Fue el domingo, justo después de la tradicional visita del pueblo filipino a sus queridos muertos en los cementerios, junto con su recuerdo adicional de los muertos extrajudiciales en el eje central de la sangrienta guerra del gobierno contra las drogas, de la manera que les dedicaron sus oraciones las diferentes sectas religiosas en el país. Y el día estaba inundado de un sol suave después de más de un mes de tardes de fuertes lluvias. En un país predominantemente católico, los devotos podían decir fácilmente que estas eran las señales de que los cielos favorecieron a una llamada de la iglesia para la procesión de la misa «Sanemos Nuestra Tierra» por la ilustre Conferencia Episcopal Católica de las Filipinas (CBCP por sus siglas en inglés), el día 5 de noviembre. Dejando a un lado el eufemismo, el más optimista fue más lejos, para invocar que los cielos aprobaran las acciones masivas en aumento contra el escandaloso y desafiante gobierno del presidente Rodrigo Duterte en las Filipinas.

La actividad no pudo evitar evocar la histórica revolución de cuatro días del Poder Popular en EDSA, en 1986, que derribó la dictadura de 14 años de Ferdinand Marcos y restauró la democracia instalando a Corazón Aquino, viuda de su némesis asesinado (Ninoy), como presidente. Una figura religiosa prominente (Jaime Cardenal Sin) hizo el llamado entonces y la ciudadanía exaltada marchó al área de la autopista principal de la metrópolis entre dos campamentos militares, con solo mamá María y las monjas ofreciéndose como escudos. Esta vez, el Arzobispo Sócrates Villegas, también presidente del CBCP, inició un calendario de sanación de 33 días en el que finalizó una cruzada de 40 días para «detener los asesinatos». Ahora el cosquilleo en la imaginación: ¿Está a la vista otro Poder Popular?

En la misa en el santuario de Edsa, construido en el cruce de EDSA (Epifanio de los Santos Ave) y la avenida Ortigas para honrar ese acontecimiento histórico, el popular Obispo Soc pronunció una homilía enérgica y emotiva, en Filipino e inglés, que aludió a los sangrientos asesinatos extrajudiciales de sospechosos de tráfico de drogas (principalmente pobres), sin mencionar a la mente maestra. De hecho, hizo un llamado a todos los funcionarios del gobierno, servidores públicos, pastores de la iglesia y los fieles -especialmente los insensibles y silenciosos- a detenerlo. Con cautela, invocó a las víctimas: «La súplica para detener los asesinatos es el llanto de más de diez mil compatriotas que fueron asesinados porque supuestamente se oponían a ellos. Es también el llanto de los padres, hijos y esposos que se quedan atrás. Suficiente. Si no paramos los asesinatos, hay una maldición y un castigo para el país, como lo expresó la Virgen en Fátima», hizo hincapié el Arzobispo Villegas en la lengua nativa.

“Arrepiéntanse”, advirtió repetidamente a todos los sectores, para que comenzara la sanación. «Volvamos a Dios. Nos perdimos y elegimos la oscuridad sobre la luz. ¿Por qué aplaudimos por los asesinatos? Elegimos la violencia antes que la paz. Mentir por encima de la verdad. Riéndonos de obscenidades. Callando en vez de involucrarnos».

«Esta no es Filipinas. Este no es el filipino”. Quizá, esta es ya una de las declaraciones que emitió para devolver al pueblo a su carácter.

La procesión, que siguió desde la iglesia hasta el monumento del Poder Popular, a un kilómetro de distancia, en un carril policial demarcado de la carretera, estuvo marcada por un canto de Ave María y Salve Regina, y el rezo del rosario, mientras que la alta estatua de la Virgen de Fátima era llevada en hombros. Claramente, este fue un evento solemne, no político y encendido, aunque el co-organizador del CBCP es Tindig Pilipinas (Levántate, Filipinas), cuyos fundadores incluyen a los empedernidos en protestar no solo contra el dictador Marcos sino también contra los presidentes posteriores acusados de saqueo (Estrada y Arroyo). Ningún himno patriótico hasta que salimos a las 6 de la tarde, ningún desfile de pancartas vitriólicas, ningún discurso incendiario, a lo sumo entretenidos disparos musicales sobre la situación de la nación. Sin embargo, alrededor de un escenario al lado del monumento, el abultado recuento de los organizadores fue de 20.000 personas, la mayor concentración de multitudes entre las acciones masivas realizadas hasta la fecha en los 16 meses de la presidencia de Duterte. Entre la mezcla de sacerdotes, monjas, estudiantes, millennials y veteranos de Edsa, elegantes lugareños y pobres pobladores urbanos, políticos y ONGs, se encontraron francos opositores dirigidos por el senador Antonio Trillanes, dos mujeres Aquino de bajo perfil (hijas del presidente Cory y hermanas del presidente Noynoy), el «sacerdote andante» o marchador callejero, FR Robert Reyes; la detenida por la ley marcial, Etta Rosales; el compositor-cantante y manifestante habitual, Jim Paredes; las familias de las víctimas del EJK, y ahora mismo, rostros familiares en las reuniones de masas. Sí, la vicepresidenta (Leni Robredo) también estuvo allí, en la iglesia, la próxima mujer que más se beneficiaría, constitucionalmente, si un poder popular tuviera éxito.

La iniciativa de la iglesia dominical, sin los fuegos artificiales, ciertamente insinuó un aumento de la indignación tanto por la profanación retórica del tosco presidente (invectivas incluso contra los líderes mundiales, también comentarios misóginos) como por su estilo de gobierno (EJK y la protección de sus policías sanguinarios, entre una letanía de actos descarados). El tiempo para ser más devoto parecía acertado, con la percepción de un autoritarismo creciente, amenazas no filtradas a instituciones independientes, sofocando desacuerdos y críticas, pisoteando la democracia, sin resistencia a la invasión de China en aguas filipinas, defendiendo una moralidad baja y alentando la impunidad. El crítico más feroz de Duterte, el senador Trillanes, también se refirió al tono solemne de la reunión y simplemente aconsejó durante una entrevista sorpresa: «Calibremos nuestra brújula moral».

Algunos guerreros de los medios sociales lamentan que, con el impresionante despliegue de números en la reunión del 5 de noviembre -por no mencionar el creciente sentimiento-, hubo una oportunidad perdida para el poder popular que podría desbancar al presidente antes de que declarara la ley marcial o el gobierno revolucionario que ha estado colgando durante meses. Los activistas fanáticos estaban decepcionados de que la Iglesia permaneciera contenida, escondida bajo el manto de la oración.

No hay un por siempre para el gobierno y los políticos, recuerda la homilía, asegurando a ambos, los que tienen el poder y los que posiblemente los derriben. ¿Puede la proverbial paciencia del filipino esperar el fin del término? ¿Sucederá el arrepentimiento y la sanación en todas partes? ¿O es el poder de oración del 5 de noviembre un precursor del poder popular? ¿Otro viento en el país que ha contribuido con orgullo a crear un modelo para un método no violento de deponer a su atormentado líder?

Nota:

Este artículo es escrito por Erlie López. Es ciudadana filipina, estratega de relaciones públicas y escritora desde hace mucho tiempo, fundadora de una agencia de relaciones públicas con nexos en Asia-Pacífico, una ávida observadora de los acontecimientos sociopolíticos en su país y partidaria de la paz y los defensores del medio ambiente y sus iniciativas.