Por Moisés Saab*

Países africanos están preguntándose en este momento cuáles son las intenciones de Kenya, que en 2016 dio un salto cuantioso en su presupuesto militar al que asignó una partida de 933 millones de dólares.

La suma significa un incremento neto del 10,5 por ciento respecto al ejercicio fiscal anterior y supera las de Etiopía y Uganda, dos de los países con los cuales Kenya tiene fronteras.

Dadas las condiciones económicas kenianas, que incluyen descontento político y una historia reciente turbulenta, para decir lo menos, las aprensiones regionales se multiplican pues constatan una tendencia a la inversión en gastos castrenses de recursos que podrían, e incluso deberían, emplearse en mejorar las condiciones de vida de la población.

Otra causa de inquietud es la proximidad a zonas de conflicto como Somalia y Sudán del Sur.

En el primero aún operan movimientos armados islamistas que han realizado acciones en el interior de su vecino y podrían incluso apoderarse de los equipos y armas que está adquiriendo el país.

La situación en Sudán del Sur posee ribetes peligrosos, ya que es escenario de una guerra entre las tropas del presidente Salva Kiir Mayardit y su exvicepresidente, Riek Machar, cuya destitución desató combates que han ocasionado la muerte a decenas de miles de personas y el éxodo de más de un millón, parte de ellas hacia Kenya, cuyas posibilidades de acogida están colapsadas.

Las autoridades kenianas argumentan su decisión de gastar más en armas y equipos con la necesidad de reforzar sus fuerzas de seguridad y el Ejército ante el auge del proselitismo de grupos islamistas que, al decir de Nairobi, reclutan a los alumnos más brillantes en las carreras de Ingeniería, Sicología, Informática y Derecho, algunos de los cuales han aparecido en Siria, según informes confiables.

Esa certeza movió al gobierno keniano semanas atrás a decretar medidas excepcionales de seguridad en torno a las universidades del país, en las cuales se han registrado choques entre alumnos de sensibilidad islámica extremista y los servicios de protección interna de los planteles en los cuales los segundos llevaron la peor parte.

En el plano regional, el presupuesto castrense de Kenya duplica los 469 millones de dólares de Etiopía, los 403 millones destinados por Uganda y es el octavo del continente, en el cual hay países como Nigeria y Sudáfrica, que lo superan en dimensión y posibilidades, ya que el primero es productor de petróleo, y el segundo cuenta con desarrollo industrial y recursos mineros importantes.

La economía keniana, la de mayor producto interno bruto de África del este y central, está basada en las exportaciones de café, té y, desde fecha reciente, de flores, por ese orden; los ingresos por los servicios del puerto de Mombasa, importante en el océano Indico, y en las telecomunicaciones, pero carece de recursos naturales estratégicos que permitan mantener esa tendencia al alza del gasto militar.

Otra suspicacia en los países vecinos surge del hecho de que los egresos de Nairobi en el capítulo militar son difundidos en bruto, lo que imposibilita determinar cuánto se asigna a qué y si en verdad el alza de las asignaciones va a los servicios de seguridad interior y mantenimiento del orden, o al Ejército.

Es cierto que en Kenya opera el movimiento armado islamista Al Shabab (Los Jovenes, en árabe), el cual realiza frecuentes acciones armadas en esta capital y otras ciudades en demanda de la retirada de las tropas kenianas de contingentes de la Unión Africana que operan en zonas de conflicto del continente.

La agrupación armada islamista está afiliada a los preceptos de Al Qaeda, el grupo creado en la década de los años ´70 del pasado siglo en Afganistán por el multimillonario saudita de origen yemenita Osama bin Laden, con apoyo logístico y entrenamiento de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos.

Esa circunstancia explica en cierta medida el desmedido aumento de los gastos militares, pero, de todas formas, las suspicacias persisten pues un alza sustancial de las capacidades bélicas de Kenia puede convertir a ese país en una potencia castrense enmarcada en una región caracterizada por la volatilidad y la proliferación de conflictos bélicos.

En este sentido las aprensiones son alimentadas por el hecho de que, según los trascendidos de siempre, más de 106 millones de dólares del total de la partida presupuestaria para la defensa están destinados a la adquisición de aviones para transporte de tropas, helicópteros y drones, equipos que dan capacidad de proporcionar inteligencia y despliegue rápido de fuerzas.

El hecho de que las compras vayan a ser hechas sobre todo a Estados Unidos, indica que Washington apoya la política keniana, al mismo ritmo que Francia incrementa la presencia en algunas de sus excolonias en las cuales existen conflictos similares, por ejemplo Níger, Malí y Costa de Marfil.

El interés de París en sus antiguas colonias quedó de manifiesto con la visita relámpago del flamante mandatario francés, Emmanuel Macron, el pasado día 19 al contingente militar que su país tiene estacionado en Malí, otro país en la zona de conflicto.

¿Será que estamos ante una proyección de ansias de predominio o cruda rivalidad entre potencias?

* Periodista de la Redacción de África y Medio Oriente.

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