Los “expertos” economistas, nos dicen que las políticas intervencionistas por parte del Estado están obsoletas, y que lo que corresponde es el libremercado, trayendo bajo el poncho el neoliberalismo a ultranza. Ariscan la nariz ante las regulaciones e intervenciones del Estado digitados por los grandes intereses empresariales. No sin razón si tomamos en consideración que en no pocas oportunidades el Estado ha terminado siendo capturado por quienes deben ser regulados.

Sin embargo la historia es clara al respecto. Los países hoy desarrollados, para llegar a serlo, en sus orígenes tuvieron un Estado activo, interventor, gestor de políticas comerciales e industriales, que no solo protegió, sino que promovió la generación de una base productiva sólida, fuerte, capaz de competir en las grandes ligas.

Los países subdesarrollados, o en vías de desarrollo, que estaban en esta senda, sucumbieron ante la ola neoliberal de los años 70 y 80, desmantelando lo poco que tenían y que tanto había costado generar.

Veamos lo que hizo Gran Bretaña cuando tenía una economía relativamente atrasada (siglos XIII y XIV): se basaba en exportaciones de lana en bruto y algunos tejidos de lana con bajo valor agregado, los que exportaba a con mayor grado de desarrollo (los Países Bajos) en esos tiempos. Tal como nosotros exportamos nuestros recursos (minerales, maderas, frutas), algunos de ellos con escaso valor agregado. ¿Qué hicieron? ¿liberaron su economía? No, por el contrario! Uno de sus reyes, Eduardo III, resolvió promover el desarrollo de manufacturas locales de tejidos de lana. Trajo tejedores del exterior (Flandes), aumentó los aranceles a las exportaciones de lana en bruto, y prohibió las importaciones de tejidos de lana. Todas medidas que sería denostadas por los neoliberales de hoy.

¿Qué lograron? A poco andar, Inglaterra, de ser un país exportador de lana en bruto, se transformó en productor mundial de productos laneros. Todo esto bajo una política que al momento de ser presentada la reforma correspondiente se hizo bajo la convicción de que nada contribuía tanto a la promoción del bienestar público como la exportación de productos manufacturados y la importación de materias primas extranjeras.

Este solo ejemplo es ilustrativo del camino seguido por quienes hoy son países desarrollados. Justamente el contrario que estamos siguiendo nosotros. Si bien de la boca para afuera pregonamos la necesidad de agregar valor a nuestras exportaciones, en la práctica lo que hemos estado haciendo a lo largo de estas últimas décadas es todo lo contrario. A lo más, medidas puntuales sin mayor repercusión, como lo demuestra la composición de nuestras importaciones y exportaciones.

En síntesis, en vez de seguir el camino hacia nuestro desarrollo, con las políticas asociadas, estamos siguiendo el camino que asegura nuestro subdesarrollo. Todo ello bajo el “desinteresado consejo” de organismos financieros internacionales –FMI y Banco Mundial entre otros- de la mano de poderosos medios de comunicación.