Las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales en Chile están poniendo a prueba la capacidad para conformar coaliciones entre los distintos partidos políticos. No basta con unirse para ganar una elección si después son incapaces de dar soporte al gobierno, esto es, asegurar un mínimo de gobernabilidad para los años que vienen.

Esta gobernabilidad viene dada por la correlación de fuerzas que emerja como resultado de ambas elecciones y del nivel de radicalidad/moderación de los programas de gobierno que se presenten. Por experiencia sabemos que para implementar un propuesta de cambios radicales, no basta una simple mayoría; por el contrario, necesariamente se requerirá que esté acompañada de una mayoría contundente y real. Al mismo tiempo, la propuesta debe ser suficientemente clara como para que no existan “matices” que abran espacio a interpretaciones que terminen para esterilizar la andadura gubernativa.

Lo señalado implica que no basta estar de acuerdo con lo que no queremos, si no estamos de acuerdo con lo que queremos. Esto implica dejar de lado retóricas y entrar en el terreno de la política real, de la negociación, de la búsqueda de acuerdos. En consecuencia quienes aspiran a gobernar de verdad deben mantener abiertos los canales de comunicación entre fuerzas con idearios afines. Para ello, el lenguaje y las formas importan. Cuando se cierran estos canales, se pierde fuerza, el horizonte se obnubila, nos quedamos en el saludo a la bandera, remando hacia atrás, posibilitando el triunfo de los adversarios. Esto vale a diestra y siniestra. Ejemplos tenemos por doquier.

Uno de ellos lo tenemos en España, donde existe un gobierno de derecha gracias a la imposibilidad de acuerdos entre el partido socialista obrero español (PSOE) y Podemos. Este último, partido surgido al calor de las movilizaciones sociales ha capturado gran parte del descontento hacia el duopolio que ha gobernado España durante los últimos 40 años desde la muerte de Franco. Sin querer queriendo esta incapacidad de llegar a acuerdos es la que está facilitando gobernar a la derecha.

En Chile, existe el riesgo de un fenómeno similar. El surgimiento del Frente Amplio, también como expresión del malestar que distintos movimientos sociales sienten por un modelo que si bien ha disminuido la pobreza, perpetúa y acrecienta niveles de desigualdad y discriminación –social, económica, cultural- que ya no son aceptables para una convivencia en forma.

En síntesis, los candidatos que compiten en primarias por el Frente Amplio –Alberto Mayol y Beatriz Sanchez-, como Alejandro Guillier y Carolina Goic, deberán ser capaces de: uno, ofrecer una idea de país con alguna base mínima común; dos, abordar y superar desconfianzas acumuladas no sin razones de peso; y tres, mantener abiertos los espacios de comunicación entre sí y un lenguaje que facilite a sus votantes el respaldo entusiasta a quien logre pasar a una eventual segunda vuelta. Si lo logramos, podremos ganar y gobernar bien.

De lo contrario, se corre un alto riesgo de que sobrevenga un desastre electoral y que la derecha vuelva a gobernar el país con las consiguientes consecuencias, particularmente la consolidación del modelo de sociedad que la mayoría afirma no querer.