En el desfile del 1ro. de Mayo en La Habana, antes de comenzar el acto, un hombre se desprendió del bloque de los manifestantes y corrió hacia el centro de la Plaza de la Revolución, intentando llegar a la tribuna presidencial, a la vez que hacía ondear una bandera norteamericana.

El acto en sí, provocativo, desnuda la falta de todo programa de quienes adversan el sistema socialista cubano. Manifestarse ante las cámaras del mundo y en medio de la mayor celebración de todos los trabajadores con una bandera norteamericana, representa la total sumisión de estos grupos ante el imperialismo y el gran capital.

Este suceso, unido a la quema de la bandera cubana por opositores a Nicolás Maduro en Venezuela –olvidando a sus aliados cubanos en Miami- habla de una total orfandad de lucidez política.

Los tiempos de la bandera de las barras y las estrellas como símbolo revolucionario hace muchos años que dejaron de ser. Para el siglo XIX, durante la Cuba colonial sometida a la corona española, el anexionismo hacia los Estados Unidos fue una de las corrientes que se enfrentaron a la autocracia. Pero no solo se gravitó hacia el norte, también existieron intentos de unificación con la Gran Colombia de Bolívar y México, repúblicas soberanas que garantizaban las libertadas ciudadanas que no existían bajo la monarquía europea.

De hecho, la bandera cubana fue diseñada por un grupo de anexionistas encabezados por Narciso López y Miguel Teurbe. Estos, al intentar ocupar la ciudad costera de Cárdenas en 1850 con soldados norteamericanos, queriendo reeditar la estrategia de Texas, fueron repelidos por los vecinos del lugar, quienes apoyaron a los soldados españoles al confundirlos con un desembarco británico.

Para la época –inicio del siglo XIX-, el sentido de nación entre los cubanos era aún débil. En la isla antillana las guerras por la independencia se iniciaron con una diferencia de casi sesenta años para con las luchas continentales de América del sur.

Pero después del 10 de octubre de 1868, fecha en que Carlos Manuel de Céspedes inicia las primeras luchas independentistas en la isla caribeña, y con la República de Cuba proclamada el 10 de abril de 1869,  todo anexionismo envejeció, quedando dentro de las posiciones más conservadoras y desdeñadas por el pueblo cubano.

Una muestra de ello se puede ver en la Avenida de los Presidentes del barrio habanero de El Vedado. Un pedestal conserva, de la estatua que erguía, solo los zapatos. Era Tomás Estrada Palma, primer presidente de la república tutelada por los Estados Unidos establecida en 1902.

Estada Palma ante un conflicto civil pidió la intervención norteamericana. El presidente de la nación norteña de la época le pidió que reflexionase pues pasaría a la historia con una mancha imborrable, pese a ello, el mandatario cubano decidió mancillar la soberanía cubana.

Con el triunfo revolucionario de enero de 1959, el recién designado canciller Raúl Roa ordenó el derribo de la estatua de Estrada Palma, a la vez que un águila –símbolo de los Estados Unidos- que coronaba el monumento a los marines muertos en la voladura del acorazado Maine –pretexto empleado por Washington para iniciar la guerra contra España en 1898- fue también echada abajo.

A diferencia del nacionalismo europeo, casi siempre de derechas y en no pocas ocasiones cercano a calamidades de la humanidad como el fascismo, el nazismo y el franquismo, el nacionalismo cubano, por el hecho de haberse enfrentado desde sus inicios al imperialismo y no haber partido nunca de pretensiones expansionistas, unido a que sus más grandes exponentes han desarrollado una política crítica para con el chovinismo, al punto que José Martí exponía que Patria es humanidad, apertrechado de una alta carga latinoamericanista en internacionalista, sumada a la incapacidad de la burguesía cubana para formularse un cuerpo ideológico distinto al hegemónico norteamericano, es hoy un nacionalismo -y lo ha sido siempre-, revolucionario, de izquierdas y en consecuencia antimperialista, siendo este el cuerpo central de una Cuba libre.

Pero la contrarrevolución en Cuba ha hecho caso omiso de todo ello. Cree que haciendo una oposición desde una total deconstrucción del discurso político gubernamental, podrá ser radical y efectiva, cuando termina aislada ante la fortaleza de la unidad de la clase trabajadora.