aquí, en la tierra, y debe obtenerse mientras vivamos y respiremos; después, será demasiado tarde.
Otro rasgo interesante y digno de destacar es que la generalidad de estos regímenes se instala en países del llamado ‘tercer mundo’ o ‘subdesarrollados’. Por tanto, se trata de formaciones sociales con gran atraso tecnológico o naciones que, si han tenido acceso a algunos adelantos, éstos no se han extendido a gran parte de la población. Lo cual es grave pues, en la concepción que Karl Marx tenía del comunismo, éste debía darse en las sociedades altamente tecnificadas que son las más desarrolladas. Y es que, por definición, el comunismo, a juicio del filosofo, no debía ser sino ‘la igualdad en la abundancia’; si se diera la ‘igualdad en la escases’ eso no sería, en modo alguno, ‘comunismo’. Y eso es lo que ha sucedido en todas las formaciones sociales en donde han tenido lugar los intentos de alterar la naturaleza del sistema vigente.
Las naciones pobres, precisamente porque lo son, presentan graves diferencias sociales que justifican plenamente la emergencia de grupos políticos organizados para llevar adelante la subversión del orden establecido. Sin embargo, las intenciones de esos grupos no marchan a parejas con sus posibilidades. Quienes toman el mando del Estado proclaman haberse organizado para proteger el interés de las clases dominadas, afirmación que es efectiva aunque no en su integridad. No cabe la menor duda que los sectores dominados que viven en la extrema pobreza mejoran considerablemente sus condiciones de vida con el establecimiento de semejantes regímenes; pero el volumen de esos sectores sociales no excede el 30% de la población. Los más ricos (un 20% o, a veces, menos aún,) son los grandes perdedores; experimentan, en consecuencia, un notorio retroceso, lo cual es meritorio. Sin embargo, el sector mayoritario, que se encuentra en el 50% restante, no solamente no mantiene sus condiciones de vida (lo que los haría simpatizar con el nuevo régimen instaurado) sino ve, a menudo, disminuir drásticamente no sólo sus expectativas de vida sino también las condiciones de aquella, como lo veremos más adelante. Entonces, el ‘socialismo’ ya no le parece tan atractivo y pasa a constituirse en oposición al régimen que se instala. El eventual fracaso se hace, entonces, presente, porque la igualdad no se ha dado en la abundancia sino en la escases. Sólo queda conjurar el peligro de una asonada o de una rebelión con el empleo de la fuerza: el régimen, a esas alturas, ha hecho suyas todas las formas de proceder de la sociedad capitalistaxi.
Se mantienen, en consecuencia, privilegios económicos y sociales al estamento gobernante; lo que recibe éste no es lo mismo que recibe quien es parte de la población. Como ya se ha expresado, las clases sociales existen y se manifiestan mediadas por el Estado. Si bien, en algunos casos, no hay propietarios particulares de los medios de producción —pues éstos se encuentran en poder del Estado—, en la práctica, quienes administran a ese ente disponen de dichos medios que, en todo caso, se encuentran separados del resto de la población. Por eso, cuando estos regímenes desaparecen, los antiguos prominentes miembros de los partidos gobernantes se asignan esos bienes para presentarse, más tarde, como prósperos hombres de negocios o personajes agraciados por la fortuna, dispuestos a emprender la aventura capitalista en la nueva formación social. No son menos predadores que los miembros de la clase que pretendían destruir.
1.4.2. En el aspecto jurídico/político, una persona se instala a la cabeza del mando de la nación, con poderes absolutos, apoyada por estamentos armados o diseminados a través de toda la burocracia estatal. Por consiguiente, no se considera al gobernante como un ‘factor de unidad del Estado/nación’ —o, lo que es igual, como sujeto que solamente ejerce una simple función social—, sino como el ‘líder’, el ‘elegido’, ‘el Mesías’. Ese sujeto pasa a ser el ‘autor’ material del cambio de mando, el personaje necesario, el ‘lider’ imprescindible. Aunque hayan sido las poblaciones, los trabajadores y los cesantes quienes desataron la revolución. El gobernante aparece siempre como el constructor de la nación, el individuo que hizo posible ese milagro; las clases dominadas ya no están en la vitrina del mundo, es el tiempo de los ‘héroes’ y de los que se instalan en los ejes del poder. Como sucede en la sociedad capitalista, los sectores que verdaderamente hicieron posible esa revolución o entregaron su sangre y esfuerzo son desplazados de la arena política para que otros se atribuyan la gloria de haber realizado tales logros. Por lo que no debe extrañar que, en algunas formaciones sociales, se haya manifestado con fuerza el fenómeno denominado ‘culto a la personalidad’. Y es en relación a esto que no podemos evitar se nos venga a la memoria aquel pasaje de un cuento de Baldomero Lillo, donde se encuentra anotado el siguiente verso:

El tonto que se enamora
es un tonto de remate;
calienta y prepara el agua
pa’ que otro se tome el mate”.

En consecuencia, la dirección que el gobernante ejerce sobre el conjunto social es autoritaria a la vez que tremendamente paternalista: al ‘pueblo’ se le otorgan garantías, al ‘pueblo’ se le conceden derechos. La relación entre el o los gobernantes con la población es muy precaria y tan lejana como la que presenta hoy la generalidad de los gobiernos democráticos del planeta. En ese sentido, tampoco hay innovación sino una simple repetición de la conducta que otros gobernantes mantienen con su ‘pueblo’. De lo cual se deduce que ese ‘pueblo’ es extremadamente poco crítico; no es que se gane los favores por sí y ante sí, o que se trate de un ‘autogobierno de los productores directos’, sino todo aparece como una dádiva del gobernante, un acto de magnanimidad suyo hacia vasallos que se le presentan no sólo sumisos y obedientes, como ocurría con los reyes en la Edad Media, sino absolutamente incapaz de gobernarse a sí mismosxii.
La estructura que presenta el Estado es bastante jerárquica y dependiente. No difiere, en este aspecto, de la que evidencian los gobiernos democráticos del planeta. El mando de la nación aparece centralizado en el Jefe máximo que nombra a todos aquellos que le son leales impidiendo toda posibilidad de crítica a la gestión de quienes mandan.
Por lo general, todos estos regímenes se apoyan en un sector armado de la sociedad que pueden ser milicias populares (raras veces), un ejército profesional o milicias populares apoyadas por la labor de un ejército profesional. Son, a no dudarlo, regímenes de fuerza como lo son todos los que existen en el Estado capitalista y, a menudo, menos tolerantes que éstos. Por lo mismo, ante cualquier manifestación en contra suya, no vacilarán en dar órdenes de disparar sobre una población descontenta e indefensa.
Puesto que no tienen otra finalidad sino mejorar las condiciones de vida de los sectores marginados (y las propias) su objetivo se limita a perfeccionar el sistema vigente y en ningún caso a abrogarlo. Por lo mismo, no debe sorprender que no realicen modificaciones a la estructura misma de la sociedad, que sigue manteniendo las clases de compradores y vendedores de fuerza o capacidad de trabajo.
La restauración de la ‘democracia’ parece ser uno de los objetivos de todos esos regímenes. O, al menos, disputar el contenido de ese término a las democracias europeas o americanas e inventar la más variada gama de ‘democracias’ a fin de justificar el régimen propio (‘democracia socialista’, ‘democracia participativa’, ‘democracia liberal’, ‘democracia autónoma’, ‘democracia libertaria’, en fin). Esto no es casual: obedece al amplio predominio que ejerce la ideología del sistema capitalista en la mente de esos líderes, como se verá más adelante: el concepto de ‘democracia’, unido al de ‘libertad’, se transforma en una obsesión. Los valores de la sociedad que se pretende abolir siguen vigentes en la mente de los pretendidos innovadores quienes ni siquiera intentan dar señas de una posible renovación.
La concepción del Estado merece mención aparte. Es un hecho cierto que, en tales regímenes, no ha existido voluntad alguna de ponerle término, ya sea a través de abolirlo simplemente o de provocar su paulatina extinción. Muy por el contrario: el Estado aparece por entero fortalecido y dotado de mayores poderes. Como el Ave Fénix de la mitología griega, resurge victorioso de sus cenizas. La concepción ideológica del Estado pareciera ser la causa de este fenómeno. Porque en la ideología del sistema capitalista, el Estado no se presenta como una estructura de clase sino como un ente neutro, una organización que se sitúa por encima de las personas, de las organizaciones sociales y de los intereses que puedan tener los habitantes de esa nación. Esa concepción ideológica pocas veces cambia luego de una revolución y, a falta de otra propuesta teórica, está presionando constantemente por volver a imponerse como parte del sistema que se ha intentado abolir para, finalmente, prevalecer.
Un hecho notable en la vida de todos estos regímenes ‘socialistas’ que se instalaron en algunas regiones del planeta es que no se expandieron; por el contrario, se encapsularon y establecieron al interior de un territorio determinado para localizarse allí sin experimentar expansión alguna. Así permanecen hasta el día de hoy. Y persisten en esa práctica llegando, incluso, en no pocos casos, a restringir a sus habitantes el derecho no sólo a deambular libremente por otras regiones del planeta (restricción en el uso de pasaportes) sino, incluso, dentro de la propia formación social en donde se han instalado. Friedrich Engels había dicho, al respecto:

“[…] la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en América, en Francia y en Alemania”.
“Es una revolución universal y tendrá, por eso, un ámbito universal”xiii.

El propio Lenin, corrigiendo las expresiones de Engels, había sostenido que si bien era posible la revolución en un solo país había ésta de extenderse, si quería tener éxito, a toda Europa. No por algo había escrito un ensayo intitulado ‘Los Estados Unidos de Europa’ en el que ya preveía la necesidad de desatar una revolución en toda esa región considerada como continente.
No deja de ser admirable esta concepción habida las disímiles épocas en que fue formulada. Precaver acerca de la importancia de hacer universal la revolución, sostener que la sociedad comunista sólo sería posible en todos los países del mundo y no en uno sólo nos lleva, ineluctablemente, a considerar estos aspectos más adelante, en el acápite destinado a analizar la rearticulación del sistema.
1.4.3. En el aspecto ideológico, hay varias distorsiones teóricas que son del caso analizar. Ante todo, sostenemos aquí que los conceptos e ideas de la vieja sociedad siguen presentes en la vida cotidiana de sus habitantes en la ‘nueva’ sociedad; en palabras más directas: aún prevalece en ella todo el acervo ideológico del sistema cuya vigencia se ha pretendido interrumpir. Algunos de los hechos señalados a continuación pueden ayudarnos en entender la extraordinaria importancia ejercida por la región ideológica del modo de producción en la construcción de su alternativa.
En relación al ‘líder’ o ‘conductor social’, éste persiste en la conservación del narcisismo que le permitió competir e imponerse, dentro de la sociedad capitalista, contra otros que pretendían desplazarlo de su lugar. Hay un completo olvido del carácter ‘funcional’ que tienen los conductores sociales y es normal que así suceda pues dicha calidad no le permitiría ser reconocido como el ‘ciudadano supremo’ dentro de la nueva sociedad que se instala. Dada la alta consideración que se otorga al ‘líder’ o ‘conductor social’, y el completo convencimiento que evidencia la población en torno suponer la excelencia de los gobernantes, no debe sorprender que la militancia izquierdista considere la crítica a alguno de los representantes de esos regímenes poco menos que un anatema. Por lo mismo existe una fuerte tolerancia a aceptar y defender el derecho que se otorga el estamento dirigente no solamente a perpetuarse en el mando de la nación sino, en algunas ocasiones, a practicar manifiestos casos de nepotismo. Así ha sucedido en numerosas naciones como lo son Cuba, Rumania, Rusia, Polonia, Hungría, Yugoslavia, China, en fin. El caso más grosero de permanencia en el mando de una nación lo ha protagonizado Corea del Norte con la instalación de una verdadera dinastía que va de padres a hijos y nietos, fundada por Kim-Il-Sung y cuyo último representante es el actual dirigente Kim-Jong-Un. No debe sorprender que al fallecer algunos de estos jerarcas, haya manifiestas expresiones de histerismo con llanto y desesperación en las masas ideologizadas. En el caso de las naciones donde se ha accedido al mando de la nación por las vías democráticas, no es raro ver la prolongación de los mandatos a través de continuas enmiendas a las constituciones como ha sucedido con Ecuador, Nicaragua, Bolivia, Venezuela, etc. La dependencia del ‘líder’ pareciera ser una necesidad visceral en esas naciones.
No puede discutirse el hecho que la imposición de estos regímenes se ha realizado con un amplio apoyo popular. La razón es de carácter ideológico; y también biológico: la población apoya a quien busca el bien de quienes se encuentran en estado de necesidad, la población siente empatía.
Sin embargo, esta circunstancia tiene graves efectos. Como lo señalamos más atrás, la generalidad de los intentos por instalar una sociedad mejor se realiza en países pobres, en naciones donde los recursos no alcanzan para todos. Los nuevos gobiernos deben cumplir sus objetivos y se ven obligados a resolver prioritariamente las necesidades de los más dañados. Entonces, como ya lo señaláramos, un vasto sector de vendedores de fuerza de trabajo, a quienes se considera como ‘clase media’, quedan insatisfechos. Son éstos quienes van a constituir el baluarte más crítico a la labor del gobierno que se impone; y, consecuentemente, los que van a contribuir más exitosamente a su eventual caída.
No está de más recordar el fuerte impacto que la ideología (cultura) tiene en las decisiones cotidianas. La ideología controla la mente de todos aquellos que viven dentro de una formación social. Cuando no hay emergencia de algo nuevo, también en el mundo de la cultura/lenguaje se produce un retorno a la ideología del sistema que se pretende abolir. Es más; probablemente jamás se abandona el legado cultural del sistema anterior durante los años que duran los intentos de instalar una nueva sociedad. Queremos decir con ello que, probablemente, la vieja sociedad no muere de inmediato sino se mantiene vigente en los gestos, palabras, ademanes y maneras de ser de todos los que habitan la formación social que pretende organizarse. No por algo retorna en gloria y majestad la forma jurídico/política de gobierno que adopta para sí el MPK, que es la ‘democracia’. Por eso, cuando el fracaso se hace presente, todos los ex revolucionarios se hacen ‘demócratas’. La ideología hace que tal actitud se considere ‘normal’. ¡Y, sin embargo, la democracia es la forma normal de funcionamiento del sistema capitalista!
Si bien, en la práctica, muchos de los dirigentes muestran evidentes intenciones de organizar una nueva sociedad, en teoría no elaboran ni presentan un modelo posible de la misma. Por regla general, puede decirse que hay, solamente, buenas intenciones, ‘wishfull thinkings’, pero ninguna proposición sobre el establecimiento de un nuevo modo de producción. Por lo mismo, no debe sorprender que, periódicamente, los dirigentes de esos países miren con nostalgia hacia los gobiernos democráticos del planeta y aleguen haber instaurado un ‘régimen tan democrático’ como el de aquellos.

2. Rearticulación del sistema vigente.

Si el régimen instaurado fracasa como consecuencia de concurrir algunos de los elementos enunciados más arriba, ¿por qué no da origen a una nueva vertiente de sociedad? ¿Cuál es la razón de ese retorno al pasado? ¿Por qué los sistemas se rearticulan e, incluso, se ‘vacunan’ contra eventuales amenazas?
2.1. El carácter autopoyético del sistema. La moderna teoría social reconoce al sistema capitalista como un sistema-mundo. Y, en palabras de Immanuel Wallerstein, el sistema-mundo es

“[…] una zona espacio temporal que atraviesa múltiples unidades políticas y culturales, una que representa una zona integrada de actividad e instituciones que obedecen a ciertas reglas sistémicas”xiv.

El sistema capitalista, aunque no se extienda todavía por todo el planeta, ha sido organizado para que así lo haga. Es un cuerpo social que debe hacerse planetario. Porque es un ser vivo. Y lo es porque los sistemas sociales, por definición, son estructuras sociales formadas por seres vivosxv. Reproducen, en consecuencia, las características de los mismos. Por una parte, se defienden y recomponen (en el caso de los seres vivos, esta característica se acostumbra a llamar ‘autopoyesis’, denominación que incorporara a las ciencias el biólogo Humberto Maturanaxvi); por otra, aprenden. Los sistemas ordenan a sí mismos su evolución hacia el futuro. El sistema capitalista es, en consecuencia, ‘una estructura autopoyética’, es decir, una estructura biológica que se reafirma, un ser que se provee a sí mismo, que se recompone, que se reordena, que se rearticula permanentemente. Cualquier intento de destruirlo le hace reaccionar, protegerse y, lo que es más importante, ‘vacunarse’ contra cualquier ‘infección’ que pueda amenazar su existencia.
Un régimen hostil (‘socialista’) que pretenda establecerse o haya llegado a hacerlo por cualquier vía, en la formación social que sea, es un elemento cuyas acciones y movimientos ha de contrarrestar o neutralizar constantemente y, en definitiva, exterminar. El sistema no tolera, siquiera una amenaza; por eso se ‘vacuna’ o inmuniza contra aquella. Es deber suyo conjurar toda amenaza a la brevedad. Su existencia está de por medio.
2.2. Renuencia a reconocer errores. Los seres humanos actúan muchas veces impensadamente; y son renuentes a reconocer la veracidad de esa actuación. Con mayor razón sucede aquello con los ‘líderes’, que son personas, seres humanos que eligieron colocarse en la vitrina social donde es difícil asumir culpas, donde es casi imposible reconocer sus propios errores. Por lo mismo, algunos de ellos no se atreven a confesar que se han levantado contra el sistema provistos tan sólo del sentido común. La única ‘economía’ que conocen es la que aprendieron en la sociedad donde vivían; también esa sociedad les enseñó principios y valores. Con ese acervo teórico quisieron enfrentar el futuro y fallaron en su conducción. Pueden ser excelentes académicos, impecables profesionales y haber aprobado ‘masters’ y ‘doctorados’ de la más diversa índole. Pero les es difícil entender que son producto de esa cultura, de esa educación que buscan cambiar y de la cual, por lo mismo, se encuentran impregnados. Es inútil pedirles la visión de conjunto que se requiere para realizar el cometido que se han fijado o la visión holística necesaria para enfrentar tal desafío. Por lo mismo, ignoran qué es el ‘modo de producción comunista’ o, en el caso de conocerlo, qué elementos lo podrían constituir. No saben, tampoco, si ese modo de producción es posible. No saben siquiera si es o no posible organizarlo. Por eso, temerosos de nuevos y sucesivos errores, vuelven sus ojos hacia las reformas de una sociedad que conocen, y que ‘podría’ ser mejor si ellos la dirigen y aplican en ella sus discutibles criterios. La rearticulación o reafirmación del sistema tiene, por consiguiente, libre el campo de obstáculos; puede, incluso, ir de la mano con los mismos que intentaron destruirlo y fracasaron en su intento. De ahí en adelante serán sus más leales esbirros.
2.3. La venganza del pasado. El campo, huérfano de una proposición alternativa, queda, así, despejado para un retorno a la situación anterior. La carencia de un modelo teórico a implantar en reemplazo del que existe, la falta de elaboración de un ‘modo de producción comunista’ que sustituya al ‘modo de producción capitalista’, es a no dudarlo, una de las principales causas del fracaso en la implantación de un socialismo (o comunismo). Ya lo dijimos. Pero es, a la vez, la causa de la rearticulación del sistema. Ya lo había advertido Georges Sorel cuando, refiriéndose a ese fenómeno, hablaba, sarcásticamente, de aquello que denominó ‘la venganza del pasado’. No hacía otra cosa que describir, en otras palabras, el mismo fenómeno que también, en esos años, descubriera el marqués de Lampedusa cuando, en su obra cumbre (‘El Gatopardo’) pone en boca de uno de sus protagonistas la siguiente frase:

«Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie«.

Este ‘gatopardismo’ sucede porque las sociedades, temerosas de enfrentar lo desconocido, prefieren volver los ojos hacia atrás y volver a la situación en que estaban al comienzo. ¿No nos recuerda esta situación aquella filosofía popular que, en lenguaje de refrán, se expresa como se sigue, “Más vale diablo conocido que diablo por conocer”?

El desplome del sistema socialista de la URSS
No podríamos terminar este ensayo sin referirnos, aunque sea brevemente, al fallido intento de establecer un régimen comunista protagonizado por la ex URSS.
Señalemos, en primer término, que, en el desplome de tal sistema, tuvo enorme gravitación el conjunto de causas que hemos señalado en este documento. Pero, en segundo término, existe otra a la que, a menudo, no se le otorga la importancia debida.
En las tesis de Marx, el modo de producción se organiza en torno a dos elementos de enorme relevancia que son las fuerzas productivas (FP) y las relaciones de producción (RP). Las fuerzas productivas (FP), conjunto integrado por el trabajador, los medios de producción y los adelantos técnicos y científicos, siempre están activas y en constante movimiento. Es una estructura teórica merced a la cual es posible dar solución a los problemas que enfrenta la humanidad; constituye el motor de lo que se conoce bajo el nombre de ‘progreso’. En ella se destaca el ingenio, la sabiduría, la técnica, la destreza, la innovación, los atributos naturales del ser humano que han permitido notorios avances en materia de mejorar las condiciones de vida. Puesto que constituye la sumatoria de los atributos naturales del ser humano es, a la vez, una fuerza poderosísima e imposible de detener. Las relaciones de producción (RP), por su parte, es un conjunto constituido por las formas que adoptan las relaciones de los trabajadores entre sí y aquellas que establecen con el capitalista o ‘no trabajador’; generalmente, son relaciones jurídico/políticas referidas a contratos, remuneraciones, distribución del mando, distribución de las tareas, etc).
Ambos elementos tienden constantemente a contraponerse. Porque las fuerzas productivas (FP) están en continuo desarrollo; no así las relaciones de producción (RP) que tienden a anquilosarse, debiendo permanentemente ponerse a tono con el desarrollo que experimentan, momento a momento, las fuerzas productivas. Una analogía que acostumbraba citar un gran amigo nuestro para graficar el vínculo entre fuerzas productivas y relaciones de producción era suponer a estas últimas como un tubo por el que debían deslizarse aquellas. En la medida que el volumen de las fuerzas productivas crece, el tubo por el que se deslizan se hace cada vez más estrecho (inservible) hasta que revienta. Así sucede en el modo de producción. Cuando las relaciones de producción no se adaptan dicho modo se conmociona. El aumento sostenido de las fuerzas productivas (entiéndase por tal la técnica, la investigación y el conocimiento) debe necesariamente marchar a tono con ese desarrollo. Cuando así no sucede, cuando las relaciones de producción se mantienen inalterables, se transforman en trabas al desarrollo de aquellas; y si esa contradicción no se soluciona o resuelve, las revueltas sociales son inminentes como asimismo la transformación de todo el aparato productivo vigente y la sociedad misma. Marx lo había expresado con estas palabras:

“En cierta fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o bien, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se han desenvuelto hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social”xvii.

Los numerosos análisis que se han escrito acerca del derrumbe de la URSS, a pesar de entregar valiosos antecedentes sobre las circunstancias en que dicho derrumbe se produjo, no consideran (y no tienen interés alguno en hacerlo) la falta de correspondencia entre las tesis de Karl Marx y el referido experimento. Antes bien, prefieren atribuirlo a lo que Althusser llama ‘problemas de alcoba’xviii dejando en suspenso las verdaderas causas o entremezclándolas con nimiedades. Por eso, muchas de las opiniones vertidas al respecto se atribuyen a la perversidad de Mijail Gorbachovxix, a un intento de golpe de Estado del PC de la URSS en contra de quien era en ese entonces su máximo conductorxx, a la genialidad de Ronald Reagan y a su guerra de las galaxias, a una sucesión de hechos separatistas protagonizados por las repúblicas integrantes de la URSSxxi y, al desplome de su economíaxxii, entre otras, situación que nos conduce, nuevamente, a considerar la enorme gravitación que ejerce sobre muchos analistas la ideología del sistema vigente.
Existen, con todo, algunos otros trabajos que van más al centro del problema, entre los cuales merece citarse el libro escrito por Boris Kagarlinsky, en ese entonces dirigente máximo del partido Socialista ruso, ‘Monolito en desintegración’, publicado en Suecia a poco más de un año de producirse el suceso.
En todo caso, pronunciarse acerca del desplome del llamado ‘socialismo real’ amerita, sin lugar a dudas, un trabajo especial al respecto. Lo amerita, igualmente, el trágico sino de Nicaragua, cuyo actual presidente, Daniel Ortega, héroe de la Revolución Sandinista, carga sobre sus espaldas y su conciencia, al momento de escribirse estas notas, la muerte de más de 350 nicaragüenses que protestaban en contra de su gobierno; y, también, el vuelco de la Cuba de Fidel que se prepara, en este mes, a reformar su Constitución con el objeto de eliminar de ella la palabra ‘comunismo’xxiii.

Una consecuencia sorprendente
A estas alturas podemos concluir que los diferentes intentos de construir el ‘comunismo’ (o ‘socialismo’, para muchos) en determinada formación social han resultado infructuosos. Sabemos que en ninguna de esas sociedades se instaló un modo de producción diferente al capitalista, que la producción se realizaba con la existencia contrapuesta de compradores y vendedores de fuerza de trabajo y que, por consiguiente, existía abundante producción de ‘plusvalor’ del cual se apropiaba el Estado y, consecuentemente, la alta burocracia gobernante del país. Sabemos que nunca se estableció en esas sociedades aquella forma de gobierno que Marx denominaba ‘autogobierno de los productores directos’ pues los productores directos eran apenas ‘trabajadores’ de un Estado que no solamente rechazaba ‘extinguirse’, sino se fortalecía día a día en manos de quienes se autoproclamaban ‘socialistas’ (‘comunistas’)xxiv. Los ‘productores directos’ jamás decidieron por sí y ante sí sobre el destino del producto social sino lo hacían las burocracias estatales (y, a la vez, partidarias) o los estamentos militares en su caso, lo mismo daba. Sin embargo, esas sociedades, que se autodenominaron ‘socialistas’, hicieron notables progresos en lo material aunque, día a día, fueron asimilando su forma de producir al modelo capitalista, alejándose más y más de los ideales que condujeron a sus ‘lideres’, en un comienzo, a establecerlas para terminar, finalmente, volcándose por entero al sistema capitalista, aceptando todas sus veleidades.
La pregunta que surge, entonces, es si era o no posible el tránsito hacia una sociedad ‘socialista’ (o ‘comunista’) y si era o no posible aceptar la temeraria suposición de alguien en el sentido de creer que alguno de esos regímenes autodenominados ‘socialistas’ constituía un camino expedito hacia la sociedad del futuro.
Recordemos algunas de las afirmaciones que hemos hecho anteriormente. La emergencia de todos aquellos regímenes tuvo lugar en países caracterizados por un bajo desarrollo tecnológico y con un manifiesto y sostenido atraso social. Eran formaciones sociales caracterizadas por transitar a un ritmo no acorde al que normalmente practica el sistema capitalista mundial, y esto es lo importante. Porque se trataba de naciones de las que, incluso, puede decirse que hasta iban a contramarcha con el desarrollo experimentado por dicho sistema.
Entonces, nos asalta una pregunta. Si esas naciones, que iban a contramarcha del sistema capitalista mundial y, en el curso de la sociedad ‘nueva’ que instalaron, tuvieron cierto éxito en cuanto a resolver las contradicciones de clase que existían en ellas, ¿resulta aventurado suponer que el fin u objetivo de tales revoluciones o gobiernos democráticos no fue sino poner a tono el funcionamiento de las mismas con las exigencias impuestas por el sistema capitalista mundial? En otras palabras, ¿necesitaba el sistema capitalista mundial que sucedieran esas revueltas para resolver y nivelar las contradicciones que generaba su marcha por la historia? Por supuesto, dejando en claro que poco o nada tuvo que ver la voluntad de quienes llevaron adelante tales cambios para alcanzar consecuencias tan diametralmente opuestas. Si tal consideración fuese cierta, no dejaría de ser, a la vez, atrozmente amarga pues nos pone, frente a frente, a lo sucedido en Chile con el gobierno del presidente Salvador Allende.
Nosotros sabemos que el golpe de estado es la vía normal para resolver las contradicciones de clase cuando el Estado es incapaz de resolverlas por sí mismo a través de la vía democrática. Al elegir presidente a Salvador Allende ¿había nuestra nación decidido ir a contramarcha del sistema capitalista mundial? Desde este punto de vista, no debe sorprender que el propio golpe de estado de septiembre de 1973 en contra del régimen popular del presidente Salvador Allende, pudo ser, precisamente, una forma de adecuar al país a las exigencias cada vez más perentorias del sistema capitalista mundial pues el Chile de esos años, sin lugar a dudas, marchaba en dirección opuesta a la que seguía dicho sistema. Algo necesario de tener presente.

 

  1. Esta frase de Moliére ha sido atribuida erróneamente a Tirso de Molina de quien se dice escribió en su ‘Don Juan’ la siguiente frase: ‘Los muertos que vos mataste gozan de buena salud’.
  2. Marx, Karl y Engels, Friedrich: “El Manifiesto Comunista”, versión de la editorial Aleph, actualmente disponible en INTERNET, sin numeración de páginas.

  3. Engels, Friedrich: “Principios del Comunismo”, edición disponible en varios sitios de INTERNET. No tiene año de emisión ni numeración de páginas.

  4. Engels, FriedrichL Obra citada en (3).

  5. Engels, Friedrich: Obra citada en (3).

  6. Marx, Karl: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, disponible en INTERNET, sin indicación de la editorial que lo publicó y sin numeración de páginas.

  7. Austria sólo fue devuelta años después de ese acuerdo.

  8. No hemos considerado aquí los regímenes de Manuel Azaña y Salvador Allende pues no alcanzaron a establecerse como tales sino fueron derribados por violentos golpes de Estado. No ocurrió de manera diferente con el gobierno socialdemócrata de Grecia, derribado por la revuelta de los coroneles.

  9. López Arnal, Salvador: “Entrevista a Andrés Piqueras (II): ‘Un solo grupo de investigación no puede dar cuenta ´por sí mismo de todas las aristas que mueven este capitalismo terminal’”, publicado originalmente en ‘El viejo topo’, Rebelión, 11 de julio de 2018.

  10. Acuña. Manuel: “Marx y la Economía”, documento de junio de 2018, publicado en varias páginas de INTERNET, entre otras ‘Piensa Chile’, ‘Clarin’, etc.

  11. A estos regímenes se les denuesta con la expresión de ‘fascismo de izquierda’, denominación un tanto torpe pues el fascismo, en sí, fue un movimiento ‘de izquierda’. Aún cuando muchos quisieran negarlo.

  12. No olvidemos a este respecto que Pinochet consideraba ‘menor de edad’ a la población chilena.

  13. Engels, Friedrich: Obra citada en (3).

  14. Wallerstein, Immanuel: “World-Systems Analysis. An Introduction”, Duke University, USA, pág. 17.

  15. Véase, al respecto, la obra clásica de Ludwig Von Bertalanffy “Teoría general de los sistemas”. La obra fue publicada por la editorial ‘Fondo de Cultura Económica’ de México.

  16. Humberto Maturana ha sido renuente a aceptar que su concepto se extienda más allá de los límites que él mismo le impuso. Si nosotros lo hemos aplicado al concepto de ‘sistema’ es porque nos ha parecido que entre uno y otro existen tremendas compatibilidades.

  17. Marx, Karl: “Contribución a la crítica de la Economía Política”, Editorial Progreso, Moscú, 1989, pág. 8.

  18. Véase la obra de Louis Althusser “Para leer ‘El Capital’”, publicada por la editorial “Siglo 21”. Althusser caricaturiza a quienes buscan las explicaciones históricas en la vida de los gobernantes

  19. Véase el artículo de Arthur González, intitulado “Se abre paso la verdad sobre la caída de la URSS”, publicado en ‘El Heraldo Cubano’ y ‘Resumen Latinoamericano’ de 21 de septiembre de 2017.

  20. Véase el artículo de Pablo Rodillo “Documentos secretos revelan el rol de Gorbachov detrás de la caída de la URSS”, diario ‘La Tercera’, sin fecha en INTERNET.

  21. Véase el artículo de la Redacción del diario ‘El País’ intitulado “La caída de la URSS” publicado el día 17 de agosto de 2011.

  22. No deja de ser curiosa la circunstancia que todas las críticas formuladas en contra de las medidas económicas adoptadas en la URSS se hayan hecho con el instrumental teórico de la Economía capitalista y no con una visión alternativa a los conceptos clásicos de la competencia y de la productividad.

  23. Redacción: “Cuba borra el término ‘comunismo’ en su nueva Constitución”, ‘El Mostrador’, 22 de julio de 2018.

  24. No olvidemos que el Estado, tanto para Marx como para Engels, es la organización de las clases dominantes para efectos de su dominación; por lo que, en una sociedad comunista, debe extinguirse.