Vivimos tiempos de hiperconsumismo. La dinámica económica y el énfasis en el crecimiento, para tener y adquirir más y más, parecen exigir que en vez de formarnos como personas, interesa que se nos considere productores y consumidores. La austeridad, el recato, la modestia, el vivir para ser más, para crecer humanamente, parecen quedar relegados a un segundo plano.

En la actualidad el concepto de austeridad ha quedado reducido al ámbito de la acción social por parte del Estado, en nombre de la disciplina fiscal. La desigualdad socioeconómica se extiende a aquella en materia de austeridad. Mientras al Estado se le exige austeridad, particularmente en el campo de sus políticas públicas o sociales, por otro lado al interior de esos mismos Estados campean los gastos militares a tajo y destajo y/o los fraudes en escalas de difícil dimensión, sin que se les ponga atajo. A los de abajo les aprietan los zapatos y a los de arriba se los sueltan.

En el área privada, lo que está caracterizando a los sectores de altos ingresos es la ostentación antes que la austeridad, de lo cual dan cuenta las páginas sociales de la prensa escrita y las teleseries en la prensa audiovisual. Las ciudades se están partiendo en dos: donde están los de arriba y donde están los de abajo, con patrones de consumo que buscan “igualarlos”, pauteados por una penetrante publicidad que se conjuga con un endeudamiento facilitado por el dinero plástico. Este dinero plástico –las tarjetas de crédito- que nos permite efectuar compras hoy con ingresos futuros, no era viable en el pasado. Los créditos se limitaban a compras de alto volumen, tales como la adquisición de una propiedad, una casa o un departamento.

Por otra parte, la innovación tecnológica hace cada vez más perecederos los productos, invitándosenos a renovar toda clase de objetos. Mal que mal el consumo “mueve” la economía, el país, el trabajo. Qué pasaría si hiciéramos un alto en nuestro consumo, lo hiciésemos más pausado, sin endeudarnos mayormente. ¿El país se detendría? ¿La tasa de empleo disminuiría? ¿Las inversiones se retraerían?

La austeridad no implica renunciar a una buena vida, sino que no caer en la vorágine del consumo. La buena vida, como niños, jóvenes, adultos y adultos mayores, pasa necesariamente por no entrar en el juego al que se nos presiona.

Para resistir requerimos más que nunca una buena educación, la que nos permita discernir, reflexionar, discriminar, no dejarnos envenenar, ser más personas. Un país con una mala educación lo más probable que su gente sea manipulada por los poderes fácticos que nos rondan.