Por Maryclen Stelling

La Asamblea Nacional Constituyente ocupa la atención nacional e internacional y se presta para todo tipo de apuestas sobre el futuro de la democracia venezolana.

Los resultados electorales, en un país polarizado donde imperan el desconocimiento y la negación del otro, han contribuido a dividir aún más a venezolanos y venezolanas. Mientras unos celebran el histórico caudal de votos, la oposición, que se negó a participar en el proceso, canta fraude y desconoce los resultados. Se instala la ANC, en medio de altas y contradictorias expectativas, en consonancia con la relación confrontacional entre los polos políticos.

Entre sus objetivos figura la promesa de “ganar la paz y reafirmar los valores de la justicia”. En el texto del decreto reza: “…el proceso constituyente es una gran convocatoria a un diálogo nacional para contener la escalada de violencia política, mediante el reconocimiento político mutuo y de una reorganización del Estado, que recupere el principio constitucional de cooperación entre los poderes públicos, como garantía del pleno funcionamiento del Estado democrático, social, de derecho y de justicia, superando el actual clima de impunidad”.

Ardua tarea, dado que el país ha estado sometido a una escalada de violencia de la mano del extremismo oposicionista, que pretende legitimar la cultura de la violencia como estrategia política para eliminar al adversario y alcanzar el poder. La violencia produce un impacto devastador de alto costo social: destruye normas culturales y las reemplaza por otras; trastorna identidades y socava la confianza en las instituciones.

Afecta las relaciones sociales en tanto impone la desconfianza, hostilidad, ausencia de cooperación y desconocimiento mutuo. En el plano psicológico produce depresión, deseos de venganza y odio. A nivel macro se distorsionan las relaciones entre la sociedad y el Estado y se afecta el ejercicio del poder por el Estado.

En la procura de la paz, la ANC enfrenta importantes retos: promover la cultura de la no-violencia; impulsar la reconciliación política través del reconocimiento mutuo; fomentar el cambio de actitudes y comportamientos violentos por relaciones constructivas y la consecuente transformación social. No podrá soslayar la construcción de memoria y la verdad.

En suma debe impulsar la participación ciudadana, la estabilización política y la profundización de la democracia.

Demos cauce a la paz.

@MaryclenS               

Maryclen Stelling es socióloga, coordinadora del Observatorio Global de Medios, capítulo Venezuela y directora ejecutiva del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg).                  

El artículo original se puede leer aquí