Por Ricardo Aronskind

Recientemente el gobierno argentino emitió un bono de deuda a 100 años, por 2.750 millones de dólares, que ofrece un rendimiento anual del 7,9%.

Desde el comienzo de la gestión, una prioridad para la Alianza Cambiemos fue llegar a un acuerdo con los acreedores externos del país, los conocidos “fondos buitres, pagándoles todo lo que exigían. De esa forma se abrieron de par en par las compuertas para un nuevo ciclo de endeudamiento externo del país. La gestión de Néstor y Cristina Kirchner habían bajado notablemente el peso de la deuda del país en dólares, que equivalía aproximadamente el 14% del PBI al final de su mandato.

La administración de derecha procedió rápidamente a revertir la política anterior, en la misma línea que las dos gestiones neoliberales anteriores: la de la dictadura cívico militar 1976-1983, y la de los gobiernos menemista y de la Alianza, 1989-2001. Da la impresión que la derecha argentina no sabe gobernar sin endeudar, es decir, sin generar una estrecha vinculación dependiente con el mercado financiero internacional. Hay que recordar que debido al endeudamiento que arrancó en la dictadura, Argentina estuvo sometida a la tutela económica del FMI entre 1982 y 2005. Estamos hablando de casi un cuarto de siglo en el que las decisiones económicas eran sustraídas del juego democrático, para pasar por el “filtro” de los tecnócratas neoliberales del FMI, mandatarios de las finanzas de los países centrales. Por supuesto que con el beneplácito de la minoritaria pero poderosa derecha económica local.

¿Necesita Argentina endeudarse? No. Está demostrado por los principales especialistas en temas impositivos del país, que si se eliminara parte de la abultada evasión y elusión impositiva, los ingresos públicos alcanzarían para cubrir los gastos públicos, sin necesidades ni de ajuste, ni de endeudamiento externo. La excusa oficial es la siguiente: hay un serio déficit fiscal (provocado en parte por la actual gestión al renunciar a cobrar impuestos a sector agrario y minero), y como el gobierno no quiere hacer un “ajuste severo”, lo está financiando con créditos externos.

¿Y entonces, para qué la endeudan? La respuesta está en nuestra historia. El poder económico, el capital más concentrado, se ha mostrado incapaz para generar un modelo de crecimiento (ni hablemos de desarrollo), que permita generar un paulatino sendero de mejora para la totalidad de la población. Por lo tanto, en democracia, tienden a perder las elecciones. Entonces es útil introducir un factor de poder externo, una suerte de reaseguro político para que, aun perdiendo el poder formal, haya una intervención “desde afuera” que limite las posibilidades de los gobiernos progresistas, nacionales y populares, o como se denominen en el futuro, que quieran realizar políticas autónomas.

La otra explicación convergente es que, en el bono a 100 años, hubo un pedido de fondos de pensión de países centrales, que están muy interesados en tener en su cartera de activos de largo plazo, a través de bancos internacionales que, a su vez, lo solicitaron al gobierno argentino que emita papeles de este tipo. El gobierno corrió presuroso a satisfacer el deseo de los prestamistas externos, otorgándoles además una tasa de interés desmesurada.

El crecimiento de la deuda es enorme en este año y medio. Algunos cálculos estiman el incremento en 100.000 millones de dólares. Un 39% del mismo se está usando en “fuga de capitales”, o sea, que está saliendo nuevamente del circuito económico local. El resto no se utiliza en crear mayores capacidades productivas o exportables, sino en cubrir gastos corrientes del Estado, desde sueldos muy altos para el nuevo personal del gobierno, hasta costosas obras públicas con contratistas ligados de diversas formas a los funcionarios macristas.

Como ocurrió en otros momentos de la historia reciente, la opinión pública no capta con claridad la importancia que tiene a futuro el endeudamiento externo, ni lo relaciona con las penurias que ya hemos tenido que pasar como sociedad en épocas cercanas. Con lo cual, la carrera endeudadora del gobierno, por ahora, continúa sin generar demasiado malestar público.

Sin embargo, el “bono a 100 años” tuvo el efecto de crear cierta zozobra. Es que la gente lo asoció con estar endeudados “toda la vida”. Hay que decir que todas las deudas que vienen tomando los gobiernos liberales (así sean a 5, 10 o 20 años de plazo) se transforman en deudas “para toda la vida” por la sencilla razón que no se trabaja en construir ninguna capacidad de repago de los compromisos.

Al carecer Argentina de una burguesía competitiva –salvo la agraria, pero que no es portadora de desarrollo para el conjunto del país-, todos los ciclos de endeudamiento (usados para alimentar la fuga de capitales) no generaron jamás capacidades para incrementar las exportaciones y de esa forma poder estar en condiciones futuras de pagar las deudas.

Cualquier deuda se vuelve impagable, si no se cuenta con una estrategia nacional. De hecho, la deuda contraída por la dictadura hace más de 40 años no pudo ser pagada, sino reciclada a lo largo de sucesivas administraciones.

Desde la perspectiva de los capitales globales, no hay nada mejor que un gobierno neoliberal argentino, que ata a su pueblo a la rueda infernal de los intereses anuales acumulativos, que no paran nunca.

Por eso los aplauden, los felicitan y los apoyan movilizando todo el aparato hegemónico global del que disponen.

Desde una perspectiva popular, se hace urgente tratar de evitar que continúe la orgía endeudadora, que es una muestra más de lo desvinculada que está la elite argentina de los intereses y preocupaciones de la mayoría del país.

La tarea pasa por mejorar mucho el nivel de conciencia en relación a lo dañino y peligroso de este tipo de endeudamiento, para que se haga sentir la presión sobre los legisladores nacionales no oficialistas, algunos de ellos sumamente tolerantes con esta ruinosa política del gobierno de la derecha.