Pressenza pidió a Enric Feliu Blanch, activo miembro de Marea Blanca en Catalunya y, según él mismo, libre pensador y grouchista marxista, si podía darnos su visión de estos últimos meses en Catalunya. Esta ha sido su respuesta. Gracias Enric.

Por Enric Feliu Blanch

El 1 de octubre gran parte de la sociedad catalana descubrió con sorpresa como el Estado Español ejercía a fondo su deriva autoritaria y que se podía zurrar a la clase media (o a la gente que aspira a ser clase media, cosa que en Cataluña no tiene que ver con indicadores económicos sino más bien socioculturales).

Hasta aquel momento todo el mundo que hubiera querido mirar algo más allá de su ombligo podía haber observado que: el Estado Español había aplicado la ley antiterrorista a unos titiriteros, que había más sindicalistas imputados o llevados a juicio que en toda la transición, que se estaba creando un mensaje único desde los medios de comunicación, no sólo los públicos, con el apoyo de sus propias élites. Y que esta deriva era no sólo del gobierno español sino también de otros muchos gobiernos “democráticos” de dentro y fuera de la UE. También hay que precisar que esta deriva autoritaria se ha visto reflejada incluso en el mismo gobierno de la Generalitat: doblar los recursos de las unidades de policía antidisturbios en la última década, el desalojo de la gente del 15M de la Plaza Cataluña por los Mossos d’Esquadra, las consecuencias de rodear del Parlamento y las personas condenadas.

El día tres, con la huelga general o la parada de país según quien hable, fue el día que más cerca estuvo Cataluña de ser un estado insurrecto o revolucionario. Pero había un contraste evidente entre los barrios, en algunos de los presuntamente del cinturón rojo incluso parecía que no pasaba nada y por contra, en barrios tradicionalmente más burgueses, como el Clot o Gràcia, sí que hubo una huelga real. La ciudad estaba llena de concentraciones: estudiantes, bomberos, …y con la manifestación de la tarde no sólo el Paseo de Gràcia estaba lleno, sino todo el centro de la ciudad. Parecía que todo era posible.

Durante los meses de octubre y noviembre las manifestaciones, unas reivindicando la libertad de las personas privadas de libertad, otras reivindicando la unidad de España, han sido casi continúas. Sin ningún tipo de duda han sido mucho más concurridas las primeras y sin ningún tipo de duda no ha habido incidentes en las primeras y sí en las segundas.

Alguien puede decir que este proceso ha fracturado la sociedad catalana. No es cierto. Sólo ha evidenciado la existencia de esta fractura. El independentismo no ha conseguido hacerse un lugar en los barrios de la Barcelona obrera. ¿Por qué? Porque no ha ofrecido un proyecto de país que los convenza. Hay una parte de «supremacismo» catalán, no hacia las personas que en su día emigraron a Cataluña sino hacia sus hijos, hijas y descendentes, la gente que tiene como habla materna el castellano. La imagen del nuevo país pasa del barrio de Gràcia y el Ensanche de Barcelona a las comarcas del interior, pero deja de lado Llefià, Besòs, Nou Barris, Sant Ildefons, la Salut, etc.

La reacción ha sido palpable. «Si no cuentas conmigo, estoy en contra tuyo”. Nunca se han visto tantas banderas españolas en aquellos barrios.

Esta fractura identitaria podría no ser grave ni determinante. Cada vez vivimos en una sociedad más diversa. El problema es que la continua reacción del gobierno español transforma una cuestión meramente política en una cuestión de derechos y libertades. Y ante este reto, sólo es capaz de sacar y sacudir la bandera y de mostrar la Constitución.

Este mes de noviembre se ha demostrado que no sólo te pueden enviar los antidisturbios a repartir bofetadas sino que, además, el sistema judicial español vulnera todo tipo de garantías legales y penales de un estado de derecho, hasta llegar a dejar sin efecto la orden de detención europea cursada en Bélgica por miedo a hacer el ridículo. Pero este miedo no les ha impedido hacer un ridículo todavía más grande: ¿dónde se ha visto? Tienes unos presuntos delincuentes en un país de la UE, a quienes imputas delitos de hasta 30 años de prisión, y pides no ejecutar una orden de detención porque así no les afectarán las garantías judiciales europeas. Ni la justicia española ni el gobierno español pueden tener la plena confianza de la UE.

Y vino la proclamación de la independencia. O más bien la no-proclamación. No se publicó en ningún diario. No se bajó la bandera española en ningún edificio de la Generalitat. No hubo ninguna decisión ejecutiva. Entonces, ¿qué pasó?

Pues que estamos en la era de la pos-verdad. No es tan importante aquello que en realidad ha pasado cómo aquello que queremos creer que ha pasado en realidad. La gente que había alrededor del Parlament y en otros lugares quería creer que se había proclamado la independencia, los periodistas también …y el gobierno de Rajoy también se lo creyó o quería creerlo. Incluso envió órdenes a las embajadas para que presionaran a los gobiernos extranjeros y no reconocieran una independencia que no se había producido.

David Ramos / www.pri.org

La paradoja de la sociedad catalana es que la gente se fue de fin de semana. Somos una sociedad tan burguesa, moderna y europea que hemos olvidado cómo se hacen las revoluciones. Las únicas experiencias revolucionarias han sido los Comités de Defensa de la República, donde muy fácilmente confluyen independentistas, gente del 15M, sindicalistas, etc. y la ocupación por los estudiantes de la Universitat de Barcelona. El resto son magníficas performances, puestas en escena para conseguir una foto.

La transformación de toda esta ebullición en un duro golpe contra el régimen del 78 ha fallado. La clase política catalana no ha estado a la altura y si bien es cierto que ante la imposición de las elecciones del 21 de diciembre había muy poco margen, si se quería derrotar al Estado Español, que en realidad es de lo que se trata, hacía falta una lista única encabezada por los presos (no sería la primera vez, a principios del siglo XX ya pasó con Solidaritat Catalana). Ahora, a pesar de estar en un casi estado de excepción, todas las fuerzas políticas, al asumir con candidaturas normales estas elecciones, las han validado.

Con unos políticos medianamente sensatos en Madrid y unos políticos menos irresponsables e ingenuos en Barcelona (aunque por estas dos cosas nunca te tendrían que meter en prisión provisional) habría solución. La hubo en el Ulster con Martin McGuinnes e Ian Paisley en el mismo gobierno, Mandela tenía un talento natural para eso…. Pero sin respeto por el otro, y su pensamiento, y su identidad nunca se podrá avanzar ni construir ningún país.