Hasta los años 70 del siglo pasado Chile sostuvo una estrategia de desarrollo orientada a la sustitución de importaciones con un importante apoyo estatal para la generación de un incipiente sector productivo que con el tiempo fuese capaz de sustentarse por sí mismo. Este apoyo estatal se expresó por medio de fuertes aranceles sobre las importaciones, subsidios o impuestos, junto con la activa intervención del Estado, por intermedio de la CORFO (Corporación para el Fomento de la Producción), en el proceso productivo en sectores clave, y la creación, entre otras empresas, de la CAP (Compañía de Acero del Pacífico), SOQUIMICH (Sociedad Química y Minera de Chile), Banco del Estado, ENDESA (Empresa Nacional de Electricidad), ENAP (Empresa Nacional de Petróleo).

Este camino, no muy distinto al de los países hoy desarrollados, fue truncado abruptamente por una retroexcavadora, la dictadura cívico-militar que duró más de una década y media. Tiempo más que suficiente para privatizar casi todas estas empresas, reducir abruptamente los aranceles a las importaciones y eliminar toda clase de incentivos a la producción nacional. La economía del país se abrió siguiendo las recetas de los Chicago Boys bajo la lógica de producir solo aquellos bienes/servicios en que tendríamos ventajas comparativas y competitivas, e importar todo aquello que otros países son capaces de producir más eficientemente. Una lógica pura e implacable impuesta a sangre y fuego bajo la promesa de que después del diluvio saldría el sol, el tan ansiado desarrollo. Fue tal el entusiasmo de sus promotores que prometieron el oro y el moro, asegurando que a fines de los 80 lo tendríamos todo, automóviles, teléfonos, televisores. El tan esquivo desarrollo estaría a la vuelta de la esquina. Incluso se dieron el lujo de proyectar un plebiscito para el 88 dando por seguro que lo ganarían y así perpetuarse legalmente. La crisis vivida al inicio de la década de los 80 desmoronó el naipe tan laboriosamente construido, desatando un nivel de desempleo sin precedentes desde los tiempos del salitre. A punta de sacrificios que aún no se dimensionan en toda su magnitud, en términos de los grandes números, el país logró salir a flote y como tal sigue flotando en aguas tempestuosas.

Hoy, para no pocos, seríamos un país ejemplar en el concierto latinoamericano. Sin embargo, lo que tenemos es un país con luces y sombras. Por un lado creemos encontrarnos adportas de alcanzar el estatus de país desarrollado cuando se escuchan los cantos de sirena del neoliberalismo; por otro, nuestros pies son y seguirán siendo de barro mientras nuestra canasta exportadora siga siendo altamente dependiente de recursos naturales sin mayor valor agregado y tengamos que importar productos altamente tecnologizados.

Desde que tengo uso de razón que vengo escuchando el discurso de la necesidad de diversificar nuestra matriz productiva, nuestra canasta exportadora, de reducir la dependencia del cobre, de promover las innovaciones y el emprendimiento. Salvo casos aislados sin mayor proyección en el espacio y en el tiempo, seguimos con la misma estructura productiva/exportadora de siempre.

Los países hoy desarrollados, en su primera fase contaron con el apoyo vigoroso y sin complejos del Estado que contribuyó a sentar sus bases productivas industriales, sin escatimar recursos. Este apoyo se expresó de mil formas que escandalizarían a los ortodoxos economistas de hoy: controlaron la emigración de sus trabajadores y profesionales altamente calificados, estimularon la inmigración de profesionales y trabajadores calificados de otros países, alentaron la importación de maquinarias, aplicaron espionajes industriales para producir localmente lo que se producía afuera, prohibieron la exportación de recursos naturales en bruto.

Por lo expuesto, invito a los lectores a conocer las vías por las cuales los países hoy desarrollados alcanzaron su estatus actual, para descubrir que lo hicieron de la mano de un Estado activo en apoyo a una base productiva mínima, capaz de desenvolverse en un contexto mundial altamente competitivo.