Pareciera que vivimos convencidos que para que haya prosperidad, necesariamente tenemos que crecer. Sin crecimiento sería una ilusión pensar en tener un país próspero. Creo importante señalar que no todo crecimiento asegura prosperidad, ni desarrollo.

Más que la tasa de crecimiento, lo que importa es su composición o su estructura, quiénes se benefician de él. Un crecimiento que se base o se exprese en un aumento de la demanda interna, esto es, de los consumidores nacionales, es muy distinto de aquel asociado a un aumento de la demanda externa, o de otros países. De igual modo, un crecimiento basado en las exportaciones de recursos naturales, sin mayor valor agregado, es muy distinto de aquel causado por exportaciones de recursos con alto valor agregado o altamente tecnologizados.

Son distintos porque los afectados y/o beneficiados no son los mismos. No cabe duda que en las últimas décadas hemos crecido en forma importante, y en este plano la transición política vivida en Chile cuenta con un saldo a favor que se expresa en la significativa reducción de la pobreza, a menos de la mitad de la existente al término de la dictadura. ¿A dónde han ido a parar quienes dejaron de ser pobres? A engrosar las capas medias bajas, pero que ante cualquier recesión pueden volver a la pobreza. Se incorporaron al circuito de consumo, se entusiasmaron, pero simultáneamente viven con el temor de regresar al mundo que abandonaron no sin esfuerzo.

Un buen termómetro de lo descrito está dado por la estructura de la matrícula escolar básica. La matrícula particular pagada históricamente no ha logrado superar el 10% de la matrícula total; el resto se distribuye entre la matrícula particular subvencionada y la matrícula municipal según el vaivén económico. Si las cosas andan bien, sube la matricula particular subvencionada a costa de la matrícula municipal, si las cosas andan mal, es el revés. El total de ambas es del orden del 90% con independencia de las tasas de crecimiento.

Si hiciéramos un mapa socioeconómico grueso constaríamos que los sectores de más altos ingresos tienden a matricular a sus hijos en establecimientos particulares pagados; quienes tienen ingresos medios, matriculan a sus hijos en establecimientos particulares subvencionados; y los sectores de bajos ingresos, en escuelas municipales. Qué nos dicen los datos de matrículas? Que la matrícula particular pagada se mantiene estable con independencia de las tasas de crecimiento, o sea, no cualquiera ingresa a ese selecto club, que existiría una suerte de barrera difícil de franquear. Nos dice que el concepto de la meritocracia y del aprovechamiento de las oportunidades solo vale para pasar de ser pobre a clase media baja o semipobre dado que la movilidad solo se da entre la matrícula particular subvencionada y la municipal.

Lo expuesto también da cuenta del estigma que afecta a la educación chilena, donde se asume que la calidad de un establecimiento está dada por el monto a pagar por concepto de arancel a pesar de que no existe evidencia alguna al respecto. Estigma que solo ha contribuido a agudizar la histórica segmentación socioeconómica de la educación chilena.

Para tener un país próspero, más que un crecimiento de tantos puntos porcentuales, se requiere poner el acento en un sistema educacional en el que los más pobres reciban una mejor educación que quienes tienen los más altos ingresos. Ya habrá oportunidad de conversar en torno a lo que entendemos por “mejor educación”.

En síntesis, quienes se verán más favorecidos con altas tasas de crecimiento son los sectores más pudientes, y los menos favorecidos, los sectores más pobres; por el contrario, con bajas tasas de crecimiento los más afectados son estos últimos, mientras que a los primeros les resulta indiferente.